miércoles, 17 de febrero de 2010

Haití demanda posicionamiento de las Iglesias Cristianas



Material exclusivo para reflexiones abracistas
por Julio Vallarino - Uruguay
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“Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber” (Mt. 25,35).

A más de un mes del terremoro que destruyó a Haití, donde murieron aproximadamente 200.000 personas, y que movilizó a la comunidad internacional en acciones de ayuda humanitaria, la comida y el agua llega con mucha dificultad y escazamente a las víctimas.

El aluvión de información que semanas atrás nos llegaba sobre la situación en Haití está cesando. Cada vez recibimos menos información. Otros temas están siendo puestos ante la opinión pública.

Los organismos internacionales como la ONU y UNICEF han realizado campañas de solidaridad con Haití en el mundo entero. La cooperación internacional de diferentes gobiernos han enviado donaciones y ayuda de diferentes tipos. Los grupos de rescatistas han finalizado las búsquedas y regresado a sus países.

Pero la situación del pueblo haitiano, el más pobre de América Latina, no ha cambiado mucho desde el terremoto del 12 de enero. Es más, su situación se agrava por la llegada de la temporada de lluvias y miles de personas se encuentran en situación de calle. Es más, la poca información que se está generando nos alerta de que la comida y el agua llega con mucha dificultad y escazamente a las víctimas.

¿Cómo puede haber dificultad de que los donativos lleguen a destino cuándo se ha desplegado un enorme esfuerzo militar para garantizar la seguridad y el reparto de alimentos y agua?.

Las Iglesias Cristianas tenemos el deber, ético y evangélico, de levantar nuestra voz en favor del pueblo haitiano. Tarde o temprano, tendremos que dar cuentas de nuestra actuación ante esta injusticia (Mt. 25,35).

La solidaridad no alcanza con orar en los templos y enviar parcial o totalmente nuestras colectas a Haití (Mt. 12,6-7). Es necesario asumir una actitud profética denunciando la injusticia porque esa es la misión de la Iglesia de Jesús el Cristo en el mundo (Mt. 5,13-16).

Una de las tareas urgentes es generar conciencia en nuestras comunidades y en nuestro entorno sobre la situación de Haití; asumir responsabilidad sobre los donativos enviados para que lleguen a destino en tiempo y forma; exigir a nuestros gobiernos que intervengan en la comunidad internacional asegurando la mayor eficacia, eficiencia y efectividad en las acciones vinculadas a la ayuda humanitaria.

El pueblo haitiano por la situación de empobrecimiento y exclusión es objeto del amor preferencial de Dios (Lc. 4,16-21) y las Iglesias Cristianas estamos llamadas a ser el vehículo de ese amor mater paternal que se traduce en solidaridad y compromiso

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