domingo, 18 de abril de 2010

No al uso compartido de la Mezquita


Con un NO tajante el Obispo de Córdoba intenta zanjar la cuestión que se suscitó cuando el pasado 31 de marzo, un grupo de musulmanes trataron de rezar en la Mezquita-Catedral de Córdoba. Abrimos esta cuestión en ATRIO con el artículo que ayer escribió el obispoDemetrio Fernández en la prensa y una opinión contraria de Teresa Losada, de la Fundación Bayt al-Thaqafa, publicada en Vida Nueva.

No al uso compartido de la Mezquita

“No convirtamos un lugar de paz y de acercamiento en un lugar de discordia y enfrentamiento”

Demetrio Fernández, 16 de abril de 2010 a las 08:20

La ciudad de Córdoba es protagonista de su propia historia en la que se han cruzado culturas, civilizaciones y credos diferentes. El talante cordobés es tolerante, respetuoso, simpático con todo el que llega a esta ciudad. Es muy fácil sentirse a gusto en Córdoba, porque sus gentes son muy hospitalarias y acogedoras. Córdoba no excluye a nadie. Sean bienvenidos todos los que nos visitan o los que vienen a quedarse entre nosotros.

Uno de los atractivos más importantes de esta ciudad andaluza es indudablemente su Catedral, resumen de la historia de esta ciudad a lo largo de siglos y siglos. La Catedral de Córdoba es el lugar donde los antiguos cristianos se reunían para el culto al Dios vivo y verdadero, cuyo rostro nos ha sido revelado en Cristo muerto y resucitado. Hay señales claras de que ya en el siglo III la comunidad cristiana era floreciente en Córdoba y contaba con su catedral cristiana, la basílica de san Vicente mártir. A partir del siglo VIII, la presencia de los musulmanes configuró la ciudad de Córdoba como capital del califato, que construyó en el mismo lugar unahermosa mezquita, en la que hubo culto musulmán durante casi cinco siglos.

En 1236, Fernando III el Santo reconquista la ciudad, y al día siguiente de su entrada -el 29 de junio- manda consagrar la Mezquita como templo cristiano, como Catedral para el culto católico. Casi ocho siglos de culto católico ininterrumpido, además de otros tantos anteriores a la presencia musulmana. El templo es un precioso resumen de toda esta historia, que hoy guardamos celosamente como el mejor tesoro artístico de la ciudad de Córdoba.

Hoy se plantea por parte de algunos idealistas que este precioso templo sea compartido para el culto cristiano y musulmán, cosa que en su dilatada historia no ha sucedido nunca. Desde la Iglesia católica la respuesta es clara y respetuosa: no es posible.

Quienes piden el uso compartido de la catedral de Córdoba porque durante algunos siglos fuera mezquita no tienen nada que perder. Una petición de este tipo, lanzada con tintes de pluralismo y convivencia y alentada frívolamente por quienes no tienen ningún culto ni religión en su vida, es una petición desafortunada, que podría traer funestas consecuencias para Córdoba

La religión musulmana no permite que donde haya culto musulmán pueda haber culto de otras religiones. Si los musulmanes pudieran acceder al templo catedralicio de Córdoba para el culto musulmán, tarde o temprano -más temprano que tarde- los cristianos tendrían que abandonar su casa de oración, por exigencia de la misma religión musulmana. ¿No resulta temerario acceder al eufemismo del “uso compartido”, que nos condujera en breve plazo a tener que dejar nuestra propia casa? Los cordobeses se dan cuenta del engaño de esa petición y les parece totalmente descabellada.

Pero tampoco es posible desde el punto de vista católico. El concilio Vaticano II nos invita al “aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente” (NAe 3). Y con ese aprecio pueden contar, pero la oración compartida no es posible, ni es posible el uso de un mismo lugar para cultos tan diferentes.

Por eso en mi primera alocución a los cordobeses el pasado 20 de marzo, recordé la postura de la Iglesia Católica en este tema: “Acceder al tan aireado uso compartido de la Catedral por cristianos y musulmanes no contribuiría a la pacífica convivencia de unos y de otros, y sembraría la confusión propia de un relativismo que no distingue la identidad y la diferencia de cada uno”.

Alentar la propuesta del “uso compartido” hace daño a Córdoba, una ciudad serena y pacífica, que acoge amablemente a todo el que la visita. No convirtamos un lugar de paz y de acercamiento en un lugar de discordia y enfrentamiento.

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El verdadero templo está dentro de cada uno de nosotros

Por Teresa Losada Campo, f.m.m.- (Fundación Bayt-al-Thaqafa)

La Mezquita-Catedral, joya máxima del arte califal español, destila un hondo sentido religioso que sobrecoge a cualquier visitante. Dentro de la formidable arquitectura califal está el templo cristiano en una mezcla de arte gótico, herreriano y barroco. Si algo queda claro a través de los siglos es que, en ese lugar cordobés, cristianos y musulmanes han rivalizado por hacer, no sólo una obra de arte, sino una obra de arte para Dios.

Surge de nuevo el problema sobre el uso compartido de la Catedral-Mezquita, y la religión vuelve a esgrimirse como ariete en disputas que más tienen que ver con el poder y la política que con el verdadero “espíritu de Cordoba”, iniciado en el Primer Congreso de Diálogo Islamo-Cristiano (21 al 26 de marzo de 1977). Las polémicas sólo sirven para retroceder en los pasos avanzados, oscurecer los horizontes abiertos, adueñarse el miedo de los responsables religiosos y calar el desinterés en nuestros pensamientos y en nuestra voluntad de diálogo.

Un espacio religioso puede ser compartido por creyentes de otros credos, pero empecemos por crear acuerdos puntuales y que a este fin se busquen modalidades, como ya se ha hecho repetidas veces, para que los musulmanes puedan rezar en este lugar, hecho que me parece loable y deseable, lejos de toda intención de revancha, de nostalgias estériles o de intenciones políticas o económicas. También Benedicto XVI rezó en la Mezquita Azul de Estambul (Turquía) y Juan Pablo II convocó a líderes religiosos de todo el mundo a rezar en la Basílica de Asís.

La controversia puede quedar superada si empezamos por reconocer y conocer al musulmán que convive entre nosotros, ya que Dios emerge en las personas y acontecimientos, y es ahí donde quiere ser escuchado y servido. Descubrir hoy que los inmigrantes son grito y fuerza de creación histórica nos invitaría a emprender un camino de reciprocidad basado en la certeza de que todos formamos parte de la misma Humanidad, ya que las migraciones están reclamando una nueva residencia mental y cordial.

Empecemos por el diálogo que brota de la experiencia diaria, lugar privilegiado para la solidaridad y que permite estar atento al Espíritu, que hace maravillas en los diferentes sentires y sensibilidades humanas, lugares de encuentro con Dios y de conversión de corazón. Como afirma Pedro Casaldáliga, el camino para la teología del pluralismo cultural y religioso es “Vidacéntrico”, esto es, el proyecto de vida para todos, lo cual no debería sabernos como nuevo a quienes intentamos seguir a Aquél que vino “para que todos tengan vida y vida plena”. La religión es para la vida.

No basta la mera tolerancia, sino la convivencia cálida, la acogida, la complementariedad. El diálogo nunca daña; sin embargo, los imaginarios, las falsas percepciones son aliados del rechazo y de la intolerancia. Todo esto implica liberar los valores religiosos de las injusticias de la historia, una empresa perpetua que hay que aplicar a cada día y a cada acontecimiento.

Hoy más que nunca creemos que cristianos y musulmanes debemos renunciar a pensarnos como fortaleza y apresurarnos a construirnos en apertura, aventurarnos en terrenos desconocidos y atrevernos a pasar de una situación hecha de repliegues y miedos a la urgencia de imaginar y crear otros recorridos. Hay que ensanchar el espacio de nuestra tienda en este cambio de época, pasando de una cultura de confrontación y autoafirmación a otra de diálogo, apertura y cordialidad, que nos permita transitar estos nuevos tiempos con sentido, como creyentes que confían en que “el Espíritu os irá revelando lo que ahora no podéis entender”. ¿Dónde se origina este encuentro? En el corazón de cada uno, dispuesto a emprender un éxodo, una hégira, renunciando a creerse único, superior al otro. ¿No habrá llegado el día y la hora en que empecemos a entender el encuentro como el monje trapense de Tibhirine Christian de Chergé, asesinado en Argelia en 1996? Lo concebía como una actitud interior, una manera de ser, “pues los diques de nuestro corazón han cedido” .

¿Puede ser esto compatible con lo que Jesús nos dice: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt.6, 33)? Y así lo que pudiera ser ocasión de conflicto para nuestras sensibilidades religiosas, se convertiría en ocasión de encuentro y colaboración. Y el espacio compartido para rezar en la Mezquita-Catedral vendrá por sí mismo, si tiene que venir; y si esto no pudiera suceder, el mundo avanzaría de todas formas en proximidad, humanidad y justicia. Porque el verdadero templo está dentro de cada uno de nosotros.

En el nº 2.703 de Vida Nueva.

Fuente: ATRIO

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