miércoles, 7 de julio de 2010

Los dos rostros del amor de Dios: maternal y paternal


Leopoldo Cervantes-Ortiz, México

Pero ese Dios Padre, ¿es una figura enteramente masculina? A este respecto, impulsado por los estudios de las teólogas feministas hoy sé mejor que nunca que ese Dios no es varón, que no es ni masculino ni femenino, que transciende la masculinidad y la feminidad, que todos los conceptos que aplicamos a Dios, incluida la palabra “padre” son analogías y metáforas, sólo símbolos y claves, y que ninguno de esos símbolos “fija” a Dios de tal manera que en nombre de ese Dios patriarcal se pueda impedir, por ejemplo, la liberación de las mujeres en la sociedad y la ordenación de las mujeres en la Iglesia.[1] Hans Küng

1. “¿Y si Dios fuera una mujer?”: la duda poética, teológica y profética

A principios de los años 80, y en pleno exilio causado por la dictadura en su país, el poeta argentino escribió un poema que hoy, para las y los creyentes reformados en el sacerdocio universal de los creyentes, adquiere una importancia capital. Se titula “Preguntas”:


“lo que hacemos en nuestra vida privada es cosa nuestra” dijeron

las Seis Enfermeras Locas del Pickapoon Hospital de Carolina

mientras movían sus pechos con una

dulzura tan parecida a Dios

¿y si Dios fuera una mujer? alguno dijo
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno

¿y si Dios movieras los pechos dulcemente? dijo

¿y si Dios fuera una mujer?

corrían rumores acerca de las Seis
las habían visto salir de hospedajes sospechosos con una mirada triste

en la boca

las habían visto en una cama del Bat Hotel

las habían visto fornicando con sastres zapateros carniceros de toda Pickapoon

¿y acaso Dios no sale de los hospedajes con una mirada triste

en la boca? alguno dijo

¿y si Dios fuera una mujer? ¡tetas de Dios!

¡blancos muslos de Dios! ¡lechosos! dijo

¡leche de Dios! gritaba por los techos de toda la ciudad

así que lo quemaron

hicieron una hoguera alta al pie de la colina del Este
y también quemaron a las Seis Enfemeras Locas de Pickapoon

todas eran rubias y cada día habían visto a la muerte trabajar

eso es todo
así acaban con los temblores mortales e inmortales en Carolina

y otros sitios de Dios

¿y si Dios fuera una mujer?

¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno.[2]

Sin tanta fama como merecía, este poema fue respondido por el texto de otro poeta más conocido, Mario Benedetti, quien en el borde del plagio escribió:

Si Dios fuera una mujer

¿Y si Dios fuera una mujer?

Juan Gelman

¿y si dios fuera mujer?
pregunta juan sin inmutarse

vaya vaya si dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas

tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce
su pubis no de piedra
sus pechos no de mármol
sus labios no de yeso

si dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos sida o pánico
nos contagiaría su inmortalidad

si dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos
sino que nos aguardaría en el zaguán del
infierno
con sus brazos no cerrados
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles

ay dios mío dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería
qué venturosa espléndida imposible
prodigiosa blasfemia[3]

Ambos poemas se saben abiertamente blasfemos y provocadores por lo que enuncian y sugieren, porque supieron decir algo que duele profundamente en la doctrina cristiana: ¿qué pasaría si también comprendiéramos el amor de Dios desde el otro lado, desde la otredad máxima de lo humano?, es decir, desde la feminidad. La poesía latinoamericana, desde sus inicios y especialmente la del siglo pasado y de lo que va de éste, ha sabido hundir muy bien sus raíces en las creencias cristianas precisamente en el punto en donde es más dolorosa (y urgente de respuesta) la falta de sensibilidad hacia los muchos rostros de Dios, comenzando con el femenino, el más inmediato, el más cercano, el que puede producir mayor projimidad. Esta orientación poética no tiene nada que ver con la teología, y mucho menos con la de la liberación, por si alguien se siente aludido. Tuvo que pasar mucho tiempo para que estas dos vertientes se acercaran, con sus propias intuiciones y hallazgos en busca de la renovación del pensamiento y la existencia.

Gelman y Benedetti, en particular, a pesar de su manifiesta increencia, han buscado otros rostros de Dios y no los han encontrado en la doctrina, Gelman escribió, por ejemplo, que Dios cree en los seres humanos, invirtiendo el proceso enseñado por las iglesias oficiales.[4] Benedetti, a su vez, llegó a escribir, “Mejor te invento”, un poema en el que plantea un modelo de Dios que respondía mejor a sus inquietudes y necesidades. La crítica protestante al culto mariológico católico ha dejado de lado, la mayoría de las veces, que esa intuición profunda, la de la dualidad y la pluralidad en Dios, no solamente no es una blasfemia sino que es una exigencia existencial y, en el caso de Dios, cósmica y metafísica. Con esto queremos decir que Dios incluye todo en sí mismo, pues al ser todo en todo, abarca los principios masculino y femenino que provienen de él y regresan a él. Las limitaciones de género, tan humanas y sociales como son, esconden y evitan que se perciba, más allá del lenguaje, la riqueza en la naturaleza de Dios. Porque lo cierto es que también hemos aplicado los estereotipos a Dios y lo hemos limitado, según nuestras inclinaciones, a una imagen excesivamente patriarcal, desprovista de los sentimientos y la sensibilidad femenina que también provienen de y están incluidos en su naturaleza.

2. El amor de Dios en femenino

Dios no es masculino ni femenino. Pero en su naturaleza reúne -de manera eminente- cuanto de bueno, gozoso y benéfico hay en el hombre y la mujer. Por eso puede decirse que Dios es Él y Ella, y también que no es ninguno de los dos... La limitación de nuestro lenguaje (inevitablemente antropomórfico) se halla agravada por los estereotipos femeninos y masculinos que en la sociedad se han venido transmitiendo a través de muchas generaciones y que poco a poco, gracias a Dios y a la lucha de hombres y mujeres, van siendo cuestionados y superados... Así, al imaginar y al hablar de Dios como madre o como padre, hemos de caer en la cuenta de lo limitadas que son éstas y cualesquiera otras metáforas para expresar el amor de Dios y cómo, por consiguiente, no podemos absolutizar ninguna de ellas, sino más bien emplearlas complementariamente.[5]

Siguiendo a Luis López Catalán, se resume enseguida el asunto de la maternidad de Dios. En El rostro materno de Dios, Leonardo Boff afirma que en las Escrituras y la tradición de la fe no se nos presenta ordinariamente a Dios como Ella, sino como Él.[6] El cristianismo no profesa que Dios se haya hecho mujer, sino varón, ya que el Verbo eterno asumió a un judío de sexo masculino, Jesús de Nazaret, por el cual nos vino la salvación y la revelación última de Dios, tal como él es. Así, Dios sólo se nos habría presentado como padre y no como madre. Además, Dios tiene un Hijo eterno y no una Hija, pues la mayor parte de conceptos clave del judeo-cristianismo tienen un trasfondo masculino. A pesar de ello, la tradición bíblica no deja de expresar a Dios en lenguaje femenino, pues también éste es vehículo expresivo para la revelación de Dios. Algunos ejemplos que muestran lo anterior, son los siguientes:

· Dios-madre es incapaz de olvidarse de un hijo de sus entrañas: “Sión decía: Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado. ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49.14-15; véase también Sal 25.6 y Sal 116.5).

· Dios se compara a una madre que consuela a sus hijos. “Como consuela la propia madre así os consolaré yo” (Is 66.13).

· “¡Si es mi hijo Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que lo reprendo, me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jer 31.20).

· La tradición profética describe así el comportamiento maternal de Dios para con su pueblo: “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo [...] Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos. Con cuerdas de ternura, con lazos de amor, los atraía; fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él para darle de comer [...] El corazón me da un vuelco, todas mis entrañas se estremecen” (Os 11, 1-8);

· En la tradición sapiencial, la sabiduría de Dios se presenta personificada en una figura femenina (Prov 8,22-26); entre la Sabiduría y la Mujer existe una estrecha correlación, que permite una transmutación simbólica entre la una y la otra (Prov 31,10.26.30); en el Nuevo Testamento, Cristo es identificado con la Sabiduría de Dios (I Cor 1,24-30; Mt 11.19; Jn 6.35).

· Jesús se comparó con una madre que quiere reunir a los hijos bajo su protección (Lc 13.34).

· Al final de la historia, Dios tendrá un gesto de madre amorosa, enjugando las lágrimas de nuestros ojos cansados de tanto llorar (Ap 5.1,4).

Jesús abrió la puerta para conocer otro modelo de Dios, no sólo con su intención de experimentar la paternidad de Dios de otro modo, sino también al atisbar la realidad del amor de Dios en femenino. Acaso uno de los momentos en que consiguió concentrar dicha intuición con mayor intensidad fue cuando dirigió sus palabras a Jerusalén en plan abiertamente diferente a lo masculino: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Mt 23.37; Lc 13.34, BLA). La metáfora de lo femenino aporta una perspectiva nueva, que relanza el ímpetu profético y a la vez expone o desvela el rostro femenino oculto de Dios.

La teóloga Sallie McFague escribe que las metáforas, lejos de reducir a Dios a lo que nosotros comprendemos, subrayan, por su diversidad y su falta de adecuación, la incognoscibilidad de Dios. Esta característica del lenguaje metafórico sobre Dios se pierde, sin embargo, cuando sólo se utiliza la relación personal padre-hijo como única referencia para hablar de la relación entre Dios y el ser humano. En realidad, al excluir de la metáfora otras relaciones, el modelo del padre se convierte en objeto idolátrico, pues se acaba considerándolo como una descripción de Dios. En consecuencia, una razón para incluir las referencias maternas en el discurso de una tradición en la que el modelo paterno ha prevalecido siempre es la de poner énfasis en algo en lo que la tradición teológica negativa no ha dejado de insistir: Dios es, a la vez, parecido y distinto de lo que indican nuestras metáforas. Pero existen razones suplementarias para utilizar tanto metáforas femeninas como masculinos sobre Dios. La más obvia es que, dado que los seres humanos son masculinos y femeninos, si tratamos de imaginar a Dios “‘imagen de Dios’, es decir, de nosotros mismos, deberán utilizarse metáforas masculinas y femeninas”.[7]

Escribe Leonardo Boff:

La palabra de la revelación nos permite descubrir en la mujer una imagen y semejanza de Dios (Gn 1.27). Ella revela y concretiza históricamente determinados valores, dimensiones humanas y promesas que nos dan una cierta idea de lo que es el misterio de Dios. Sin ella conoceríamos menos de Dios. Ella es camino hacia Dios, y lo es de un modo propio e insustituible. Siempre que se margina a la mujer en la Iglesia, se perturba nuestra experiencia de Dios; nos empobrecemos y nos cerramos a un sacramento radical de Dios; y al mismo tiempo reprimimos en nuestro interior una profunda dimensión que existe y actúa en cada ser humano: la estructura femenina, que no es exclusiva de la mujer, sino que constituye una dimensión de todo ser humano, si bien con diferentes densidades y concreciones en cada sexo.[8]

Cerrarse al amor de Dios experimentado en femenino empobrece, antropológicamente, nuestra experiencia de lo masculino, y nos reduce la visión de lo humano como una plenitud múltiple vivida desde la diversidad. Dejamos de ver aquellos aspectos de la existencia que Dios mismo ha querido experimentar. Porque lo cierto es que necesitamos ambos rostros de Dios, pero no siempre al mismo tiempo, pues, como ha escrito Rubem Alves, a veces necesitamos el amor o el afecto de un hombre o de una mujer y en esos momentos no se requiere el amor del otro género:

Yo no puedo apasionarme por un Dios que es él y ella al mismo tiempo. Yo me quedo muy confundido. Porque, si es él y ella, es hermafrodita. Mis sentimientos de ser humano son separados: cuando yo amo a un hombre, yo tengo amor por un hombre (mi padre, mi hijo, mis amigos); también yo amo a mujeres (mi hija, mi esposa, otras mujeres, mis alumnas), pero son amores distintos. Entonces mi objeción es que ese lenguaje me perturba eróticamente. Yo creo lo siguiente: que el lenguaje teológico es un lenguaje que debe expresar el pulsar del deseo. Yo diría: a veces yo deseo una mujer, y cuando mi deseo es por una mujer, entonces Dios es una mujer. Sólo mujer. No hay por qué poner hombre en medio. A veces mi deseo es por un hombre -un amigo, un hijo- y cuando mi deseo es por un hombre, es un hombre. No hay que poner mujer en el medio [...] Lo que quiero decir con eso es lo siguiente: el nombre de Dios es un misterio, en el cual cabe el mundo entero.[9]

Ésta es la contraparte afectiva de la homofobia, es decir, la posibilidad de dar y recibir afecto de los dos sexos por igual, aunque tampoco al mismo tiempo. “La mujer y lo femenino son también caminos de Dios en su búsqueda de encuentro con el ser humano. Además del rostro paterno, Dios posee también un rostro materno. Su revelación y su gesta liberadora poseen también unos rasgos femeninos, virginales, esponsalicios y maternos. La plenitud de la hominización se expresa en un sentirse totalmente amparado en un seno materno e infinito. Sólo entonces tenemos la certeza de ser plenamente aceptados”.[10]

Dios nos sale al encuentro también como madre, en nuestra propia progenitora y en todas las mujeres que forman parte de nuestra vida. Es una realidad inevitable e insustituible, a pesar de las amargas experiencias que hayamos vivido. Nuestra fe y la idea de revelación que tengamos, también estarán incompletas si no abrimos el ser a esta posibilidad de encuentro. De las intuiciones de Alves surgió esta oración para dirigirse a nuestro Padre y nuestra Madre originario/a:

Padre…

Madre…

De ojos mansos:

sé que estás, invisible, en todas las cosas.

Que tu nombre me sea dulce,

la alegría de mi mundo.

Regálanos las cosas buenas en que te complaces:

el jardín,

las fuentes,

los niños,

el pan y el vino,

los gestos de ternura,

las manos sin armas,

los cuerpos abrazados…

Sé que lo que tú quieres darme es aquello que más hondamente

anhelo, el deseo que he olvidado…

Pero que tú jamás olvidas.

Cumple, pues, tu deseo para que yo pueda reír.

Que tu anhelo se cumpla en nuestro mundo, en la misma

forma que palpita en ti.

Concédenos el gozo en las alegrías de hoy: el pan,

el agua,

el sueño…

Líbranos de la ansiedad.

Que miremos a los demás con tanta mansedumbre,

Como tú nos miras a nosotros. Porque si somos violentos,

seremos incapaces de acoger tu bondad.

Y ayúdanos para que no seamos engañados por los malos deseos

y líbranos de aquel que carga la muerte en su mirada.

Amén.[11]


[1] H. Küng, Credo. Madrid, Trotta, 1994, p. 36.

[2] J. Gelman, “Preguntas”, en Hacia el sur. México, Marcha, 1982.

[3] M. Benedetti, “Si Dios fuera una mujer”, en Inventario. México, Nueva Imagen, 1985.

[4] Cf. J. Gelman, “Se dice”, en L. Cervantes-Ortiz, ed., El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana. Terrassa (España), CLIE, 2009, p. 413: “así como hombres y mujeres/ en su infinita bondad/ creen en Dios/ es posible que Dios/ en su infinita bondad/ crea en hombres y mujeres/ crea en mí/ ahora mismo/ que tengo el corazón violeta de tristeza”. (Diagonales del original.)

[5] Luis López Catalán, “Dios: Padre y madre”, en www.mercaba.org/Fichas/Claretianos/dios_padre_y_madre.htm.

[6] L. Boff, El rostro materno de Dios. Ensayo interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas. Trad. de A. Ortiz. Madrid, Paulinas, 1980.

[7] S. McFague, Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear. Santander, Sal Terrae, 1994, pp. 164-165.

[8] L. Boff, El Ave María, lo femenino y el Espíritu Santo. Trad. de J, García-Abril. Santander, Sal Terrae, 1982 (Alcance, 27), p. 9. Énfasis agregado.

[9] Elsa Tamez, Teólogos de la liberación hablan sobre la mujer. San José, dei, 1986, pp. 84-85. Cf. R. Alves, “A veces…”, en Saborear el infinito. Antología de textos. México, Dabar-Centro Basilea, 2008, pp. 201-215. “El Dios de la oración/poesía habita en mis deseos y ocupa los nombres de ellos:/ A veces, cuando el niño sin madre llora dentro de mí, Madre.../ A veces, cuando el niño quiere jugar, Padre.../ Cuando anhelo una Madre, Dios es Ella, sólo Ella. Cualquier y agregada a ella sería el fin de mi nostalgia./ Cuando deseo un Padre, Dios es Él, sólo Él: este es el nombre de mi nostalgia, en ese preciso momento.../ Si Dios no es llamado por el nombre de nuestra nostalgia más profunda, no hay respuesta. El nombre proferido sin pasión sería una mentira, una blasfemia... (pp. 206-207).

[10] Idem.

[11] R. Alves, El Padrenuestro. Meditaciones. Trad. de J. Pastor Buitrago. Bogotá, Paulinas, 2007, p. 7. Cf. R. Alves, “Este inmenso maternal vacío”, una hermosa reflexión sobre la necesidad de la madre, http://rubemalves-teopoetica.blogspot.com/2007/06/este-inmenso-maternal-vaco-1988.html.


Fuente: LUPA PROTESTANTE

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