Gabriel Moyano

Tengo un amigo que cuando le comento alguna reflexión, de aquellas que suelen surgir cuando el alma está en ese punto de rotura, me dice que las neuronas se me han subido a la parra. Lógicamente yo le digo lo mismo cuando le pasa a él. Y la verdad es que cuando alguien trata de reflexionar en aquellas cosas que no entendemos, nuestra reacción inmediata frente a él es de rechazar, por norma, su reflexión. Así nos mantenemos firmes en la doctrina que nos han enseñado y creemos firmemente.

Mucho me temo que la educación evangélica que hemos recibido, nos ha conducido, sin habernos dado cuenta, a un punto de aceptación sumisa en el que cuesta dar marcha atrás. Nos han enseñado las cosas como son y así hemos de aceptarlas. Y como esto no es negociable, nosotros hacemos lo mismo con aquellos que se integran en nuestras iglesias. Y no es que tenga nada en contra de este sistema educativo, porque es muy necesario que tengamos un conocimiento claro de las doctrinas que afectan a nuestra vida cristiana y que, sobre todo, nos mantienen unido a nuestras raíces. Pero otra cosa es que hayamos llegado a un punto en el que no se pueda cuestionar nada de lo que hay establecido y que cualquier reflexión sobre Dios y su encuentro con el hombre, puede resultar un atentado terrorista contra la fe.

Se hace necesario, pues, que hagamos un alto en el camino y que, de la misma manera que hubieron hombres que reflexionaron sobre la fe y que, gracias a ellos, tenemos hoy día un formidable cuerpo doctrinal, nosotros sepamos recoger el testigo y seamos capaces de hacer lo mismo para poner cosas que, muy posiblemente, estén fuera de su lugar. Y esto, muy a pesar de que a algunos les tenga que doler los oídos por las cosas que oigan. Pero esto no es solo trabajo de líderes, sino de todos. Porque la reflexión debe ser patrimonio de toda la comunidad eclesial.

A lo largo de la historia bíblica, encontramos hombres y mujeres que fueron capaces de colocar su reflexión por encima de su devoción con respecto a Dios y su actuación (Elías, Jeremías, Habacuc, David, etc., etc.). Personajes que no tuvieron inconveniente en pensar sobre Dios de forma diferente a como lo hacían sus contemporáneos e incluso mostrar su humanidad a través de sus dudas con respecto a la actuación de Dios. Eran personas muy devotas a la ley y a los esquemas religiosos de su tiempo, pero que mostraron no tener ningún miedo en presentar a un Dios muy diferente del que tenían aquellos que les rodeaban e incluso para ellos mismos, ya que también ellos habían sido educados en la ley y en las tradiciones del pueblo de Dios. Y es que, cuando la reflexión se antepone a la devoción, siempre se produce tensión.

Y tensión tuvo que ser lo que debió predominar en la vida de Jesús. No olvidemos que él mismo fue educado, desde pequeño, en la ley y las sagradas tradiciones de su pueblo. Y romper con esta educación, a causa de su reflexión, debió provocar en él tremendas tensiones. Pero su reflexión sobre Dios pudo más que su devoción. Y como consecuencia de ello, Jesús se enfrenta a los esquemas religiosos de su tiempo, hasta tal punto que muere en la cruz por causa de ellos. Porque el Dios de Jesús es diferente. Es otro. Y esta novedosa presentación de Dios ante el pueblo, no es fruto del hecho de que Jesús nace con este conocimiento, sino que desde muy joven ya debió empezar a contrastar su reflexión sobre Dios y el Dios que le presentaba la religión del pueblo. Y no es que el Dios de Jesús fuera diferente al Dios que mostraban los líderes religiosos, y que se mostraba revelado en el A.T., sino que la forma de entender a Dios y su actuación, era totalmente diferente. Mientras que los líderes se acercaban a las tradiciones y a la letra de la ley, Jesús reflexionaba en la interioridad de la persona de Dios. Y mientras crecía en esa reflexión, crecía en sabiduría y poder de Dios. Hasta que, llegado el momento, tuvo que decidir en su vida enfrentarse a todo lo que había establecido y presentar al Dios que estaba velado entre tanta devoción.

Y como Jesús, a nosotros se nos ofrece la posibilidad de no quedarnos con la letra de la sana doctrina y los esquemas establecidos, sino que tenemos la oportunidad y responsabilidad de presentar la verdadera imagen del Dios de Jesús. Una oportunidad que solo se nos brinda desde la reflexión. Por supuesto nos tendremos que enfrentar con muchos molinos de viento que trataran, en el nombre de Dios y la devoción que le tienen, hacernos cobardes. Pero la cobardía es patrimonio de los valientes.

Fuente: Lupa Protestante

Gabriel Moyano Lovera es Licenciado en Teología y miembro de una iglesia evangélica en Granollers (Barcelona)
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