jueves, 27 de enero de 2011

Pacifista de acero.(Samuel Ruiz García)


Hugo L. del Río

En Chiapas se concentra algo de lo mejor y mucho de lo peor que tiene México.

Hermoso estado: la naturaleza regaló a manos llenas lo que se roban los hombres y mujeres dominados por la codicia.

Ofenden la miseria y los males a ella asociados: ignorancia, fanatismo, suciedad, enfermedades, alcoholismo.

Y violencia: atroz violencia.

Olla donde hierve el caldo de las brujas. El diablo se esmeró en crear el infierno para los indios y los pobres. El malo envenenó a los chiapanecos con la ponzoña del racismo. La sociedad se partió en dos bandos enemigos: los indígenas y los coletos.

Así se llaman quienes se creen descendientes de europeos. Como si uno conociera el origen étnico de los ascendientes. Es mejor no sacudir las ramas del árbol genealógico. Lo más probable es que todos nos llevemos sorpresas hirientes.

En este microcosmos vivió don Samuel Ruiz García, cuyos restos mortales llegaron a su amado San Cristóbal de las Casas a la hora primera del martes. Su deseo: descansar en la Catedral de La Paz.

Es tan hermoso San Cristóbal. Y tan injusto. Vi a los indios caminar por el arroyo con la vista baja: la banqueta era sólo para los coletos.

“Todos los indios son güevones y pendejos”, me dijo un general del ejército mexicano. El tío no era precisamente hijo de escandinavos. En la Alabama de los años treinta del siglo pasado no lo hubieran dejado entrar al centro de ninguna ciudad, de ningún pueblo rabón.

Falso, respondió el obispo con su obra y su palabra. Falso, reconfirmaron en 1994 los indios armados. Los balazos y los gritos en demanda de justicia se escucharon en todo el mundo.

¿Dónde está Chiapas, qué sucede allá?, preguntaron hombres y mujeres en todos los idiomas. ¿Cómo, el obispo tiene afinidad con los indios y, además, se rodea de ateos, protestantes, deístas y todo eso?

Nada: los coletos olvidaron que el pueblo de los chiapa era indomable: antes que rendirse al conquistador se arrojaron al vacío en El Sumidero, ese increíble, hermoso y trágico despeñadero bañado en su base por aguas broncas.

El salinato se declaró sorprendido por la rebelión zapatista. No tenía por qué. Proceso ya había publicado algún reportaje sobre campamentos de la guerrilla. Algunos militares fueron abatidos por hombres y mujeres, quienes todavía esperaron durante largo rato la orden de tomar por asalto media docena de pequeñas ciudades.

El obispo se hizo escuchar por éstos y aquéllos. Vino una paz frágil. Sigue estando basada en la injusticia.

Los coletos se ofendieron. “Samuel, llévate a tus indios a la selva”, gritaban.

No era para menos. Por vez primera, los indios caminaban erguidos, con el orgullo y la dignidad propios del ser humano.

Tampoco perdonaron a don Samuel los gobiernos de México y Estados Unidos.

Pero el peor enemigo fue su propia Iglesia: encabezaron la legión negra el entonces nuncio apostólico Girolamo Prigione –sí, el mismo que dialogó con los Arellano Félix del cártel de Tijuana—y nada menos que el buenazo de Marcial Maciel:

--Dejad que los niños vengan a mí, decía el legionario.

Dos veces fue nominado el obispo para recibir el Nobel de la Paz. Lo vetaron Washington, el Vaticano y el gobierno de México: Salinas de Gortari, ya desde niño asesino; y Ernesto Zedillo, mediocre y mezquino.

Pero don Samuel no necesitaba el Nobel. Para qué.

-- Me dan mucha lástima los hombres que no tienen amigos, pero me dan más lástima quienes no tienen enemigos, dijo don José Martí.

El prelado volvió a lo suyo: trabajar por la paz. Negoció entre el gobierno y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Cristiano en verdad, siempre procuró el entendimiento entre los hombres y mujeres.

Mi compadre y colega Rafael Cardona recordó que en 1977, cuando sufríamos los dolores del parto de UnomásUno, don Samuel fue noticia: evitó que el pueblo de Ocosingo, justamente indignado, linchara a siete policías. Cardona viajó allá y le hizo una entrevista a este hombre siempre atento a privilegiar el diálogo sobre la furia.

Qué no dijeron en su contra: y qué no hicieron. Error tras error: el amor a la paz no ha sido nunca manifestación de debilidad. El obispo pacifista tenía alma de acero.

Ahora se fue. Sobrevivientes del baño de sangre de Acteal –más de cuarenta hombres, mujeres y niños asesinados a tiros y machetazos—le dieron el adiós:

-- En donde quiera que estés, ánimo y felicidades Tatik (padre) Samuel por cumplir un año más de tu ordenación episcopal y de servir al pueblo de Dios.

Hizo tantas cosas: entendió que de los indios iba a aprender: ellos le enseñaron sus hablas y con ellos el señor Ruiz, sacerdote de la Teología de la Liberación, fundó la Iglesia Autóctona de Chiapas.

Ignoro si don Samuel leyó a Tom Paine, el inglés que hizo suyas las mejores causas de la humanidad; actor de la Independencia de Estados Unidos y de la Revolución Francesa, escritor de garra. En La edad de la razón, dice: El deber moral de los hombres consiste en imitar la bondad y magnificencia de Dios.

Fuente: Análisis a Fondo

15diario.com

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