miércoles, 22 de junio de 2011

¿Dónde está tu hogar? Juan, 14:1-6


Marta López Ballalta

Lo más maravilloso de las buenas nuevas es que no son un compendio de teorías teológicas. El mensaje de Jesús son las acciones del Dios encarnado. Un Dios que come, bebe, comparte la mesa, camina, se cansa, llora, que tiene amigos y enemigos, que tiene vecinos y parientes. Un Dios tan encarnado que comparte nuestro mismo destino: nacer y morir.

Y esta implicación tan íntima de Dios con el ser humano nos demuestra que el mensaje del evangelio es esperanza real para los que vivimos hoy en este mundo, porque es un mensaje que se preocupa, no por lo que sucederá después de nuestra muerte, sino por lo que hoy nos sucede en nuestras vidas. Este pasaje de Juan contiene muchísima información teológica, pero más allá de la teoría, más allá de discusiones sobre soteriología o trinidad, este es un pasaje muy intenso, y, si me permitís la expresión, muy humano.

En su peculiar relato de la última cena, Juan hace una recopilación de muchas promesas y reflexiones de Jesús. Pero estas palabras no están hechas desde un Cristo exaltado, sino desde la boca del Dios hombre que está sufriendo y preocupado. Un Cristo que sabe cual es su destino, un destino ya inminente. Le quedan pocas horas para estar con los suyos, y, tal vez pensara: “Oh Padre, ¡qué rápido ha pasado el tiempo! Me quedan tantas cosas que decirles, tanto que explicar”.Juan ya ha insinuado que lo que han aprendido los discípulos hasta ahora no les ha preparado para lo que ha de venir. Pedro primero no quiere que Jesús le lave los pies, y tiene que volver a explicarle, como ya ha hecho tantas veces, cuál es la nueva escala de valores del reino; después le insiste, el mismo Pedro, que él puede seguirle, allá donde vaya, “¡Cuántas veces te he explicado que debo morir! ¡no puedes seguirme a la cruz! Pedro, ¡vas a negarme!”.Tomás tampoco ha entendido mucho: “muéstranos al Padre”. “Tomás, por favor, ¿qué no has estado conmigo todo este tiempo?”, “¿Cómo voy a dejarlos solos? Se hundirán, perderán la fe. Padre, no sé si están preparados”. ¿Cuáles son las palabras que Jesús podía dejarles? ¿Qué podía decir para que mantuvieran la esperanza hasta la resurrección?

Van a suceder muchas cosas, demasiadas, cosas intensas, dolorosas, y no hay que perder a ninguno.

A ninguno de los hombres y mujeres que habían seguido a Jesús en ese camino que fue la vida del Dios hombre, un camino al que todavía le queda un trágico final.Hombres y mujeres que lo abandonaron todo por Jesús, el maestro. Que dejaron casa, parientes y amigos, que abandonaron sus trabajos, sus barcos y sus redes. Hombres y mujeres que lo habían dado todo por él, aun sin haber acabado de comprender quién era y hacia donde iba. “No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí.”

Así se inicia nuestro pasaje, un pasaje que, como ya decíamos, tiene más de consuelo vital, que de tratado teológico.

¿Qué es lo que quiere Jesús? ¿Cuál es la intención de sus últimas palabras? Leemos en Jn 17, 11: “Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti. Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno”. Jesús debe irse, pero ellos no deben separarse, así, debemos leer estos pasajes, a la luz de esta intención de Jesús: mantener la unidad de todos ellos, hasta el día de la resurrección. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros.”

La lectura de estos versículos se ha hecho, muchas veces, en clave escatológica. Y no digo yo que no contengan una esperanza de hacia dónde va la nueva creación que se realiza en el Dios hombre. Pero más allá de esto, son palabras que consuelan al peregrino. Vosotros que dejasteis todo por mí, por seguirme; no temáis, creed y confiad, porque la cruz va a prepararos un lugar nuevo, un nuevo hogar. La obra del Cristo, la resurrección del Dios hombre, crea, no solamente una nueva esperanza futura, sino, y por encima de todo, una esperanza presente, que se concreta en un nuevo hogar para los que lo abandonan todo por él.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Tú que lo has abandonado todo por mí, tú que has caminado conmigo, que dejaste, como Abraham y Sara, a tu parentela, para ir allí dónde Dios te mandaba. Tú que dejaste tu casa por mi, no temas, cree y confía, porque yo he formado un pueblo que va a ser un nuevo hogar para ti. Nuestras casas se levantan con ladrillos, pero nuestros hogares se crean con las personas que nos rodean, las piedras vivas que respiran contigo, trabajan contigo, ríen y lloran, nacen y mueren, todas unidas por la piedra escogida por Dios: Jesús.

Vivir es un largo camino y ese camino es Jesús. Él no es un pasaje al cielo, él no es un billete para una vida futura; él es el ejemplo, él es quien nos enseña como vivir, él es el que camina delante de nosotros, siempre hacia delante, marcando los pasos para que podamos seguirle. Las buenas nuevas para el ser humano son una proclamación del Dios hombre que se implica y vive con nosotros, que nos prepara el camino, que nos acompaña. Proclamar a Dios es vivir como vivió Jesús, en la confianza de que el próximo paso no lo vas a dar solo.

Jesús preparó un nuevo hogar para vivir, un nuevo pueblo. Muchas veces nos asusta tener que empezar de nuevo, pero Jesús nos dice: “No temáis, creed y confiad” porque la vida es un camino siempre hacia adelante y, más allá de vuestro lugar seguro, yo he preparado hogares para vosotros.

Fuente: LupaProtestante

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