jueves, 15 de septiembre de 2011

Iglesia e Imperio.


Escrito por JONATHAN NAVARRO

La última visita del papa Benedicto XVI a la Comunidad de Madrid, me ha hecho reflexionar sobre los primeros siglos de cristianismo, antes de la reforma, los primeros quince siglos de historia, después del acontecimiento Cristo.

Es notar que nuestro cristianismo actual sigue enfrascado en cuestiones que ya se dieron, en conflictos ya abordados. Creo que podemos ver cómo las preguntas se repiten, aunque a veces las respuestas cambien, y podemos reflexionar si, en el fondo, hemos aprendido algo de nuestra historia.

Adiós Jerusalén, ¿Alejandría? ¿Antioquía? ¡Hola Roma!

La propuesta auténticamente paulina está frontalmente en contra de los valores de la sociedad greco-romana. Pero ya la mujer cae en la epístola a los Colosenses[3] de la primera triada presentada en la epístola a los Gálatas[4], y vemos un cambio de 180º en las tardías epístolas pastorales[5].

Esto nos habla del proceso que sufre el cristianismo para introducirse en el mundo greco-romano:

El primer periodo en el que reflexionamos destaca por la ruptura del cristianismo con el judaísmo y su expansión en el mundo entero, es decir el imperio Romano, supuestamente gracias a Pablo[1], y más allá por el oriente.

Las facilidades para la expansión del cristianismo son evidentes, pero no son siempre suficientemente analizadas. Por ejemplo algunos proponen la “anulación de las fronteras sociales”, y seguidamente se hace referencia a la cuestión de los esclavos y a las mujeres. Precisamente este punto es parte del nudo gordiano al que se enfrenta la expansión del cristianismo: la inculturación[2].

1.Apologética de los códigos domésticos romanos,

2.Refuerzo del patriarcalismo y finalmente

3.una espiritualización de las aspiraciones fraternales y sociales.

Este desarrollo lo podemos observar también en el proceso de canonización de las escrituras cristianas, donde van a ir excluyéndose aquellas que no responden bien a esta inculturación por su radicalidad.

Consecuentemente vemos cómo la mujer va a ir desapareciendo paulatinamente de la historia de la iglesia. En estos siglos sólo serán relevantes sus nombres en parte del cristianismo no ortodoxo.

Pero hemos de destacar que esta inculturación no es total. Hay áreas en las que la iglesia no sólo no va a transigir sino que tendrá que atrincherarse. Como por ejemplo el monoteísmo y consecuentemente la negación del culto al emperador, o la afirmación de la resurrección de la carne[6].

Será entre el II y el III siglo, la época de los apologetas: los encargados de defender la fe cristiana ante el mundo entero.

Reflexiones

Los primeros tres siglos nos hablan unas tensiones que sorprendentemente no nos son tan lejanas:

I.La necesidad de definir la doctrina frente a las herejías de estos siglos. Una necesidad que nos acompaña hasta el día de hoy, aunque no su metodología sí el objetivo: definir qué es el cristianismo frente a la multitud de confesiones existentes[7].

II.La necesidad de ir actualizando nuestro lenguaje. De la misma forma que la teología de estos siglos tiende a ir cogiendo el leguaje de la filosofía (veremos en el momento de los concilios la culminación de este hecho). Durante toda la historia la iglesia vive la tensión de trabajar con sus propias definiciones y las de la sociedad en las que se ubica. Este fenómeno se repetirá en la ilustración, modernismo, etc., hasta nuestros días. Precisamente es ahora cuando un pretendido conservadurismo intenta luchar por perpetuar un lenguaje bíblico en contra de los nuevos paradigmas surgidos a raíz del pos-modernismo. Esto nos lleva al último punto.

III.La tensión entre inculturación y autenticidad. La misma tensión que vemos en los inicios del cristianismo que plantea la preguntas: ¿Qué es negociable en nuestra fe? ¿Qué obedece a presupuestos culturales? Podemos hacerlas hoy. Vemos que, como en los primeros siglos, las respuestas no son fáciles.

¡Con la Iglesia hemos topado, Sancho!

La iglesia finalmente consigue la ansiada unidad, ¿a qué precio? La unidad siempre tiene un precio.

Pero este camino hacia la unidad es lo que va ha hacer que el Imperio vea en el cristianismo su salvación. No la salvación evangélica, sino la salvación de la atomización y consiguiente destrucción de un Imperio sumido en una profunda crisis.

Es entonces cuando la Iglesia deja de ser la traidora que se niega a dar culto al emperador para ser la fe del Imperio. Pasará también de ser la perseguida a la perseguidora de aquellos que no confiesen su fe.

Así el giro constantiniano nos pone en el s. IV en el camino de la Iglesia-Imperio.

Los concilios ecuménicos se encargan de depurar la fe una vez dada a los santos y prácticamente se va consiguiendo una sola colección de libros para todos los cristianos, la Biblia.

Es la lucha por la ortodoxia en la que la iglesia se auto-depura y como es de esperar en este proceso se van excluyendo distintos cristianismos, a saber: los más judaizantes y los más gnósticos. Podríamos decir que se impone “el centro” aunque cabría preguntarse si un cristianismo tan preocupado por la definición y por el contenido, no era a su vez un tipo diferente de gnosticismo.

También nos encontramos con la dificultad que encuentran las definiciones filosóficas para aterrizar en las iglesias. Esto nos debe hacer pensar cuántas veces las definiciones de los doctores de la iglesia quedan “arriba” y cuan lejos están del “cristiano de a pie”. ¿Puede ser lo que califica Marina[8] como un salto de la historia a la ontología? Esto es evidente al comparar el Credo Apostólico con las definiciones del Concilio de Calcedonia[9]. Para entender el segundo, hace falta ser ducho en un vocabulario y en una filosofía que supongo extrañas no ya para nosotros sino también para sus coetáneos. Desde luego ser cristiano ortodoxo se convirtió en asentir a una definición de la fe incomprensible más que a una experiencia vital, y esto es pagar un precio[10].

Quizá el precio más caro que se pagó al unir la Iglesia con el Imperio fue la unión del poder terrenal con el espiritual. Los primeros cristianos confesaban una fe cuyo premio era la persecución y el martirio, en el mejor de los casos tendrían una vida señalada por la desconfianza de sus vecinos. Ahora unirse al cristianismo sería, además de una obligación, una oportunidad para prosperar en el nuevo Imperio. No es de extrañar que un siglo después muchos cristianos decidieran separarse del mundo dando una nueva fuerza al fenómeno del monasticismo.

Reformando lo reformado y vuelta a empezar

Y podemos afirmar que con el periodo monástico empieza a girar lentamente la rueda reformista, claro está no aún de la Reforma del s. XVI.

Podemos ver que cada movimiento de renovación en la iglesia acaba corrompiendo su sentido original, dinámico, casi carismático, para acabar en otra institución más, unida a los poderes y debilidades terrenas. Ni siquiera el aislamiento de los movimientos monásticos le protege de esto. Y una vez tras otra surgirá otra visión, otra renovación, que buscará que el cristianismo no sea sólo una confesión y un rito, sino una vida de dedicación a la piedad.

No podemos obviar que otra vez la gran institución mirará con recelo estos movimientos y mirará de atraerlos hacia sus redes. Otra vez volveremos a vivir la historia de la ortodoxia: la guardiana de la fe dada una vez a los santos se encargará de que cada movimiento que se desvíe de la ortodoxia dogmática sea re-conducido o erradicado.

Mientras tanto la Iglesia institucional sigue con sus problemas de inculturación, esta vez plasmada en el surgimiento de la escolástica, volviendo a embarrarse en la búsqueda de definiciones; en la cosmovisión neo-platónica y aristotélica; y en el intento de diseccionar el misterio en vez de vivirlo.

Aquí es cuando cobra fuerza la idea de un Dios que necesita descargar su ira (Anselmo de Canterbury), evidenciando aún más el divorcio teológico entre occidente y oriente[11], aunque en los monasterios encontramos todavía a teólogos como Bernardo de Clairvaux interesados más en la ortopráxis, en el significado del ágape cristiano.

Reflexiones finales

Es interesante ver cómo la historia de la iglesia cristiana sigue luchando con los mismos problemas: ortodoxia-ortopraxis, inculturación-autenticidad, cosmovisión filosófica y separación de la alta teología del pueblo.

Podemos concluir que ante estos retos no nos queda más que aceptar que la iglesia debe vivir en la rueda constante de la renovación-institucionalización, es inevitable. Quizá adivinaron esto los reformadores cuando acuñaron la máxima: “ecclesia reformata semper reformanda”, aunque como sabemos no siempre se ha sabido aplicar.

Pero es innegable que, al leer la historia de la iglesia cristiana, se torna fascinante el poder vernos como en un espejo, como si el tiempo ni hubiera pasado apenas, y poder descubrir que nuestras penalidades son muy similares a las que otros cristianos tuvieron que enfrentarse, y por la gracia de Dios seguimos aquí luchando, quizá contra nosotros mismos.

Jonathan Navarro
Estudiante de teología en SEUT


Bibliografía

Aguirre, R. Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana. Ensayo de exégesis sociológica del cristianismo primitivo. (Estella (Navarra): Verbo Divino), 1998.

Calvino, J., Institución de la religión Cristiana, COMPLETAR

Juan Pablo II, Carta Encíclica “Redemptoris missio”, http://www.vatican.va/edocs/ESL0040/__P6.HTM (acceso 26/11/2010).

Harnack, A., What is Christianity?, (New York: Harper Torchbooks) 1957.

Marina, José Antonio, Por qué soy cristiano, (Barcelona: Anagrama) 2005.

Rahner, K. Escritos de Teología, Vol. II., (Madrid: Ediciones Cristiandad) 2002.

Tamayo-Acosta, Juan José, Nuevo Paradigma Teológico, (Madrid: Ed. Trotta) 2004.

Weiss, J., Earliest Chistianity. A history of the period a.D. 30-150, Vol I., (New York: Harper & Brothers) 1959.


[1] Ver Harnack, A., 1957 pp. 176-190. Aunque ya existía una comunidad en Alejandría y llegó muy tarde a Roma donde ya había cristianos.

[2] O “contextualización” según se prefiera.

[3] “donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni extranjero, esclavo ni libre, sino que Cristo es el todo y en todos.”

(Colosenses 3:11 RVR95)

[4] “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”

(Gálatas 3:28 RVR95)

[5] Para una discusión completa sobre el tema de Pablo y la mujer, y el cristianismo primitivo y los códigos domésticos ver Aguirre, R., 1998, pp. 187-220.

[6] Muy interesante al respecto la dificultad histórica de este dogma, que sufre una lucha constante desde la conversión de los Padres en filósofos, con la dificultad implícita de defender la victoria de la carne en el espíritu, hasta nuestros días con la desmitologización. Cf. Rahner, K., 2002, pp. 199-212.

[7] El mismo proceso sufrió la Reforma durante la época de las Confesiones, y siglos después con la proliferación de nuevas confesiones como Testigos de Jehová, Adventistas y un largo etc.

[8] Marina, J.A., 2005, pp 43-53.

[9] Tamayo-Acosta, J.J., 2004 pp 175-176.

[10] Ibid. pp. 121-137.

[11] Marina, 2005, pp. 75-76.

Fuente: Lupa Protestante

No hay comentarios:

Publicar un comentario