martes, 14 de febrero de 2012

La comunidad sacramento.


José Luis Servera

Este texto lo escribió el autor para la reflexión interna en su comunidad cristiana, la de La Esperanza en Campanar (Valencia). El fin era iluminar la práctica de lo que ya hacen allí, a la luz de una entrevista hecha a Marcel Légaut en 1985 y publicada en español recientemente. Pero esa reflexión la pueden compartir seguramente muchos de los visitantes de ATRIO.

Légaut insiste en la necesidad de la fidelidad con la Iglesia, en que es importante. Según él, el mejor lugar para trabajar por la Iglesia o bien es al lado de la puerta, un poco en el interior, o bien al lado de la puerta y un poco al exterior. Es donde hay corriente de aire. ¡Uno se duerme en el coro, y las cosas suceden en las fronteras, en los límites! La experiencia lo demuestra.

Todos sabemos que Jesús vivió en la frontera a su manera. Llegó, es decir, su misión y sus circunstancias le llevaron a las fronteras de su pueblo ¡fronteras que eran también los límites de su religión! Una de las cosas fundamentales que Jesús vivió, ilumina algo también fundamental de nuestro camino en nuestra época: frente a la Iglesia de nuestro tiempo, nos cabe tener la misma actitud y conducta que tuvo Jesús frente al Israel de su tiempo, que era “su Iglesia”, pues era su religión, además de que Israel era su pueblo, dado que entonces ambas cosas no estaban separadas.

La Iglesia, tanto la alta jerarquía por su inmovilismo como la mayoría de católicos por su impreparación han hecho sufrir mucho a los que mejor preparados percibían lo que se avecinaba.

Nosotros debemos desarrollar nuestra interioridad, la vida espiritual y una comprensión profundamente humana de Jesús de Nazaret.

En los primeros tiempos, en seguida se elaboró una teología, o bien enraizada en la tradición judía o bien conforme a las perspectivas griegas. Todo esto obnubiló, por así decir, la inteligencia posible acerca de lo vivido por Jesús. Lo que sin embargo les debiera haber interesado entonces, y lo que ahora nos interesa, “es cómo Jesús podría hacernos vivir de verdad”. Por esto, insiste Légaut, en que el renacimiento venidero de la Iglesia será más espiritual e interior que el del comienzo. El segundo aliento de la Iglesia será más espiritual que el primero.

Nuestras parroquias, en general, son una muestra del estado agonizante de la cristiandad de antaño.

Los que dejaron la fe y la vuelven a descubrir, perciben muy bien que sólo hay un sacramento y se desarrolla a través de la Comunidad de fe. La vida espiritual tiene necesidad de expandirse, de extenderse, de comunicarse para poder existir. El compromiso es tanto una consecuencia de la vida espiritual como una condición de ésta.

El punto de partida, la base de una Comunidad de fe es ayudar a sus miembros a llegar a ser discípulos de Jesús de Nazaret. Para ello, creo que la Iglesia debe ayudar a los creyentes a tomar conciencia de la situación política y social por medio de su propia vida espiritual, y luego que cada uno se comprometa, de una u otra forma, según su propio camino, sin querer nosotros precisar más las cosas.

Los cristianos tienen que convencerse de que, cuando se reúnen para hablar de Jesús de Nazaret, para reflexionar y meditar sobre el Evangelio, no pierden el tiempo aunque no comulguen. Basta reunirse dos o tres en su nombre para no perder el tiempo y cumplir la voluntad del Señor. Convencerse de esto, según Legaut, es de capital importancia.

Hay que ser modestos; hay que empezar por tomar conciencia de que, cuando varios se reúnen en su nombre, algo pasa en cada uno que justifica todas las dificultades y sacrificios que hay que hacer para que estas reuniones se puedan dar.

Porque el sacramento no es otra cosa que la actividad de una Comunidad de fe que actualiza a sus miembros en una dirección precisa y, para unos miembros determinados, la presencia de Jesús en dicha Comunidad por el hecho mismo de haberse reunido en su nombre, es algo muy importante.

Es evidente que cierta jerarquía es necesaria e indispensable. Pero considerar que esta jerarquía tiene un carácter absoluto y sagrado, tal como comenzó a atribuírsele cien años después de la muerte de Jesús y hasta ahora es lo que constituye una dificultad y la objeción mayor. Por eso, según Légaut, la celebración del pequeño grupo le parece importante, porque desplaza el poder de uno sólo a unos cuantos y esto es bueno para la Iglesia y las comunidades.

¿Qué se nos puede reprochar? No podemos decir “Misa”, no queremos ni celebrar un sacrificio, ni reproducir un acto litúrgico. Lo que queremos hacer y hacemos es una comida fraterna basándonos en el dicho de Jesús, de que cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, Él está entre nosotros. Comemos un trozo de pan, bebemos un sorbo de vino, y así actualizamos y hacemos sensible lo ocurrido hace veinte siglos.

¿Cómo desarrollar dicha actualización? Primero, poniéndonos en presencia de Dios, leyendo un pasaje del Evangelio y comentándolo entre nosotros. Posteriormente repartiéndonos el pan y el vino. Acabar rezando todos de pie un padrenuestro y dándonos la paz del Señor.

Con este tipo de celebración de la Cena del Señor acabamos con el sentido sacrificial y expiatorio de las eucaristías tradicionales y con sus intercesiones y mediaciones, pues el Dios que nos descubre Jesús de Nazaret no las exige, haciéndose innecesaria una traducción y reinterpretación de la misa litúrgica con todo el desfase conceptual y carga dogmática que conlleva.

Légaut cree que la actividad de la Cena que hemos descrito, es una de las mejores formas para que una Comunidad de fe tome conciencia de la originalidad de lo que Jesús de Nazaret vivió en el fondo de su ser.

Nota : Citas tomadas de la entrevista realizada a Marcel Légaut por Michel Dubois en el Mas de Rubiac, Cazevieille en octubre de 1985. En Cuadernos de la Diáspora, nº 23, noviembre de 2011. Asociación Marcel Légaut.

Fuente: ATRIO

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