viernes, 8 de febrero de 2013

La intransigencia.


Jaume Patuel, 07-Febrero-2013

La Real Academia de la lengua Española define la palabra intransigencia como: ” Condición de quien no transige o no se presta a transigir”, e intransigente como: “Que no transige”. Por tanto hemos de buscar transigir: “1. Consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia. 2. Ajustar algún punto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa.”

Verbo que viene del latín: transigere, y que significa, pasar, cruzar. Por tanto el intransigente no cruza (nunca) y el transigente cruza (siempre). Tanto una actitud como otra no deberían ser valores absolutos. Podríamos decir que los dos extremos como actitudes absolutas podrían indicar cierta patología mental o actitudes inhumanas.

Una persona debe ser intransigente con ciertos valores que deben razonarse, ser visibles y necesarios para la vida y la existencia. Concretar los casos dependerá de la concepción antropológica del Ser Humano. Pero creo que desde una razón equilibrada, recta y prudente, una intransigencia ante la dignidad que a todo Ser Humano se le debe conceder, como también a un colectivo, es cuestión esencial. Añadiría a lo anterior que a nivel vital, todo Ser Humano también debe trabajar para hacerse respetar su propia dignidad y ganársela. En tal caso se es intransigente, hasta incluso aceptando la muerte. Así como es necesario también ser transigente con ciertos valores que tienen un valor relativo o que no son tan necesarios para la vida propia o colectiva. Entonces se transige en favor de la convivencia.

Por tanto, la intransigencia como la transigencia son actitudes o valores relativos. Aquí entra de lleno el sentido común, la cordura, la prudencia, la reflexión, el respecto y el tener en cuenta las historias de honradez con un amplio abanico de consideraciones. Todo conducido a través del diálogo, entendido como instrumento para vehicular el poder de la razón, y no mediante la dialéctica impositiva, es decir usando la fuerza o la razón del poder.

Una actitud intransigente es sana, valiente y se debería de ejercer frente la razón o la fuerza del poder cuando éste se manifiesta con ignorancia, estupidez o narcisismo. El problema recae cuando “la ignorancia, la estupidez” la manifiesta de forma consciente o inconsciente (aquí la situación es todavía más peligrosa, conflictiva e irracional) la persona concreta o el líder o responsable que está estancado, anclado en un narcisismo personal. La gran dificultad, defecto, límite o patología mental de no poder soportar, aceptar y dialogar con las diferencias o la diferencia, puede llevarle a sentencias verbales irreflexivas, racionalizaciones incoherentes o amenazas verbales frente a la impotencia que siente al saber y experimentar, que el poder de la razón del otro es verdad. En este caso, tan solo tener que escuchar al que razona o expone, le resulta insoportable lo cual le lleva a evitarlo.

Una actitud transigente es sana y valiente cuando se sabe valorar el poder de la razón del otro, del que es diferente. Ello le lleva a ceder, a cambiar. Se da un pacto legítimo, razonable. Las dos partes dejan valores relativos de lado para respetar cada una de ellas, la dignidad del otro. El problema recae cuando la debilidad, el miedo, la necesidad, el ahogamiento, la fatiga, los efectos del abuso de poder del fuerte hacen tambalear o sacuden la fuerza del débil, que debe transigir solo para vivir aunque sea sin dignidad. También se puede transigir por intereses escondidos, codiciosos en beneficio de unos cuantos. En tal caso se deja de luchar, de exigir, de reclamar aquello que le ha sido sustraído, no considerado o tenido en cuenta. Por no sufrir, por no hacer esfuerzos, la transigencia absoluta puede ser también una enfermedad mental, una falta de escala de valores o un síntoma de debilidad personal.

También puede darse el caso de la transigencia absoluta, la esclavitud, frente una intransigencia total, conquistadora. Me viene a la memoria el año 1492, la conquista de América, de forma intransigente hacia los nativos. Me recuerda también una novela, de base histórica, de un escritor argelino Anouar Benmalek, escrita en el 2007 con el título de Ô Maria i traducida al castellano en el 2012 con el título de La esclava. La historia transcurre “en la convulsa Sevilla del siglo XVI, donde una morisca lucha por la libertad, allá por el año 1569″. También me recuerda la temática de Víctor Hugo reflejada en el film Les misérables. Todas estas “memorias” son de plena actualidad, siempre y cuando la ignorancia, la estupidez o el narcisismo no bloqueen la rezón. La razón es este instrumento único que tenemos para ver los diferentes significados o sentidos, o que es la vida o el vivir hoy en día. En última instancia, es el medio para valorar la lucha por la libertad y la dignidad.

Tanto la prensa de la pantalla como la del papel, por no mencionar las noticias de la televisión, presentan un mundo agitado, convulso, repleto de noticias contradictorias. Un mundo en plena locura. Un mundo donde la calumnia, la mentira, el perjuicio, la falsedad, el engaño son las monedas ordinarias en los discursos, en los parlamentos. Por este motivo se hace necesario un ojo y unos oídos críticos. Pero no hay tiempo para hacerse una idea global y entonces es cuando debemos confiar en algún otro, en un líder, ¿pero acaso existen?

La intransigencia, como la transigencia no son valores absolutos, pero sí que son valores reales que deben mostrarse con el raciocinio y valentía suficientes para escuchar, dialogar, respetar y tomar decisiones. Resumiendo y a grosso modo, las hegemonías de la intransigencia depositadas en la cultura occidental y en el concepto de Estado, entre otras, no pueden soportar ni las diferencias ni las exigencias. Tan sólo persiguen las transigencias de los otros. Dicho de otro modo, es la aplicación de forma absoluta y sin replica posible de la ley del embudo: lo ancho siempre para mí y lo estrecho siempre para tu. Sin olvidar nunca que el paso o el dialogo de la intransigencia a la transigencia tiene su inicio en la interioridad de todo ser Humano si uno quiere ser digno y libre. Nadie da aquello que no tiene o experimenta en sí mismo. Ciertamente, comenzar por uno mismo ayuda a comprender al otro.

Fuente: Atrio

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