martes, 26 de febrero de 2013

Mi nuevo paradigma teológico -3-


Juan Luis Herrero del Pozo

I. DIOS SE HACE CARNE EN LA “CREACIÓN”

Continuación de I. Cómo nace mi nuevo paradigma

En el capítulo precedente hemos observado algo importante: el conocimiento de Dios no era una evidencia sino una apuesta razonable por su existencia. Ahora bien este salto hacia la trascendencia lo hemos efectuado desde las realidades que nos rodean y no por argumentos de autoridad sino gracias a la capacidad de nuestra mente. Ahora damos un paso más: no existe otro camino que sea más seguro y con menor riesgo de error; ni mucho menos existe otro camino que pueda superarlo.

La palabra de un profeta está supeditada a idéntica subjetividad que la nuestra propia; añade además una mediación más que ha de pasar todos los filtros de la crítica histórica. En la “creación” el misterio de Dios se entrega por entero, el cosmos es su palabra. Desde este ángulo Dios no nos puede fallar… pero puede fallar nuestra relación con las cosas que pueden cerrar o desdibujar el acceso a Dios. En estas pocas líneas se alzan preguntas definitivas sobre la dogmática cristiana. Enseguida lo vemos.
II. 1 Las cosas son las huellas de Dios.

Utilizo el término “creación” porque es conocido en nuestra cultura aunque matizaré su contenido tradicional.

Si tan sólo nos rodea la realidad creada parecería que nos encontramos bien solos e indefensos ante la ambigüedad con la que el mundo se presenta. Es la firma y rúbrica del Creador, es su huella, su grito, el destello de su grandeza y belleza, puede, sin duda ser su icono pero también el ídolo que lo suplanta. Esto dice bastante de lo extremadamente delicado que puede ser su manejo. Esto dice mucho de la sensibilidad espiritual que inundaba al hagiógrafo cuando deslumbrado en su experiencia interior por la trascendencia de Yahvé prohibió rotundamente sus imágenes. Difícil equilibrio: todo es imagen de Dios y al mismo tiempo su fetiche. Algo serio nos están diciendo los hijos de Ismael con su radical rechazo de cualquier representación divina a los cristianos que las prodigamos sin pudor. ¿No es esta prohibición bíblica la lejana raíz de la radicalidad apofática a que se sintieron impelidos los místicos ante la deslumbrada experiencia del Inefable? Deslumbrados por la suprema Belleza, toda representación directa les hería en lo más hondo: “¡No, Dios no es así, atrás los idólatras!” Y sin embargo…

Es preciso insistir en esa perversión de erigir en algo absoluto el carácter de seductora inmediatez que del icono hace un ídolo. Me explico: con el icono captamos el destello que las cosas reflejan de Dios. El destello es mediación no inmediatez. El destello sólo nos indica la fuente de luz, no la sustituye. Cuanta más grandiosidad de ser refleja la criatura más cercano sugiere a Dios. Por eso mismo, los ojos asombrados de un niño casi transparentan a Dios pero esos ojos ¡hay que saber mirarlos! ¡Por ahí se mueve la oración contemplativa! Cuando se alcanza esa mística penetrante que se identifica con la más grandiosa cumbre de la metafísica con corazón ¡se queda corto el hablar tan sólo de unión! Por ejemplo, cuando la unión alcanza su cenit en Jesús con el Padre se roza el infranqueable límite de la fusión. Y entonces la tenue y luminosa transparencia que distingue todavía creador y criatura confunde al extasiado discípulo y le hace poner en labios de Jesús “quien me ve a mí ve al Padre” y de su carácter de puro mediador apenas da cuenta el balbuceo jesuano “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Jesús debió quedar corto y Pablo insiste solapando creador y creatura “¡No es eso, no es eso! Ni ojo vio, ni oído oyó…”

Pienso que el más desnudo apofatismo es el callado lenguaje de las maravillas del Universo proclamando a su Creador: hablan en silencio, dicen sin decir, cantan en un vacío infinito su incontenible Inmensidad. Sólo en la silenciosa unión orante se nombra al Innombrable. Sólo cuando, transido el ser del Presente-Ausente, un día cualquiera, se desliza una callada lágrima por la mejilla ardiente atisba el espíritu sorprendido el latido del Ser tan cercano… Sólo cuando la mente y el corazón humanos perciben como Francisco en la humilde florecilla el grito de Dios se despierta y despereza la fe.

En nuestra existencia nos golpean evidencias sin saber de dónde brotan. Cuando se ha tornado romo y torpe nuestro sentir de las cosas, a fuerza de medirlas, etiquetarlas, definirlas, encerrarlas en conceptos, en precios de mercado, en cachivaches de adorno o disfrute, cuando se desvanece, en una palabra, la sabiduría que saborea la realidad honda de las cosas…creemos necesitar profetas que nos hablen en nombre de Dios y libros sagrados en que estén transcritas sus palabras. Cuando hemos inundado de ruidos nuestra celda secreta recurrimos al parloteo de los charlatanes sagrados. Charlatanes que no testigos del Inefable. Porque los auténticos Testigos del Inefable son aquellos en quienes se funden palabra y acción por la vivencia radical de la Buena Noticia del “otro mundo posible”. Los profetas charlatanes -casi siempre sin credenciales- nunca sustituirán nuestra lectura torpe de las cosas salidas de la mano de Dios.
II. 2 Del icono al ídolo.

Podemos dar un paso más. Las cosas son como las huellas del caminante.

Es más, son su imagen, ha quedado dicho, y el único camino hacia Dios al alcance -sin más revelaciones- de todos los seres de la historia y del mundo. Sin embargo, también ha quedado dicho que la sabiduría mística de los más antiguos hebreos proscribió toda imagen de Dios. Prohibición, por cierto, que los primeros cristianos, tan pronto contaminados de paganismo, enseguida debieron considerar ridícula y obsoleta. Tardaron en multiplicar imágenes y reliquias tan poco como, añorando a Jerusalén y a Garizim, en alzar nuevos templos y recuperar los viejos sacerdocios. La idolatría parece el reverso de la latría, perturba la función del icono degradado en imagen. La imagen siempre se ha prestado a la ambigüedad de representar o de sustituir. Pero el riesgo de perversión no invalida su función originaria, tanto más cuanto que, según lo dicho, la realidad cósmica, incluido el ser humano es la única vía hacia Dios. Pero cabe preguntarse si esa distorsión de perspectiva puede, en ciertos casos, alcanzar la inconsciencia de pasear por las calles unas imágenes santas como única manifestación de espiritualidad.
II.3 Del icono al silencio (apofatismo)

¿Qué ligazón básica es de todo punto necesario descubrir entre creatura y creador que nos sea significativa sin que implique proyección sobre lo numinoso de algo indebido y distorsionante?. Porque en relación tan delicada el más mínimo error de partida es capaz de generar las disfunciones más engañosas por creer que hemos acercado a Dios cuando sólo lo hemos contaminado. A cualquiera le resulta sugerente el abajamiento o “kénosis” de Dios pero no es difícil percibir que este concepto, salvo que sólo sea metáfora, es de muy delicado manejo. En cualquier instante podemos hacer saltar en pedazos el apofatismo. Nada más peligroso que un fetiche de buen porte ¿Cuál es la respetuosa sobriedad del lenguaje sobre Dios que salvaguarde su Perfección, conscientes de que un mínimo error no es a él a quien afecta sino a nosotros mismos?

Supuesto que el conocimiento de Dios no es inmediato sino mediado, por sus criaturas desde donde aquel arranca, el apofatismo a la postre constituye el tratamiento adecuado para no contaminar la fontal ligazón de Creador y criatura. Y aquí sí que habremos de evitar hablar por no callar: ni un concepto, ni una imagen, ni una palabra de más al asentar sobre el Ser Supremo todo cuanto existe o es pensable. El concepto que no sea estrictamente NECESARIO será SUPÉRFLUO… o, más precisamente, nefasto. No cabe término medio. (No me refiero, como es obvio, a esas perfecciones creadas que pueden ser dichas de Dios a guisa de metáfora y analógicamente, Padre, Amor, Misericordia, etc. aunque siempre con extrema cautela). Este punto es capital y el discernimiento metafísico que merece es además severo porque afecta a la íntima realidad del ser limitado y del Ser Infinito o a la relación entre ambos.

Cuando hemos abordado con la máxima precaución el conocimiento posible aunque imperfecto de la existencia de Dios por nuestra mente ¿a qué mínimos nos hemos ceñido? Sólo hemos afirmado que si las realidades conocidas no encontraban en Dios LA ULTIMIDAD DE SENTIDO todo quedaba sumido en el absurdo. Son afirmaciones lógica y ontológicamente solidarias. Sólo se afrontan juntas y juntas perecen cuando no se decide apostar por ellas. Parece que la historia de la filosofía lo reconoce.

¿Qué queremos decir al apostar por la existencia de Dios en razón de la ultimidad de sentido que confiere al cosmos? Que se diluía totalmente la inteligibilidad del ser de la criatura si no le encontrábamos su razón de ser y sentido que de por sí sola no posee. Que es tanto como decir que tiene en el Ser Supremo su principio y fundamento. Con la sobria afirmación de Dios Fundamento Óntico está dicho todo cuanto cabe decir: que cualquier criatura tiene en Dios su razón de ser ella lo que es ¿A alguien se le ocurre algún añadido que además de no ser superfluo no arriesgue la infinita trascendencia de Dios?

Parecería que no y, sin embargo, los filósofos han introducido algún elemento perturbador del que enseguida nos ocupamos, acto seguido de la siguiente observación.

Cualquier lector habrá observado mi empeño en evitar la más mínima trasgresión del principio apofático exigido por el respeto al Creador en el que no cabe, estrictamente hablando, ningún antropomorfismo: de Dios no sabemos nada. Y, sin embargo, no es trasgresión decir que Dios es el Fundamento óntico porque, con tal denominación en realidad, nada afirmamos directamente de Dios. Lo hacemos tan sólo de las criaturas de las que afirmamos que carecen en sí mismas, por su indigencia y contingencia, de la ultimidad de sentido.
II. 4 El peligro del factor tiempo

Nadie va a considerar el ser de Dios como algo que dura y se prolonga en el tiempo. La dificultad está en su relación con el cosmos. No tenemos otro modo de hablar que considerando la eternidad del ser divino como coexistente con el cosmos extendido en el tiempo.

Sin embargo el factor tiempo nos ha jugado sin advertirlo una mala pasada cuando hemos afirmado el comienzo del cosmos en el tiempo como si esto fuera indispensable para preservar la eternidad de Dios. Al margen de consideraciones científicas es un error definir la contingencia del cosmos mediante la apelación a su comienzo temporal. Las coordenadas tiempo y espacio no afectan al ser en la simple consideración de su ser existente sino cuando lo entendemos como dilatado en su duración y situado en un espacio determinado. El hecho de que nuestra mente no pueda ‘imaginar’ algo fuera de las coordenadas espacio-temporales no impide que lo pueda ‘pensar’ como ser realmente existente. No merece la pena detenerse en esto porque no ofrece dificultad en filosofía. A lo que quiero ir es a que no habría contradicción en el hecho de que rebobinando hacia atrás en la historia del mundo no nos topáramos en algún momento con un punto inicial. Cuando en metafísica se habla de la contingencia de los seres creados frente al absoluto necesario del Creador no es en términos espacio-temporales como tal realidad se establece. Remito al párrafo VIII.2 ¿Una creación eterna? Pág. 124 y ss. de “Religión sin magia” donde expongo que, salva nuestra extrema indigencia metafísica, parece más plausible pensar un mundo sin comienzo y que sea coexistente pese a su contingencia con la eternidad de Dios. Si es pensable que siendo Dios más que ningún otro ‘bonum diffusivum sui’ (el bien tiende a expandirse), nunca debería ser considerado como no creador. El Ser Absoluto sería necesariamente Creador y en términos poéticos ¿por qué no imaginar el cosmos como habitando el tibio útero de la Diosa Madre eternamente preñada?

Aparte estas consideraciones, la dificultad metafísica se acrecienta si el comienzo temporal del cosmos mediante la llamada creación “ex nihilo” repercute inevitablemente – y es difícil explicar cómo no habría de ser así- en una mutación en Dios de un estado de ocio -la nada o vacío absoluto de realidad y tiempo- a la acción creadora, acción eterna en Dios pero temporal en su efecto.
II. 5 Ruina del apofatismo: el “pensamiento mágico”.

Bien pensadas las cosas observamos que la dificultad metafísica principal surge cuando transgredimos el principio apofático al añadir al concepto de Dios como Fundamento Óntico el de Causa Agente. Con ello queda abierta la caja de Pandora: con este nuevo concepto aplicado a Dios es inimaginable no entenderlo como Causa en continua acción sobre toda realidad histórica. Perdón, no vale lo dicho porque así es efectivamente como se ha ‘imaginado’ a Dios en cualquier mitología, como actor principal de la historia. Ahora bien, nos encontramos con algo metafísica y apofáticamente incorrecto: modificar indebidamente la autosuficiencia significativa del concepto de Fundamento óntico añadiéndole el de Causa Agente. Y no se trata, por cierto, de un aditamento inocente: es el prejuicio dogmático de la revelación sobrenatural el que impone tal ‘intervencionismo’ divino. Cosa que en virtud de la presunta revelación se ha aceptado sin pestañear a lo largo de la historia mientras la mente humana ha estado inficionada por el pensamiento mágico. Pensamiento mágico que consiste esencialmente en no reconocer la autonomía del cosmos y negar su esencial realidad evolutiva y las leyes que la rigen. No ofendía al sentido común contemplar tal autonomía permanentemente en entredicho por las intervenciones sobrenaturales divinas. Desbaratado el apofatismo, todo estaba permitido: la metáfora de la historia de salvación quedaba erigida en ontología y se establecía la mitología dogmática judeocristiana en todo su realismo fundamentalista. Hasta la Ilustración no comenzó a tomar cuerpo el movimiento de cuestionamiento racional del sobrenaturalismo cultural de siglos (cósmico, social, político, religioso). La Ilustración respetó inicialmente la dogmática y sólo en el momento teológico actual se están sacando todas las consecuencias. Éste es el objeto del libro ya citado “Religión sin magia”.

(continuará II. 6)

Fuente: ATRIO

No hay comentarios:

Publicar un comentario