domingo, 10 de marzo de 2013

Malos tiempos para el cristianismo.




Decía Carl Sagan que nunca se podrá convencer de nada a un creyente, ni con los más sabios razonamientos ni con las pruebas más contundentes, porque su creencia no está basada en ninguna evidencia, sino en su profunda necesidad de creer.
Y decía la periodista y escritora Lydia María Child: “Es imposible exagerar el mal que la teología le ha hecho al mundo”.

Relatar la historia del daño irreparable de las religiones a la humanidad sería tarea ardua y no ha lugar; pero sólo con recordar algunas de sus actuaciones históricas tenemos datos suficientes para evaluar que sus supuestas bondades están muy lejos de ser la realidad: guerras, genocidios, quema de libros (y de sus autores), torturas, sometimientos físicos y psíquicos, y, en general, inducción al odio al diferente, a la irracionalidad, a la intolerancia, al fanatismo, al desprecio a las mujeres, a los homosexuales, a los discapacitados, veto a la ciencia y al progreso, desprecio a la vida animal… En tiempos más cercanos en el tiempo, recordemos su estrecha alianza con los tiranos de las dictaduras europeas y latinoamericanas del siglo XX, su papel protagonista en el franquismo, tráfico con la vida de niños, su protección sistemática de la pederastia, su alianza con las fuerzas políticas de extrema derecha, su injerencia en las políticas de los países democráticos, veto a las leyes que buscan el desarrollo y el progreso de las personas, etc., etc.
Algunos argumentarán, lo cual suele ser lo normativo en adeptos que dicen alejarse de la jerarquía pero seguir creyendo en sus idearios, que hacen algo positivo: han custodiado la cultura durante siglos, y llevan a cabo una gran labor social. Habría que precisarles la incalculable cantidad de dinero que las iglesias obtienen de los Estados para esa supuesta labor social, quizás basada sólo en el proselitismo, y no en la ayuda real, porque yo lo que veo es la increíble perpetuidad de la miseria y la precariedad humana. En cuanto a la labor de custodia de la cultura, evidentemente atesorar y filtrar la cultura es una buena manera de alejarla del pueblo y de acumular mucho poder, porque, por contra, se le atribuye al cristianismo la pérdida de mil años de conocimiento cuando, en el siglo IV, quemó la Biblioteca de Alejadría, y a la científica Hipatia dentro, todo hay que decirlo.
Esta parrafada, que no desvela nada nuevo a quienes hayan leído, de fuentes objetivas, un poco de historia, viene a cuento de la gran indignación que está sintiendo en la actualidad una parte de la sociedad ante las noticias que nos han estado llegando desde la semana pasada sobre El Vaticano. Es una indignación comprensible, pero no es nada nuevo bajo el sol. El caso es que en los últimos días, desde que anunció su dimisión el actual Papa, están saliendo a la luz numerosos datos que desvelan una enorme corrupción en el seno de la jerarquía de la Iglesia , y unos sucesos dignos de la más cruenta novela negra, sacados a la luz por el diario La Reppublica y que asustarían a cualquier psicópata : prostitución, chantajes, pederastia, orgías, lobby gay, tráfico de influencias, lavado de dinero negro… “Bin Laden podría tener dinero en el IOR, y también las mafias, y los políticos que cobran comisiones. Es una enorme lavadora, el vientre oscuro de los intereses personales” afirma ese diario italiano.
Ante este panorama, insisto, hay que estar muy adoctrinado y muy abducido, o ser lelo de remate, para seguir buscando la moral y el remanso espiritual en una organización que actúa de manera radicalmente contraria a las bondades y virtudes que falsamente predica. Absolutamente defensora de la libertad de conciencia y de pensamiento, respeto cualquier creencia a nivel personal. Respeto a los cristianos y a los católicos (procedo de una familia de honda tradición católica –en España, como casi todas-) tanto como a los budistas, a los protestantes o a los sintoístas o a los ateos. La cuestión es que las creencias religiosas, inofensivas a nivel privado, se financian con dinero público y sustentan la injerencia de las iglesias que las representan en la política, y esa injerencia política revierte en todas las cuestiones públicas, que no sólo afectan a los creyentes en mitos y religiones, sino a todos.
En la actualidad el Partido Popular, el que nos gobierna, es, supuestamente, directa o indirectamente, el brazo político de la Iglesia católica en España. Y estamos evidenciando cómo, mientras que ministros y altos cargos tienen por hábito rezar e invocar a los “santos” para que nos saquen de la crisis, la empeoran, y destruyen sin un atisbo de compasión derechos sociales y ciudadanos. Quizás no sea de extrañar ante las referencias morales que comparten: patriotas que sacan sus fortunas de la patria y las llevan al extranjero, familias reales, de costumbres más cortesanas que democráticas, que piden austeridad al pueblo, y dogmas obsoletos que alejan a las personas de la espiritualidad natural y humana, que no es otra que la que propugna la tolerancia, la libertad, la fraternidad, y el amor y el respeto profundo a los demás, al mundo, a uno mismo y a la vida, en todas sus manifestaciones.

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