miércoles, 16 de octubre de 2013

Las mujeres y Jesús: Reivindicación de un lugar teológico y social.


Juan Pablo Espinosa Arce

La primera convicción que debemos tener en el momento de enfrentarnos al tema de la mujer es saber que la figura femenina ha sido víctima del menosprecio en una sociedad eminentemente patriarcal y machista, que la ha desplazado a la esfera de lo privado, imposibilitándola para el ejercicio y desempeño de mayores funciones sociales. Desde esta óptica queremos aventurar una relación entre la praxis liberadora de Jesús y la reivindicación social de la figura femenina como un signo de la nueva creación que tiene lugar con la irrupción del Reinado de Dios en la historia. Para ello, delimitaremos nuestro campo de trabajo a través de definiciones conceptuales, a saber, praxis liberadora de Jesús, rol de la mujer y nueva creación. A lo cual se añade el análisis de dos textos bíblicos: las mujeres que siguen a Jesús (Lc 8,1-3) y la vida de la primera comunidad, incluyendo Pentecostés (Hch 1,12-14; Hch 2,1-4).

El aspecto central de nuestra exposición, la praxis liberadora de Jesús, será analizada a continuación. Para ello, nos basaremos principalmente en el libro de Leonardo Boff“Jesucristo y la liberación del hombre”. El concepto de liberación que propone Jesús está destinado al campo socio-público. La vida de Israel no hacía grandes distinciones entre lo social, lo religioso, lo político y lo económico, y todo giraba en torno a una Ley interpretada por hombres, los cuales habían enclaustrado a Dios haciéndole prácticamente inaccesible para los más ignorantes. Por el contrario, la concepción de filiación que propone Jesús, frente al “Abbá” común, viene a producir un desbaratamiento del sistema religioso judío. En relación a la sociedad palestinense del siglo I, nos dice Boff (1987): “La sociedad de su tiempo estaba muy estratificada. Se dividía en prójimos y no prójimos, puros en impuros, judíos y extranjeros, hombres y mujeres, observantes de la ley y pueblo ignorante, hombres de profesiones mal vistas, enfermos considerados como pecadores” (Pág. 29). Jesús se identificará con el Mesías que anuncia la buena nueva a los pobres. Es éste el Mesías de la promesa isaiana: “El Espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, porque Yahvé me ha ungido. Me ha enviado con buenas noticias para los humildes, para sanar a los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación” (Is 61,1).

Con esta autocomprensión de Mesías escatológico, la praxis de Jesús se ubica como cambio liberador en clara opción por los pobres. En palabras de Boff (1987): “El Jesús histórico asumió el proyecto de los oprimidos, proyecto de liberación y los conflictos implicados en él” (Pág. 28). En este proyecto todo es novedad. Es un evangelio, una buena nueva. Es una novedad la forma de comprender a Dios, que ahora es Padre. Es la novedad del milagro como signo del Reino. Es la nueva historia que va tomando fuerza con Jesús pero que tendrá su cumplimiento en la Parusía, tensión que por lo demás también es una novedad en toda la Escritura.

Y recapitulando el tema de la novedad, la incorporación de la mujer en un grupo de discípulos es una novedad en sí misma. Vamos pues a analizar el texto de Lucas 8,1-3. En estos versículos vemos cuál es la principal función de Jesús. Él es un caminante que predica junto al núcleo del nuevo Israel el nuevo mensaje de salvación. Volvemos a ver la tónica de la novedad. Este mensaje es una liberación para el pueblo, el cual estaba condicionado a permanecer como un agente pasivo de la acción divina, entendiendo por ‘pasivo’ el estado de ser mero receptor de leyes articuladas desde la conveniencia de grupos de poder. El pueblo frente a las leyes no es protagonista, sino que es esclavo. En relación al tema de las mujeres, nos dice Alois Stöger (1970): “Los rabinos excluían a las mujeres del círculo de sus discípulos. No las juzgaban aptas para el estudio de la ley. <>” (Pág. 221). La actitud de Jesús de incorporar mujeres a su grupo, marca un precedente que a los ojos de Israel era una afrenta contra sus valores más fundamentales. No son solamente Magdalena, Juana y Susana, sino que son ‘otras muchas’ que acompañan al colegio apostólico y al Maestro. Y es más, el que se las incluya en lista y con sus propios nombres, nos hace pensar en las listas de varones que son discípulos, con lo cual, ellas también adquieren dicho rango. Nos continúa diciendo Stöger (1970): “El séquito de las mujeres da testimonio de la voluntad y la misión de Jesús, que pone al alcance de las mujeres la doctrina y la salvación” (Pág. 221), y esto es porque Jesús vino a rescatar y a liberar a los despreciados, a los anawin, a las mujeres.

Y hasta aquí, ¿qué tiene que ver con lo dicho hasta ahora el concepto de nueva creación? Para comprender esto, nos dispondremos a analizar los textos del libro de la Iglesia en donde se nos narra la vida de la primera comunidad (Hch 1, 12-14). Es la comunidad que posee un mismo corazón y que ora unida. Es la comunidad del nuevo Israel que integra a las mujeres, las cuales son las que habían venido con Jesús de Galilea, y que habían sido testigos de la resurrección. En relación al tema de la presencia femenina, nos dice Federico Pastor (1989): “Es, pues, una comunidad mixta. Lo cual no era tan obvio en un ambiente judío, Resultaba chocante inmediatamente después de los once y aun antes de los hermanos de Jesús la realidad de lo femenino en la comunidad cristiana, pues las mujeres no formaban parte de la sinagoga judía”(Pág. 33-34) Vemos aquí cómo el cristianismo va rompiendo con el judaísmo, en un proceso liberador no exento de complejidades. Proceso liberador que inició Jesús en Galilea.

Y después de este preámbulo, veamos el factor decisivo de la nueva creación: Pentecostés (Hch 2,1-4). Los ‘todos’ que estaban reunidos en el Cenáculo, son los mismos que vienen desde Galilea, hombres y mujeres. Y son el nuevo Israel sobre el cual se posa el Espíritu de la promesa escatológica, según la cual en los últimos días se derramaría la fuerza de lo alto. El protagonista por excelencia es el Espíritu de Dios, la fuerza que anima a este nuevo cuerpo. Así como en el primer Edén, el ruah animó a Adán, del mismo modo este Espíritu anima a la nueva comunidad, produciéndose una nueva creación. Renovación profunda de la que son partícipes las mujeres. Mujeres que habían experimentado la praxis liberadora de Jesús y que ahora gozaban de la fuerza del Espíritu. En esto, dicen los Teólogos Chilenos (1997) “Ante condiciones sociales adversas, Jesús defiende a los más pequeños, a los pobres y marginados de su época. De esta manera, esta praxis de Jesús corrige la naturaleza. Es el evangelio a favor de los pobres lo que distingue la doctrina cristiana a la creación con una mera filosofía natural” (Pág. 84).

Es este Evangelio, esta nueva noticia de salvación, entendida como nueva creación la que hace que la liberación integral del hombre sea realidad. Con Jesús todos volvemos a la prístina igualdad ante los ojos de Dios. El Espíritu es quien posibilita la originalidad y la regeneración de las cosas. Con esto, hemos llegado certeramente a la conclusión de que la praxis liberadora de Jesús es la que posibilita la reivindicación social de la mujer desde la efusión del Espíritu que recrea y está con los pequeños y excluidos.

- Boff, L. (1981). Jesucristo y la liberación del hombre. Madrid: Ediciones Cristiandad.

- Stöger, A. (1970). El Evangelio según san Lucas. Barcelona: Herder

- Pastor, F. (1989). El mensaje del Nuevo Testamento, Hechos de los Apóstoles.Navarra: Ediciones Sígueme, Editorial Atenas, Promoción popular cristiana, Editorial Verbo Divino.

- Sociedad Chilena de Teología. (1997). El quehacer teológico. Chile: San Pablo.


Juan Pablo Espinosa Arce


Juan Pablo Espinosa Arce es estudiante de Pedagogía en Religión y Filosofía - UC del Maule. Laico católico, Diócesis de Rancagua - CHILE

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