lunes, 18 de noviembre de 2013

Ciencia y fe se complementan.


Martín Gelabert Ballester, OP 

En ocasiones la ciencia y la fe tienen algunas o muchas cosas que decir sobre el mismo tema. Lo que dicen no puede ser contradictorio. La Verdad (de la fe) no puede oponerse a la verdad (de la ciencia). Si aparecen contradicciones, es porque o bien no se tiene claro lo que dice la fe, o bien porque las afirmaciones científicas se dan como seguras sin serlo. Cuando ciencia y fe tienen cosas que decir sobre el mismo tema, se enriquecen mutuamente y ambas nos ayudan a tener una visión más completa de la realidad.

Hoy no resulta posible ofrecer una buena reflexión teológica sobre la creación sin tener en cuenta los datos más seguros de la ciencia sobre el origen del cosmos y la evolución biológica. Ya Tomás de Aquino decía que “un error sobre las criaturas conduce a una falsa idea de Dios y puede apartar la mente del hombre de Dios”. Y también decía: cuando hay contradicción aparente entre lo que dice la Biblia sobre la creación y lo que dice la ciencia, es porque interpretamos mal la Biblia. O mejor: ante varias interpretaciones posibles del texto bíblico (cuando habla, por ejemplo, de la creación), hay que tomar como buena la que concuerda con la ciencia y rechazar aquellas que parezcan falsas a la razón.

Pero la ciencia no puede responder a todo lo concerniente a lo humano. Ahí es donde la fe puede iluminar los descubrimientos de la ciencia: ¿qué o quién provocó el big-bang? ¿qué sentido tiene el universo?, ¿cuál es su destino?, ¿por qué ha habido evolución?, ¿cómo debe comportarse el hombre en su relación con los demás o con la naturaleza? Son preguntas que la ciencia deja en suspenso o no responde del todo.

La ciencia y la teología tienen su propia autonomía. La ciencia no puede instrumentalizar la religión para defender sus tesis. Y la teología no puede buscar en la ciencia una defensa de su doctrina. ¿Significa esto que ciencia y teología no se necesitan? Se necesitan sí, pero no de la misma manera. El científico no necesita ser creyente para hacer buena ciencia; aunque sí necesita de unos mínimos principios morales para aplicarla de un modo u otro, porque no todo lo que es posible, es deseable. El teólogo sí que necesita conocer los resultados más seguros de la ciencia, aunque la ciencia no sea criterio de la dogmática. No se puede en nombre de la ciencia cuestionar el dogma del pecado original, pero hoy el teólogo no puede explicar el dogma desde unos presupuestos que la ciencia ha demostrado que son falsos (por ejemplo, una lectura historicista de los primeros capítulos del Génesis).

Dicho de otra manera: es posible hacer ciencia (y también arte, literatura o filosofía) prescindiendo de la reflexión teológica. Pero no es posible hacer buena teología sin tener en cuenta los resultados de la ciencia (sin conocer la filosofía o las reglas del lenguaje). Porque la teología debe responder a los desafíos que la cultura le plantea.


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