miércoles, 27 de noviembre de 2013

Francisco publica la hoja de ruta para la nueva primavera de la Iglesia.



José Manuel Vidal

Evangelii Gaudium: Una Iglesia casa, no aduana.
Apuesta por una Iglesia a la intemperie, que se arriesga y que sale.
Técnicamente no es una encíclica, pero como si lo fuese. La exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’ es un documento programático, de fondo, sólo de Bergoglio, en el que marca la hoja de ruta que el Papa del fin del mundo quiere para la nueva “primavera” de la Iglesia. Francisco llegó al solio pontificio con el nombre y el lema del santo del “Repara mi Iglesia”. Y, de inmediato, se puso manos a la obra. Con una pedagogía muy jesuítica y muy evangélica: “Haced lo que yo hago”. Primero dio ejemplo con su vida y su testimonio y, ahora, pone por escrito el sueño de una Iglesia “reparada y reconstruida”.

En el frontispicio de esa nueva Iglesia reconstruida luce una palabra: “Casa del Padre”. Y por si quedaba alguna duda, el Papa añade: “La Iglesia no es una aduana”, que controla la vida de las personas, fiscaliza sus ideas, creencias y pertenencias y da carnets de perfección evangélica. La Iglesia, según Francisco, no es para los “perfectos”, sino para los pecadores.

El cambio de orientación y de tendencia es brutal. Y va a dar mucho que hablar. Porque el Papa apuesta por una Iglesia a la intemperie, que se arriesga, que sale, que se mete en el barro de la vida de la gente, que aporta esperanza a los empobrecidos y tirados en las cunetas del mundo, que vive en su seno la alegría del seguimiento de Jesús. Primero, el Evangelio y después, la doctrina, en contra de lo que “obsesivamente” se venía insistiendo hasta ahora: doctrina repetida una y mil veces para dar apariencia de seguridad. Ante esa dinámica el mundo le daba la espalda a la Iglesia y se producía una estampida silenciosa de fieles que, desencantados, se iban sin dar portazos, hacia la indiferencia.

Para detener esta hemorragia silenciosa, Francisco propone una Iglesia-casa del Padre, con las puertas siempre abiertas, con luz y transparencia, sin nada que ocultar, con flores en las ventanas y calor de hogar, aunque, eso sí, formada por pecadores. Y para conseguir esa Iglesia doméstica propone abrir una serie de puertas, para que entre el aire fresco y ventile la casa eclesial. Éstas son, entre otras, las 10 puertas de la Iglesia de Bergoglio:


Los 10 cambios que propone el Papa

La reforma de las estructuras eclesiásticas. El Papa quiere una Iglesia mucho más descentralizada y eso pasa por una mayor colegialidad y sinodalidad. Es decir, en lenguaje civil, por una mayor democratización. Una democracia que entrará en la Iglesia a través del mayor protagonismo de las Conferencia episcopales, desactivadas en la larga etapa involutiva anterior, y por la recuperación de la sinodalidad a todos los niveles de la estructura

Entre las reforma estructurales, el Papa se atreve a hablar incluso de la reforma del propio papado. Del que dice algo impensable hasta ahora: que del “papado no puede esperarse la palabra definitiva y completa de todas las cuestiones que tienen que ver con la Iglesia”. Un papado democratizado. Un Papa “primus inter pares” y no un Papa-rey. Es el fin de la época imperialista del papado romano.

Activar la corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia, para que realmente la sientan y la consideren suya. Desclericalizarla de arriba abajo. Que pase de ser una estructura piramidal a otra circular: Iglesia pueblo de Dios y casa de todos. Porque “Iglesia somos todos”.

Dar en la Iglesia un mayor protagonismo a la mujer, aunque el Papa vuelve a cerrar a la “discusión” el tema del sacerdocio femenino. Posiblemente, porque no lo vea maduro para el sensus fidelium y, por lo tanto, podría provocar desunión y hasta cismas o rupturas entre los hermanos de la casa eclesial.

Volver a poner a la Iglesia en estado de misión, de salir a las periferias, de ser realmente “misionera”. La Iglesia de las ovejas perdidas. La Iglesia voz de los sin voz. La Iglesia que deja de ser autorreferencial y mirarse al ombligo.

Una Iglesia que sale de sus parroquias, movimientos y grupos estufa para llevar esperanza a los empobrecidos. Una Iglesia entendida como “instrumento de Dios para la liberación y la promoción de los pobres”. Iglesia de los pobres y para los pobres que, por algo, son los preferidos de Dios.

Una Iglesia libre frente a los poderes del mundo y con capacidad de denuncia profética. Y desde su libertad, una Iglesia que diga un triple no: a la economía de la exclusión, a la nueva idolatría del dinero y a las disparidades que engendra la violencia sistémica del capitalismo sin alma.

Una Iglesia atenta de nuevo a los “signos de los tiempos” de los que hablaba el Concilio, especialmente a la sociedad de la información. Una Iglesia que, sin perder su esencia doctrinal, sepa comunicarse con la gente en el lenguaje actual. Ofreciendo “vino viejo en odres nuevos”. Hasta en las homilías de los curas.

Una Iglesia con las puertas siempre abiertas para todos y en cualquier momento. Por eso, el Papa exige que los sacramentos (bautismo, penitencia, confirmación, eucaristía, matrimonio y unción) sean para todos, no sólo para los perfectos. Porque es el enfermo el que necesita al médico.

Una casa eclesial donde reine la alegría. Es la palabra que más repite el Papa en su hoja de ruta. Consciente de que, como decía, Santa Teresa, “un santo triste es un triste santo”.

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