miércoles, 13 de noviembre de 2013

¿Y qué entendemos por feminidad?


Ana Rodrigo

Sin querer robarle protagonismo al post de Boff Teología hecha por mujeres a partir de la feminidad, y ante la pregunta de Oscar sobre de qué mujer hablamos, me ha parecido necesario complementarlo con la pregunta ¿qué entendemos por feminidad,qué se espera de la teología hecha por mujeres. Y, como en un comentario en el hilo de Boff resultaría demasiado extenso e intenso, me permito una reflexión aparte para poder hacernos planteamientos imprescindibles cuando hablamos de la mujer y su implicación en los diversos campos sociales, políticos y, en este caso, religioso.

Al hablar de feminidad se le suele adjudicar una serie de cualidades femeninas, poco menos que congénitas a la mujer. No discuto que algunas de ellas estén en la constitución del cerebro de la mujer, no lo voy a discutir porque no sé nada de neurociencia, pero lo dudo muchísimo. De hecho he leído que la antropóloga norteamericana Margaret Mead estudió la tribu de los tchambull, (Papúa Nueva Guinea) en la que se encontraron unas actitudes en relación al sexo que son precisamente el reverso de las que predominan en nuestra cultura: allí la mujer es la que domina, ordena y es fría emocionalmente, mientras que el hombre se muestra sometido y dependiente.

Con esto quiero indicar que a lo que me voy a referir es a la feminidad como resultado de lo que las mujeres hemos vivido desde que apareció esta especie en el planeta tierra y de cómo se nos ha obligado a vivir, desde el dominio masculino, condicionando nuestro ser y estar en la vida.

Nadie discute que el sentido maternal es propio de mujeres, al igual que el sentido paternal es propio de los hombres. Y yo me pregunto ¿Por qué al sentido maternal se le atribuye cualidades adquiribles que no se le atribuyen al sentido paternal? ¿Es que el instinto paternal no ha podido ser modelado por la inteligencia humana? Al igual que este aspecto concreto, debemos preguntarnos por otros muchos que nos han hecho desiguales en nuestros comportamientos. A veces, si no rompemos el envase, no sabemos lo que hay dentro, y tenemos mucho miedo a lo que podemos encontrarnos y a lo que debamos desechar. Estamos en un cambio de época, no en una época de cambios, y hay que echarle valentía, de lo contrario, será la corriente la que nos lleve y no a la inversa.

El que se espere de una mujer que sea tierna, sacrificada, amable, afable, servicial, entregada, con especial sensibilidad para los valores sociales, religiosos, estéticos, más propensa a la dependencia y a la afectividad, etc. etc. ¿no es el resultado de su historia, de la vida de las mujeres y de lo que se ha esperado de ellas, bajo gravísimas condenas de todo tipo si no respondían a estas expectativas?

El que se espere de un hombre poder, control social, fortaleza, interés por la política y la economía, etc. etc., ¿no es lo que ha producido el resultado social que sintetizamos en el patriarcado, el androcentrismo o el machismo?

¿Son estas expectativas sociales resultado de un determinismo biológico?

¿Se espera de la teología feminista lo que hasta ahora se ha esperado de las mujeres en general? ¿O se espera que los hombres aparquen su rol de creadores de dioses y religiones, y escuchen qué tenemos que decir las mujeres desde la sumisión histórica que nos ha tocado vivir a esos dioses y a esas religiones? ¿O quizá se tengan que aparcar dioses y religiones creadas por ellos mismos y partir de cero a ver qué alternativas hay a dioses masculinos y religiones machistas, constructos humanos exclusivos de hombres? ¿Se espera que las mujeres aportemos una feminidad flácida, melosa, dulce, tierna, maternal, insulsa, a la teología de dioses poderos, omnipotentes, todopoderosos, invulnerables y áridos como cardos?

Pienso y creo que si desde el principio la cuestión se plantea equivocada, difícilmente vamos a hacer el camino en común. Será un proyecto frustrado.

Plantémosle cara con valentía al tema, y no temamos, que el resultado no va a ser peor de lo que lo hemos hecho hasta ahora en esta relación desigual de hombres y mujeres. ¡Cuántas mentiras nos han contado los hombres sobre dioses y demás derivados!

Vengo desde el ayer de años y siglos,
desde el pasado oscuro y olvidado,
con las manos atadas por la Historia,
con la boca tapada por silencios impuestos.

Vengo cargada de sufrimientos antiguos,
amasados en chozas, campos y ciudades,
arrastrando cadenas y muchas humillaciones
supuestamente “eternas” por insuperables.

Vengo del anonimato de l@s “donnadie”,
del quejido mudo de l@s “sinvoznivoto”,
de la marginación de l@s “poquitacosa”,
del abuso de poderíos remotos o recientes.

(Siento no poder poner el nombre de la autora, lo he sacado de un archivo antiguo y no sé quién lo ha escrito. Mi reconocimiento a la que lo escribió. Es sólo un fragmento, quizá vaya añadiendo alguno más).


Fuente: Atrio

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