jueves, 27 de marzo de 2014

En la conmemoración del XXXIV aniversario del martirio del obispo Oscar Romero.



Comité Óscar Romero-Sicsal, Chile

El 24 de marzo de 1980, el Arzobispo de San Salvador fue asesinado por el disparo de un sicario de los opresores del pueblo salvadoreño. El obispo Oscar Romero era constructor de la paz basada en la justicia, en medio de una guerra producto de la injusticia.
Su compromiso de fe le condujo a caminar junto a las organizaciones populares y su proyecto de sociedad democrática, esto es, de igualdad y participación.
Es así como Romero pasó de la denuncia a la acción, jugándose la vida hasta el martirio. Fue un obispo que acompañó a su pueblo y “no sólo a algunos que (le acariciaban) los oídos”. (Francisco, “Evangelium gaudium”, Nº 31). Es por ello que tomó conciencia de “que no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado” (E. G., Nº 204), el cual ha establecido una “violencia institucionalizada”. (Documentos finales de Medellín, Nº 16).

Al igual que a tantos miles de otros consagrados, políticos, sindicalistas, campesinos, indígenas, estudiantes, intelectuales de América Latina, Romero fue asesinado por pretender construir el Reino de Dios, que comienza en la interioridad de la persona y se realiza en la historia, liberando de todo lo que deshumaniza.

II
Lejos de nuestra intencionalidad está el hacer de Romero un personaje insustancial, fácilmente neutralizado por una visión ideologizada del cristianismo, en torno a una falsa reconciliación que intentare que los oprimidos renuncien a sus derechos para mantener lo establecido por los opresores. Aquello no correspondería al espíritu de Romero ni a la espiritualidad cristiana. La espiritualidad cristiana consiste en vivir según el Espíritu de Jesús.

No es huir a zonas “extraterrestres” sino dejarnos conducir por este mismo Espíritu que llevó a Jesús a superar la tentación de la riqueza y del prestigio y a pasar por el mundo haciendo el bien. La vida de Jesús, y que Romero imitó, no estuvo centrada en sí mismo, sino en remediar el sufrimiento de los demás y así contagiar felicidad a quienes carecen de ella. Esto significa defender la vida humana en todos sus ámbitos, comenzando por lo elemental que es la comida, la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y una vida digna para todos. Así como también hay que respetar la tierra y los recursos naturales, defendiéndolos de la explotación mercantilista.

III
A nosotros, hoy, integrantes del Comité Oscar Romero de Chile (del Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina-SICSAL), nos corresponde transmitir el testimonio de Romero en medio de un mundo impregnado de ambigüedades, desinformado y enajenado. Es aquí donde nos ha tocado vivir la fe y abrir paso a la irrupción de Dios promoviendo una vida más humana. Nos desenvolvemos en una “democracia de baja intensidad”, impuesta por los dictados neoliberales de Breton Woods y del Consenso de Washington, que no nos sacará del atolladero social de la pobreza, la injusticia y la desigualdad, sino que, al contrario, han incrementado dicha tragedia.

Los cristianos ¿podemos aceptar que se continúen hipotecando nuestros recursos naturales, incluyendo el agua y las tierras, siendo sólo exportadores de riquezas naturales por medio del desenfrenado y destructivo modelo extractivista y, de manera suicida, aceptar entre otras medidas estructurales, por ejemplo las negociaciones secretas del Acuerdo Estratégico de Asociación ´Transpacífico de Libre Comercio (TPP), que cercaría el acceso al conocimiento y a los medicamentos, obstaculizando además la regulación de pesticidas y el control de los aditivos de los alimentos?
No se trata de dirigir al pueblo, sino de acompañarlo auscultando y desentrañando los “signos de los tiempos”.

Tampoco se trata de imponer una doctrina, sino de caminar a la par con la inteligencia filosófica, teológica, científica, sociológica, política y técnica que lucha por modelar un mundo capaz de ser la “Tierra Prometida” de un pueblo liberado de las corporaciones transnacionales y de sus socios nacionales, que promueven la hiperespeculación, la concentración de la riqueza, la lucha permanente por los mercados y la destrucción del medioambiente. Ello exige que formemos “una Iglesia con las puertas abiertas” (E. G. Nº 4), que ofrezca a todos la vida de Jesucristo, como lo hicieron entre nosotros el recientemente fallecido obispo Carlos Camus, y Juan Alsina, Antonio Llidó, Pierre Dubois, André Jarlan, Alfonso Baeza, los obispos Hourton, Alvear y Ariztía, Clotario Blest, Helmut Frenz y tantos y tantos otros.

Romero realizó el deseo del Papa Francisco, quien ha afirmado que prefiere “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero –dijo- una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”. (E. G., Nº 49).

Esto es lo que Romero nos enseña con su vida consecuente y su palabra orientadora en situaciones históricas que exigen profundo discernimiento para la acción.
Conmemoremos el martirio de San Romero de América haciendo realidad su resurrección, tras la convicción de que su muerte sería semilla de vida.
El mundo requiere de hombres que expresen el paso de Dios, para realizar sus esperanzas y superar sus crisis y necesidades. Tenemos la guía de un Dios que tiene su proyecto sobre el mundo.

COMITÉ OSCAR ROMERO-SICSAL-CHILE.

Santiago de Chile, 24 de marzo de 2014.

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