sábado, 26 de abril de 2014

La verdad más insólita y revolucionaria del cristianismo: Dios lo resucitó al tercer día.




Benjamín Forcano, teólogo

La tumba vacia y las apariciones de Jesús a sus discípulos dan razón de la Resurrección de Jesús y fundamentan la nuestra. Esta es la verdad más insólita y revolucionaria del cristianismo.
Estamos en el siglo XXI, mes de abril del 2014.
Y tengo la firme convicción de que esta verdad de la Resurrección de Jesús, repetida por más de 2.000 años en el mundo y, en especial, en la cultura de Occidente, está hoy devaluada sino descartada como verdad antimoderna. Nadie, que presuma de racional y científico, toma en serio esta verdad.

Muchos la admiten, pero como una creencia débil, que no se puede comprender ni asumir en estricto rigor.
En consecuencia, lo que se asienta en la cultura dominante es que la muerte es el hecho cierto, natural e irreversible, que nadie puede remediar. Con ella acaba todo lo que es el ser humano, con el argumento mayor de que el pensamiento y la conciencia son efecto de la materia (del cerebro)y que, una vez la materia deja de estar viva, la vida termina definitivamente.
Es la visión atea y materialista a la vez: Dios es un invento del ser humano (una construcción de su pensamiento) y la vida se identifica con el cuerpo, quien con la muerte perece sin remedio.

Es bueno que podamos comentar algunas cosas.

La primera: pienso que afirmar que la vida se identifica con el cuerpo y que, acabado el cuerpo acaba la vida, es hoy una verdad científicamente controvertida, pues la ciencia actual sostiene que si bien el pensamiento y la conciencia (el alma) se desarrollan dentro del cuerpo, no son producto de la materia sino que son independientes y utilizan el cuerpo como instrumento en esta vida terrena.
El yo, que asiste al instrumento y que dentro de él siente, experimenta, reflexiona, relaciona, decide y lo asume, es quien lo maneja y guía, programa y trata de dar sentido a la vida, no es material y puede vivir desligado e independiente de la materia. Ese yo ha alcanzado tal nivel en el proceso de la evolución que ya la muerte no puede realizar su acción devastadora sobre él.
San Pablo gritaba: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

“Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor”. Lo cual quiere decir que en Jesús la vida se mostró más fuerte que la muerte e inauguró una sintropía superior.
Jesús conoció e inauguró una evolución (sintropía) superior, en virtud de la cual su vida era un nuevo tipo de entropía , gracias al cual su vida no aparece amenazada por la enfermedad ni por la muerte. Por eso, la resurrección no puede ser entendida como reanimación de un cadáver, sino como una revolución dentro de la evolución, como un saltar a un tipo de orden vital, no sometido a la entropía: desgaste y acabamiento final.

La segunda cosa: la resurrección de Jesús es un hecho real, que nos lleva a reconocerlo como Mesías y Señor y a ver en ella la garantía de nuestra propia resurrección.
Nadie esperaba que a un individuo muerto como Jesús le pudiera ocurrir la resurrección. Ni los mismos discípulos.
El cuerpo de Jesús estaba enterrado, pero nadie se lo llevó ni nada prueba que llegara a corromperse. En la sepultura aparecieron sólo los lienzos, de los que el cuerpo se había liberado. ¿Bastaban los hechos de que la tumba estaba vacía o que se había aparecido a sus discípulos para admitir que había resucitado? ¿No podía ser todo eso efecto de la imaginación o de deseos frustrados?

La realidad es que los discípulos unieron sin dificultad las dos cosas: el Jesús cadáver, con la tumba vacía, era el mismo que se aparecía y encontraba con ellos, una persona previamente fallecida, estaba completamente viva de nuevo.
Si el cuerpo de Jesús hubiera permanecido en la tumba, no se habría producido esta creencia. Pero resulta que la persona fallecida continuaba viviendo de una manera transformada. Jesús aparecido es indudablemente corpóreo pero su cuerpo posee propiedades sin precedentes y hasta entonces inimaginables.

Hay, pues, algo que queda absolutamente claro: la continuidad entre el Jesús terreno muerto y el que en ese momento está vivo, con la transformación operada en la índole de su corporalidad.
Los discípulos no se inventaron lo de la tumba vacía ni lo de los encuentros con Jesús, como si tal cosa les fuera necesaria para fundamentar una fe que ya poseían. Fue todo lo contrario: debido a esos dos fenómenos convergentes –tumba vacía y apariciones- adquirieron esa fe. Nadie esperaba algo así. Decir otra cosa es dejar de hacer historia y adentrarse en un mundo de fantasías personales.

¿Por qué los discípulos no veneraron la tumba de Jesús ni siquiera pensaron en un enterramiento adecuado? La evidencia era que Alguien que estaba perfectamente muerto, volvió de nuevo a estar perfecta y verdaderamente vivo.
La conclusión para el que hace historia es que la tumba vacía y los encuentros con Jesús son acontecimientos históricos , es decir, reales e importantes y que sin ellos, no se puede dar razón del cristianismo.

La tercera cosa: El mundo sería otro sin la resurrección de Jesús
A quien analice nuestra sociedad, tradicionalmente cristiana, le resultará un tanto sorprendente la ausencia en los grandes medios de una reflexión serena sobre el acontecimiento de la Resurrección de Jesús. Se tenga o no conciencia del hecho, en Occidente y en otras partes del planeta, el Domingo es la fiesta no sólo del año sino de cada de semana. Por eso, la extrañeza del silencio extendido sobre el significado de esa fiesta.

¿Un silencio envuelto quizá en la complicidad de una mentalidad posilustrada? – “Hay que dejar en suspenso el hablar de la resurrección. ¿Pero es Vd. tan ingenuo para pensar que pudo suceder algo así?” .
Sin embargo, llega hasta nosotros la razón de esta fiesta, con dos mil años de historia, forjada sobre la creencia primitiva cristiana de que Jesús resucitó de entre los muertos: “Alguien que estaba perfectamente muerto, volvió de nuevo a estar perfecta y verdaderamente vivo”.
Soy de los que están convencidos de que el mundo sería otro de no haber sucedido la resurrección de Jesús. El acontecimiento se refiere a la cuestión misma de la vida y de la muerte y es, por ello mismo, explosivo y subversivo; explosivo desde el punto de vista social, cultural y político porque no se lo puede domesticarla.

La cuarta cosa: el significado de la resurrección de Jesús

El anuncio de este acontecimiento sonaba como un ataque más o menos directo al Cesar de Roma: el Mesías de Israel era considerado por los cristianos como el verdadero monarca de los gentiles también. El símbolo del pez, ICHTHYS, expresado en griego, era un símbolo antiimperial, que devolvía el mundo a quien correspondía: al Dios Creador.
El espacio del dominio del mal, del pecado y del imperio ha sido rescatado por la resurrección corporal de Jesús. Dentro del imperio, los cristianos, fieles al kyrios, se constituían como células rebeldes:

“La muerte es el arma definitiva del tirano; la resurrección no establece una alianza con la muerte, la derroca. La resurrección, en su pleno sentido judío y paleocristiano, es la afirmación definitiva de que la creación importa, de que los seres humanos corpóreos importan.
Esta es la razón por la que la resurrección ha tenido siempre un significado inevitablemente político; esa es la razón por la que los saduceos en el siglo I, y la Ilustración en nuestros días, se han opuesto tan enérgicamente a ella. Ningún tirano se ve amenazado porque Jesús se vaya al cielo, dejando su cuerpo en una tumba. Ningún gobierno afronta la auténtica exigencia cristiana cuando la predicación de la Iglesia intenta basarse en la enseñanza de Jesús, desvinculada del hecho fundamental y dinamizador de la resurrección de Jesús (o cuando, en realidad, la resurrección se afirma simplemente como un ejemplo de “final feliz” sobrenatural que garantiza una bienaventuranza post mortem” ( N.T. Wright, La resurrección del Hijo de Dios, VD, 2008, p. 889).

Los pasajes en que Pablo habla de Jesús como “hijo de Dios” (Rom 5,10; 8,14-17.29.32) tienen el sentido de que Jesús es el enviado por Dios, desde Dios, no sólo como mensajero, sino como encarnación misma de su amor: “El Evangelio de Dios relativo a su hijo, nacido del linaje de David según la carne y señalado como hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos, Jesús el Mesías, nuestro Señor…” (Rom 1,1,3 s). .
La obra de Jesús hay que entenderla como obra del “hijo de Dios”, así lo declara la resurrección. Jesús vino a nosotros, en la carne, no fue incorpóreo (Filón), sino que fue muerto en la carne ; muerto y enterrado, y resucitado tres días después. Este es el anuncio público: Jesús, hijo, encarna y revela a Dios. La fe en el poder resucitador de Dios es la alternativa a la idolatría.

Quedaba así inaugurada una nueva era: el Espíritu divino de Jesús creaba una familia nueva, universal, integradora de todas las razas y pueblos:
“No es de extrañar que los Herodes, los Césares y los saduceos de este mundo, tanto antiguo como moderno, estuvieran y estén deseos de excluir toda posibilidad de resurrección real. Después de todo, están haciendo valer una contraafirmación sobre el mundo real.
Es el mundo real que los tiranos y los matones (incluidos los tiranos y matones intelectuales y culturales) intentan gobernar por la fuerza, para lo cual, sin embargo, descubren que han de acallar todos los rumores de resurrección, rumores que darían a entender que sus mejores armas , la muerte y la destrucción, no son, después de todo, omnipotentes. Pero, en el pensamiento judío, es el mundo real que el Dios verdadero hizo, y por el cual aún se lamenta

Es el mundo real que, en las primeras historias de la resurrección de Jesús, fue reclamado de manera decisiva y para siempre por ese acontecimiento, un acontecimiento que exigía ser entendido, no como un milagro extraño, sino como el comienzo de una nueva creación” (N.T. Wright, Idem, pg. 897).

La quinta cosa: ¿Qué significa, pues, resucitar?

Lo del acabamiento de la vida es un momento propio de cada uno y, como tal, intransferible. A partir de ahí las cosas cambian profundamente. Paradójicamente, los cristianos creemos que el cambio no es tan radical, pues hay una continuidad entre el acá y el allá, la tierra y el cielo. Son vidas distintas pero con una cierta continuidad.
Ningún humano puede evitar el interrogante de la muerte y de lo
que tras ella puede venir. Es lógico que podamos preguntarnos: ¿qué sentido tiene la vida si nada queda de todo lo vivido?

“Constatamos, escribe Leonardo Boff, que la muerte es la gran señora de todo lo que es creado e histórico, pues todo está sometido a la segunda ley de la termodinámica, la entropía. La vida va gastando su capital energético hasta morir.
Y nos toca, como siempre, reaccionar y posicionarnos ante la muerte: la vida es un misterio, dentro del cual ella se erige con un orden superior de autorregulación y reproducción. Donde hay vida, hay energía, autorreproducción y se asegura así la autoconservación.

Sin embargo, la vida, todas las formas de vida, tienen un límite: la muerte. ¿También la vida humana? Todos clamamos por una vida sin fin. Pero, los mecanismos de la muerte no hay quien los detenga. ¿Será por eso que la muerte es para el ser humano drama y angustia? ¿Será por eso que San Pablo gritaba: ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Y respondía: “Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor”.
Es sorprendente, pero en esta frase se encuentra la esencia pura del cristianismo. Este testimonia el hecho mayor de que alguien nos libró de la muerte. En alguien la vida se mostró más fuerte que la muerte e inauguró una sintropía superior”.

RESUCITAR SIGNIFICA 
Que Jesús en la muerte y desde la muerte, entró en el ámbito mismo de la vida divina, realidad primera y última. El Crucificado continúa siendo el mismo, junto a Dios, pero sin la limitación espacio-temporal de la forma terrenal.
La muerte y la resurrección no borran la identidad de la persona sino que la conservan de una manera transfigurada, en una dimensión totalmente distinta. Para hacerlo pasar a esta forma de existencia distinta, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. La resurrección queda vinculada a la identidad de la persona, no a los elementos de un cuerpo determinado.

Resucitar significa, pues, entrar a través de la muerte en el ámbito mismo de la vida de Dios. Nuestra fe nos asegura que el Dios del comienzo es también el Dios del final, que el Dios , Creador del mundo y del hombre, es también el que consuma a éstos en su plenitud.
Resucitar significa que la persona que muere, continúa, y el cuerpo se disuelve pero entra en una dimensión nueva. Hay continuidad y discontinuidad.
Resucitar significa apostar, como Jesús, por la vida, por la justicia, por el amor, por la libertad, llegando incluso a soportar en esta lucha el vituperio del fracaso de este mundo, pero seguros de que la inocencia del Justo será reconocida y premiada por Dios. Dios tiene siempre la última palabra, no la iniquidad.

Resucitar significa que estamos ya, en una marcha hacia la plenitud de la vida, en lucha contra todo lo que bloquea, merma y mata la vida. El tiempo que se nos da no es para volverse pasivos, indolentes, excépticos, sino para trabajar, ahora, en el minuto a minuto, e ir haciendo que esta tierra sea cada vez más un cielo, el cielo de Dios. La resurrección de Jesús es la meta final, la anticipación de la plenitud que nos aguarda. Y esa plenitud no hay otra forma de hacerla más real y operativa que comprometerse con aquellos que más vida, amor y libertad necesitan: los pobre

N U N C A

D E N A D I E

EN NINGUN LUGAR

SE DIJO LO QUE DE JESUS:

H a r e s u c i t a d o

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