sábado, 1 de noviembre de 2014

El clamor de los indígenas que todavía necesitamos oír.


Leonardo Boff
Adital

La causa indígena nunca ha sido resuelta en Brasil. A todas horas se oye sobre invasiones de tierras indígenas para dar lugar al agronegocio. La homologación de sus tierras es aplazada. Y hay asesinatos y suicidios misteriosos entre los guaraníes.

No obstante, ha habido algunos avances que toca reconocer, como la demarcación y homologación en área continua de la tierra Yanomami contra la presión de media docena de arroceros, apoyados por el latifundio en pro del agronegocio; la devolución de la tierra indígena xavante Marãiwatsédé en la Prelatura de São Felix do Araguaia, de donde habían sido arrancados a la fuerza hace 40 años. No ocurrió lo mismo con la tierra de los Guaraní Kaiowá, Guyraroka, pues el Supremo Tribunal Federal (STF) con los votos de los ministros Celso Mello y Carmen Lúcia rechazó el voto de relator del proceso al ministro Ricardo Lewandoski. En ningún momento se consulto a la comunidad y el latifundista que las ocupó adquirió el derecho sobre doce mil hectáreas de las tierras tradicionales.

Casos como estos son frecuentes, por más que la Funai y el CIMI (Centro indigenista misionero de la Iglesia Católica) se empeñen en su defensa. En este contexto vale la pena recordar el Manifiesto de la Comisión Indígena 500 años (1999) expresando el clamor de 98 diferentes pueblos originarios. Ellos denunciaron con vehemencia:

«Los conquistadores llegaron con hambre de oro y de sangre, empuñando en una mano el arma y en la otra la cruz, para bendecir y recomendar las almas de nuestros antepasados, lo que daría lugar al desarrollo, al cristianismo, a la civilización y a la explotación de las riquezas naturales. Estos factores fueron determinantes en el exterminio de nuestros antepasados…»

«El día 22 de abril de 1500 representa el origen de una larga y dolorosa historia… Afirmamos nuestra divergencia clara y transparente en relación a las conmemoraciones festivas del V centenario, por atentar y no respetar a nuestros antepasados, muertos en defensa de sus hijos, de sus nietos y de las generaciones futuras. Y por negar nuestro derecho a la vida como pueblos culturalmente diferentes…»

«Pretendemos sí, celebrar las conquistas a lo largo de los siglos, llenas de héroes anónimos, que la historia se niega a reconocer. Celebramos sí, las victorias que nos costaron tantas vidas y sufrimientos, y que sin embargo nos trajeron la determinación y la esperanza de un mundo más humano, de solidaridad».

«Celebraremos también el futuro, herederos que somos de un pasado de valoración de la vida, de ideales, de sueños dejados por nuestros antepasados. A pesar de las desigualdades e injusticias, somos conscientes de la importancia de contribuir a la consolidación de una humanidad libre y justa, donde indios, negros y blancos vivan con dignidad» (Jornal do Brasil del 31 de mayo de 1999). En la campaña presidencial nunca se abordó con seriedad esta demanda histórica de los indígenas.

¿Qué podríamos esperar de los portugueses que durante quince siglos recibieron la educación cristiana? Que al ver aquellos bellos cuerpos en la playa, observando curiosamente la llegada de las carabelas, exclamasen: "¡Qué bien! Descubrimos más hermanos y hermanas. Vamos a abrazarlos como miembros de la gran familia de Dios, representantes diferentes del cuerpo místico de Cristo”. Nada de eso ocurrió.

Después del primer encuentro pacífico, lleno de lirismo, descrito en la carta de Pero Vaz de Caminha, todo cambió. Vieron con codicia las riquezas de la tierra. Les hicieron la guerra, llegaron a negarles la humanidad y, a pesar de su inocencia y bondad natural, atestiguadas por todos los primeros misioneros, los consideraron faltos de salvación. Los subyugaron y se bautizaron por miedo.

Algo falló en el proceso de educación y de evangelización por parte de los europeos, especialmente de los españoles y de los portugueses, que impidió que ocurriese verdaderamente un encuentro de personas y de culturas. Lo que hubo fue una pura y simple negación de la alteridad.

El llamado "descubrimiento” equivalió a un encubrimiento y a la supresión del otro de la historia de los pueblos originarios de Brasil y de África. Tampoco significó un "encuentro” de culturas sino una invasión. Lo que realmente ocurrió fue un inmenso desencuentro, un verdadero choque de civilizaciones con el total sometimiento de los negros y de los indígenas más débiles. Hasta hoy ha quedado la marca de este acto fundacional en la forma como discriminamos a los indígenas, no respetando sus tierras sagradas y manteniendo prejuicios contra los afrodescendientes, aquellos que construyeron casi todo Brasil.

Traducción de Mª José Gavito Milano

Fuente: Adital


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