jueves, 15 de enero de 2015

Religión y espiritualidad laica.


POR VÍCTOR REY RIQUELME

En la Comunidad de Reflexión y Espiritualidad Ecuménica (CREE), hemos estado conversando y estudiando el tema de la religión y la espiritualidad, y queremos seguir haciéndolo en los meses que vienen. De alguna manera, lo que expongo aquí es fruto de esos encuentros, aunque con algunas aportaciones nuevas que nos dan insumos para las conversaciones que seguirán.

Mi propuesta es la siguiente:

Si en cualquier dominio el rigor en la comprensión y en el uso de conceptos es fundamental, en el de la espiritualidad lo es aún más, dada su importancia y, sobre todo, por la forma tan etérea en la que en nuestros días se utilizan los términos, comenzando por la propia palabra espiritualidad. Una forma que no es inocente y que tiene dos expresiones: una de excelsitud y de espontaneidad, generalmente poco comprometida y otra, aparentemente, muy comprometida, que se valora por su compromiso ético, social y político.
De acuerdo con la primera expresión, la espiritualidad es la dimensión humana formalmente más valiosa, pero tan espontánea que todo ser humano la experimenta y en cierta manera la cultiva. Se trata de la espiritualidad como visión global de sentido y de valor al alcance de todos, en buena parte retórica, y que como tal demanda poco esfuerzo.

De acuerdo con la segunda, compromiso ético y espiritualidad serían conceptos tan próximos que prácticamente serían equivalentes, o al menos el primero sería testimonio inequívoco del segundo, y la espiritualidad, fuerza y motivación que lleva al compromiso ético, y a la inversa; sin que lleguen a percibirse sus diferencias.

Por el contrario, la espiritualidad es la concepción más anti-retórica que existe y va más allá de toda ética. Ella es la realización humana más plena y total, y por tanto, una gracia o don que en sí mismo no tiene causa ni conoce proceso, pero que al mismo tiempo demanda esfuerzo; el esfuerzo humano más grande que existe.

Como todos los hombres y mujeres espirituales dicen, no se sabe cómo es que la experiencia espiritual ocurre, cómo se produce, pero sí se sabe qué es: una experiencia sin contenido ni forma; más aún, sin sujeto ni objeto; un conocer, dirán los maestros orientales, donde en el que conoce, lo conocido y el acto de conocer son la misma cosa, no se distinguen; una experiencia de la realidad en términos de unidad y totalidad; realización plena y total; ser y solo ser. Por ello, se trata de una experiencia totalmente fuera del ego y desinteresada, sin objetivo y sin interés. Gratuidad pura, plena y total, fin en sí misma, nunca función o medio para otra realización. Un existir donde no hay diferencia entre sentir, percibir, amar, entender y actuar, porque todo ello se da a la vez. Acto puro, único y total.

La espiritualidad es, pues, un conocer, un vivir y un actuar sin creencias. Y por la misma razón, es un conocer, un vivir y un actuar que no tiene contenidos ni forma, ni se basa ni se fundamenta en estos, sino en la experiencia pura y desnuda de su propio acto o ser en sí misma y en nada ni nadie más; sin creencias, ni religiosas ni laicas, puesto que no se apoya ni en verdades de fe ni en argumentaciones de naturaleza científica, filosófica o afines.

En la experiencia espiritual, y de acuerdo con ella, las creencias no son adecuadas, y no porque sean religiosas (y en tanto que religiosas, autoritarias, lo que sin duda es un obstáculo añadido), sino ante todo y sobre todo porque implican contenidos, conocimientos previos, ya sean religiosos o racionales que, a fin de cuentas, se han recibido y se adaptan a la convención; no han sido creados, no son originarios ni únicos. Pero la espiritualidad, en tanto que conocimiento y experiencia, es única, específica, auténtica y verdadera creación cada vez que se da u ocurre.
Una espiritualidad con creencias, religiosas o laicas, es el mayor obstáculo para sí misma, porque acaba convirtiéndose en más de lo mismo: ética, filosofía, religión… y, en este sentido, se hace imposible e incluso se pervierte.

Por tanto, cuando hablamos de espiritualidad estamos hablando de una experiencia laica en el sentido religioso, pero también, si se nos permite hablar así, en el sentido profano, técnico y científico. Esto quiere decir que en la espiritualidad, como experiencia que es, todo lo que tiene forma y contenido, ya sean religiosos, científicos o filosóficos, es creencia.

Actualmente la naturaleza laica de la espiritualidad como experiencia se hace más evidente. La espiritualidad, que en sí misma siempre ha sido laica, en el pasado era normal que se expresara por medio de formas culturales religiosas. De este modo, las religiones eran portadoras y conductoras de ella. Pero, dada la crisis epistemológica de las formas y contenidos religiosos con el advenimiento de la sociedad de conocimiento, eso ya no es más posible.

La espiritualidad así concebida, por ser fin en sí misma, realización plena y total, no es útil para nada más; no es medio ni existe en función de otra realización que en el tiempo, y por lo que respecta al individuo o a la sociedad, sería superior. La espiritualidad no es una realidad sometida al tiempo y dependiente de éste. Por ello el criterio de lo útil e instrumental tampoco es adecuado en esta dimensión humana. Y, sin embargo, es la mayor fuente de compromiso, de liberación y de realización humana, personal y social que existe, porque ella no es una realidad.

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