martes, 31 de marzo de 2015

¿Y dónde estaba Dios?



No falla. ¿Por qué será que lo esperábamos, realmente? Quizás porque es matemático: los seres humanos somos así. Lo cierto es que, desde que ha tenido lugar en los Alpes franceses este desgraciado último accidente de aviación que ha costado tantas vidas y que tanto ha conmovido a la opinión pública —y continuará haciéndolo durante cierto tiempo, máxime por las extrañas circunstancias en que parece haberse producido—, no hemos dejado de recibir a nivel privado comentarios y preguntas, no ya de incrédulos o de ateos recalcitrantes, sino de personas que se consideran verdaderos creyentes, pero que tienen graves problemas para hacer frente a realidades tan duras como ésta. Algunos se cuestionan dónde está Dios en esos casos, qué hace, si realmente cuida de los suyos, o si hay en el universo fuerzas malignas ocultas que paralizan su actuación. Otros se interrogan con no menos seriedad si no será que algún tipo de “pecado oculto” entre los seres humanos bloquea la acción salvífica divina e impide que el Señor actúe para proteger a sus hijos. Y no faltan quienes ponen en duda la efectividad del poder de la oración, pues, seguros como están de que algún pasajero de ese vuelo debió elevar alguna plegaria al iniciar el viaje, no han visto por ninguna parte su efectividad. Más bien han comprobado lo contrario.

Hemos de reconocer que, aunque, como decíamos, esperábamos este tipo de preguntas o de comentarios por parte de cierta gente que conocemos bastante bien y a la que apreciamos con todo nuestro cariño, no dejan de producir en nosotros una cierta desazón, por no decir un triste desánimo. Desanima comprobar los niveles de distorsión de la imagen de Dios que se cultivan y se propagan en ciertos medios cristianos populares, especialmente dentro del variopinto campo evangélico, por el daño tan grande que causan a quienes viven inmersos en ellos, hasta el punto de que más de uno llega a cuestionarse muy seriamente si merece la pena seguir creyendo en Dios y en su Palabra.

La pregunta “¿Y dónde estaba Dios?” —se entiende: cuando se produjo el siniestro— significa en realidad una clara acusación: “¿Por qué no estaba allí cuando más falta hacía?”

Sinceramente, no pensamos que con esta reflexión que hoy compartimos con todos nuestros amigos y amables lectores de Lupa Protestante vayamos a responder con exactitud a estos interrogantes, ni a brindar solución alguna a quien se empecina en seguir formulándose este tipo de preguntas. Más que a ellos, siendo honestos, nos dirigimos a nosotros mismos, no porque queramos autoconvencernos de nada en especial, sino por el sano ejercicio consistente en dejar constancia de aquello que verdaderamente creemos.

¿Qué esperamos de Dios?, sería la cuestión. O si lo preferimos plantear de otra manera: ¿Quién (o qué) es Dios para nosotros?, mucho más sencilla, tal vez.

Las Sagradas Escrituras nos van a dar, en su conjunto y en su razón última, una respuesta muy clara: Dios es nuestro Padre. Tal es la enseñanza capital de Jesús acerca del Creador del mundo y Señor de Israel. Pero no se trata de un padre al estilo veterotestamentario, una especie de jeque tribal que ejerce su señorío sobre un círculo concreto de personas vinculadas a él, sean hijos biológicos suyos o no, sino un padre que, por encima de todo, ama, y lo hace hasta las últimas consecuencias. Dios es amor, nos recuerda el conocido pasaje de 1 Jn 4,8b, que todos los creyentes hemos aprendido de niños desde la catequesis parroquial o la escuela dominical. Y esta realidad tan patente en el Nuevo Testamento supera con creces cualquier otra imagen de Dios que proyecte el Antiguo, algunas de ellas, todo hay que decirlo, no demasiado compatibles con la sensibilidad del evangelio.

La enseñanza de Jesús acerca de la paternidad divina nos exige a los creyentes cristianos —¡debiera exigirnos!— una lectura inteligente y, casi nos atreveríamos a decir, “crítica” de algunas de las otras imágenes de Dios que proyectan en ocasiones los textos bíblicos, especialmente los que conforman el Antiguo Testamento, y que obedecen, más que nada, a unos presupuestos culturales que no son los nuestros.

En primer lugar, el Dios que en los Evangelios se revela como Padre tiene cuidado de todos los seres humanos, no sólo de un grupo selecto o particularmente escogido en detrimento de los demás. Ahí están textos como el clásico de Mt 5,45, según el cual Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos, o los también conocidos de Hch 17,25 y 28, en los que se hace hincapié en la misma idea, aunque expresada de otra manera; el Dios que en la predicación de Jesús es nuestro Padre no hace distinción entre los seres humanos a la hora de distribuir sus bendiciones. Cuando la enseñanza del Nuevo Testamento nos presenta a un Dios que se preocupa por todos los habitantes de este mundo, ya sean judíos o gentiles, creyentes o incrédulos, porque a todos ellos los considera creación suya (Hch 17,26) y a todos los ama, por fuerza nuestra concepción de las cosas ha de adquirir unas dimensiones que tal vez antes no tuviera. El Dios adusto y exclusivista que el Antiguo Testamento designa con el nombre de Yahweh (o Jehová), únicamente interesado en un pueblo, Israel[1], y que no es otra cosa que el fruto de una reflexión muy peculiar ajustada a unas épocas recónditas, y circunscrita a una nación concreta, cede su lugar, por esos misterios de la inspiración que permanecerán siempre en lo oculto, a un Dios Padre de rasgos universales que muestra un rostro muy diferente.

En segundo lugar, esa paternidad divina se hace efectiva en Cristo Jesús. No es “natural”, al estilo de ciertas divinidades del panteón clásico grecolatino, que tenían hijos y procreaban linajes ilustres, al decir de los antiguos vates de la Hélade y sus imitadores romanos. El Dios revelado en la Biblia es un Dios trascendente, ajeno a este mundo, y sólo deviene nuestro Padre porque en Cristo ha querido acercarse hasta nosotros —en realidad lo que ha hecho es rebajarse hasta nosotros— para hacernos suyos, para unirnos a Él y con Él por medio de unos lazos irrompibles y un vínculo que rebasa con mucho cualquier contingencia de este mundo en el que vivimos. El archiconocido versículo de Jn 3,16 nos habla de ese gran amor de Dios y de su entrega total en Cristo a los seres humanos para, por medio de su Hijo, otorgarnos la plenitud de la vida con Él y en Él. Quien, por la Gracia de Dios, se sabe hijo suyo, entiende que ni la muerte ni la vida… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rm 8,38-39)[2], pues su horizonte vislumbra, aunque sea de lejos, una dimensión más relevante y de mayor profundidad que lo que perciben nuestros sentidos físicos.

En tercer y último lugar, el conocimiento de que Dios es nuestro Padre nos ha de impulsar a vivir confiados en que Él guía nuestros pasos y traza nuestros caminos, incluso en medio un mundo como el nuestro, sometido a tantas contingencias que escapan a nuestro control y a nuestra previsión, pero no a su mirada abarcante y paternal. Nada de lo que pueda existir en este mundo limita, frena o paraliza a Dios en su actuación o en su gobierno del universo. De ahí que ser cristiano suponga el desafío de transitar por esta vida y sus circunstancias —una de ellas la muerte, acompañada de todos sus tintes trágicos— con un gran realismo, siendo conscientes de cómo funciona la tierra que pisamos y haciendo frente por fe a realidades en ocasiones difíciles de digerir. La doctrina neotestamentaria de la paternidad divina no nos enseña en ningún momento que Dios sea una especie de seguro a todo riesgo, o que profesar la fe de Cristo conlleve para nosotros una existencia fácil, próspera en sentido material, y revestida de grandes éxitos sociales. No podemos por menos que condenar abiertamente el infantilismo religioso de quienes buscan en la fe cristiana una cobertura o un blindaje para su existencia terrena. No nos valen los textos bíblicos empleados por manipuladores profesionales del evangelio para “asegurar” que al creyente por fuerza le ha de ir bien en esta vida, pues, por un lado, ni es ésa la realidad que vivieron siempre los fieles de épocas pretéritas (¡la Biblia lo evidencia desde sus primeras páginas!), ni, por el otro, lo es siempre hoy.

Saber que Dios es nuestro Padre, y por ende Padre de todos los seres humanos, nos obliga a creer con realismo, a orar con realismo, a leer la Biblia con realismo, y a someter, también con realismo, nuestra existencia a sus manos, a lo que Él disponga para nosotros, aunque no podamos vislumbrar con claridad qué es, o aunque no entendamos bien algunas cosas que puedan suceder. Si creemos que nuestro Padre dirige con pulso certero el destino de la humanidad y lo conduce en Cristo a un estado glorioso, tal como prometen las Sagradas Escrituras en muchos de sus libros, las contingencias de esta vida presente, por difíciles que resulten o por incomprensibles que se nos hagan, no han de minimizar nuestra confianza en que Él está siempre ahí, sobre todo en esos momentos trágicos, sosteniendo a sus hijos y compartiendo su dolor. Por algo dice Is 63,9 acerca del pueblo de Dios que, aunqueen su amor y su clemencia él los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad, en primer lugar en toda angustia de ellos él fue angustiado.

“¿Y dónde estaba Dios?”, nos preguntaban. Respondemos: “Allí mismo, con los que sufrían, sin dejarlos ni un solo momento”.

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[1] Aunque, como sabe el amable lector, los pensadores más avanzados de la época veterotestamentaria también intuyeron un derramamiento de las bendiciones divinas sobre el conjunto de la humanidad. Cf. el oráculo clásico de Is 2,1-4. No obstante, son los menos.

[2] En este sentido, se leerá con provecho el párrafo completo que va del v. 28 al 39.


domingo, 29 de marzo de 2015

Los Objetivos Del Milenio.



No todo el monte es orégano y no se agota la casuística económica en el paripé helénico, el tardío aunque provechoso programa de relajación cuantitativa de Mario Draghi, la sorprendente glaciación de los índices de precios, la odiosa precariedad del empleo en España o la creciente cuota de bonos en los mercados internacionales emitidos a tipos de interés negativos. Hay vida más allá de los afanes de occidente, aunque, hablando con propiedad, lo que sucede más allá de occidente es justamente lo opuesto, que los pueblos sobreviven más que viven en un pulso diario contra la falta de esperanza y la muerte, y de esta cruda realidad surge el permanente carácter noticiable del tema.

La oportunidad puntual del comentario nace de que 2015 marca el final de un ambicioso programa de Naciones Unidas, que lleva el nombre de ‘Objetivos de desarrollo del milenio’ (ODM) y que nació hace quince años. Dado que según las encuestas realizadas por el ‘Eurobarómetro’ más del 80% de los europeos nunca ha oído hablar de los ODM recordaremos que en el año 2000, los jefes de estado y de gobierno congregados en Naciones Unidas adoptaron un acuerdo global cuyo objetivo era terminar con el hambre y la pobreza extrema en el mundo en el período de 15 años. A ese propósito central ‘La Declaración del Milenio’ agregaba una lista adicional de intenciones vitales tales como el logro de la enseñanza primaria universal, la promoción de la igualdad entre géneros, la reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud materna, la batalla contra el sida, el paludismo y otras enfermedades, la sostenibilidad del medioambiente y el fomento de una asociación mundial para el desarrollo.

La cercanía de varias convocatorias de elecciones en nuestro país también es ocasión propicia para reflexionar sobre la conveniencia de incluir en los programas de los partidos concurrentes a ellos, las medidas que en su mano estén, para combatir -si eso fuese posible- las carencias que aquí se describen, aunque solo sea bajo el obligado voluntarismo de las ayudas financieras estereotipadas en la famosa campaña del 0,7% promovida en 1975 por los Jefes de Estado y de Gobierno presentes en la XXV Asamblea de Naciones Unidas y que en la actualidad solo un puñado de países cumple. Tampoco lo hace, ni de lejos, la suma agregada del sector público vasco, aunque se esfuerce en ser ejemplar. De todas maneras hay maneras y medidas que trascienden la política de ayudas: la fiscalidad responsable y sobre todo la eliminación de los paraísos fiscales figurarían en lugar preferencial. Pero no es tema para hoy.

Como ya se ha dicho, 2015 es el año de cierre del programa. ¿Qué balance podemos cerrar de los ODM y cual es el inventario de sus resultados?

Existe un amplio consenso en aceptar que La Declaración del Milenio y los ODM han constituido una de las más influyentes iniciativas promovidas por la comunidad internacional en el último medio siglo. Pero la respuesta pormenorizada ofrece aspectos positivos junto a graves limitaciones. Naciones Unidas reconoce que a nivel global “el porcentaje de gente que vive en la pobreza extrema se ha reducido a la mitad. La proporción de personas que vive con menos de 1,25 dólares al día cayó del 47% en 1990 al 22% en 2010. Aproximadamente 700 millones de personas menos viven en condiciones de pobreza extrema que en 1990”.

Se suman a ello los avances en otros capítulos: 1.200 millones de seres más beben ahora agua potable, hasta el 89% de la población mundial frente al 76% anterior. En los últimos diez años la tasa de paludismo ha disminuido un 25%, salvando 1,1 millones de vidas. Simultáneamente, se han evitando 3,3 millones de víctimas por malaria y 22 millones más por la tuberculosis. En cuanto a la educación, la tasa de niños sin escolarizar cayó casi a la mitad: de 102 millones a 58.

¿Qué cabe decir del capítulo de fracasos? Tal vez el principal desengaño se derive de la percepción de que los mismos éxitos son insuficientes y en todo caso relativos. Si consideramos las personas que viven con menos de 2 dólares al día (60 dólares al mes) los resultados son escalofriantes, puesto que al día de hoy más de 2.400 millones de personas se encuentran bajo dicho nivel mínimo de supervivencia. Los éxitos relativos se concentran en China y la India por lo que si excluimos los avances obtenidos por estos dos países y dirigimos nuestra mirada al África Subsahariana o al Asia Occidental, los datos que se nos presentan son desoladores. En esas regiones no ha existido avance, sino retroceso.

Además, a otros 1.000 millones de personas les sigue faltando de agua potable, 1.600 millones no tienen acceso a la electricidad, 3.000 millones no cuentan con servicios de saneamiento adecuados y la cuarta parte de los niños y niñas de los países en desarrollo están insuficiente e inadecuadamente alimentados. Ochocientas madres mueren diariamente en el sur por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto.

Agregadamente, se encarama a la lista de las penalidades globales la funesta utilización de los recursos naturales, la contaminación atmosférica y el calentamiento global. De ahí que el nuevo consenso pase por el título de ‘Objetivos de desarrollo sostenible’. En Adís Abeba, en julio de este año, se planteará la prórroga reformada del modelo ODM, lo que se conoce como ‘la Agenda Post-2015’, como paso previo a la cumbre de Naciones Unidas en septiembre de 2015, en Nueva York donde se reformulará el tema siempre vigente e inacabado de la ayuda al desarrollo.

A la hora de diseñar sus programas, los partidos deben mirarse en el espejo de esta realidad, sin orillar elespinoso tema migratorio. Pero sobre todo, la presencia y mención de la pobreza extrema en el mundo es una llamada a considerar cuan agraciada es una corta fracción de la población mundial, en la que nosotros estamos ubicados.

sábado, 28 de marzo de 2015

Espiritualmente correcto.



El discurso religioso lo tiene muy crudo si quiere ser escuchado en el ámbito público, donde se intenta una comunicación aséptica asumible por todos. Por su propia condición, la confesionalidad religiosa tiende a la afirmación de absolutos, ya sean de naturaleza divina (teología) o humana (ética). Y en general, el ámbito público de nuestro tiempo parece empeñado en promover una paz social basada, por lo que respecta a la comunicación, en discursos matizados al extremo, esto es, en discursos de afirmaciones siempre relativas o relativizadas.

Por supuesto, no ayuda en nada la radicalización violenta de la religión, que no hace sino confirmar el prejuicio de que la religión, per se, conduce al fanatismo, y más si se trata de religiones monoteístas, a las que algunos asocian con una naturaleza totalitaria y violenta, ya que la afirmación de un dios único –dicen– conlleva la exclusión de otras divinidades y, por tanto, la imposición de una cosmovisión sobre, o contra, otras.

Mi preocupación a este respecto la puedo expresar a modo de preguntas:
¿Puede darse un diálogo social real, cuando las partes, o algunas de ellas, se sienten intimidadas para expresar públicamente sus convicciones?
¿Puede de veras haber un proceso de escucha real –ésta es un a priori necesario para la buena comunicación– , cuando la confesionalidad es públicamente prejuzgada como fanatismo?

Quizás nuestra sociedad no lo crea, ya que lo único que salta a la palestra pública son las noticias que remarcan el ‘talante impositivo’ de la religión: la manipulación de las conciencias por parte de telepredicadores, los abusos sexuales de clérigos, los atentados yihadistas (¿hay que decir ahora ‘daeshistas’?), etc. Y además está la historia: una historia que ha dejado muchas cicatrices respecto a lo religioso. Pero yo observo que buena parte de la feligresía de las distintas confesiones se siente intimidada ante la expresión pública de sus convicciones por temor a ser tildada de fanática. Y esto se expresa en un discurso religioso público muy aguado o, por remedar terminología actual, ‘espiritualmente correcto’. Y si bien es bueno sentir un cierto grado de intimidación ante ‘lo público’, a fin de no pasar de afirmar absolutos a afirmar absolutismos, cayendo entonces en el desprecio del otro, también me preocupa el hecho de que la confinación de la religión a la esfera de lo privado, finalmente, vaya en contra de la calidad democrática de nuestra sociedad.

Sí, porque una sociedad cuyos miembros no saben dialogar y actuar solidariamente desde la pluralidad de las convicciones más firmes, no es una sociedad libre, sino un conglomerado social cargado de temores que pueden explotar en algún momento. Para ser tal sociedad libre, es necesario practicar la escucha que nos permita conocer al otro tal y como realmente es, con sus convicciones y sus dudas. Por eso creo que el laicismo necesita comprometerse con la escucha de la rica realidad religiosa, del mismo modo que las confesiones deben escuchar a conciencia la diversidad de nuestra sociedad actual, aprendiendo sobre todo a unir esfuerzos por el bien común y cada uno desde la expresión pública de sus convicciones.

Por todo ello, creo que España necesita algo más que discursos y debates ‘política o espiritualmente correctos’; necesita que la ‘cuestión religiosa’ deje de ser un debate entre los poderes políticos y religiosos para convertirse en un debate más llano y cotidiano, más abierto y atrevido, más amplio en horizontes y así trascender de una vez por todas su monopolización pública en torno a temas que sólo tienen que ver con luchas de poder entre quienes lo detentan.

Publicado en Entreparéntesis (12/03/15)

Pedro Zamora García

Barcelona, 1957. Casado con Puri Menino, dos hijas (Caterina y Estela), un hijo (Jairo) y un nieto (Adrián), Vivo en El Escorial (Madrid). Ocupación actual: Director teológico de la Fundación Federico Fliedner, y profesor de Biblia en SEUT y Universidad Pontificia Comillas. Fui ordenado pastor de la Iglesia Evangélica Española en 1991. He escrito tres libros: 1. Fe, política y economía en Eclesiastés, Verbo Divino: Estella, 2002 2. La fe sencilla, Fliedner Ediciones: Madrid, 2011 3. Reyes I. La fuerza de la narración, Verbo Divino: Estella, 2011

viernes, 27 de marzo de 2015

La dimensión política de la Semana Santa.



Arnaldo Zenteno, S. J. ,
Comunidades eclesiales de base de Nicaragua

La Semana Santa se puede vivir de muy diversas maneras. Puede vivirse simplemente como días de vacaciones y si se puede pasarlas en el mar. Puede también vivirse con un barniz de Semana Santa viendo en la Tv películas de la Pasión de Cristo o Benhur. Puede ser también simplemente una semana más.
Al decir esto no estoy haciendo ningún juicio moral, ni digo que eso sea malo. Simplemente digo lo que suele pasar. Hay otra manera de vivir la Semana Santa participando en las Celebraciones en los templos o Iglesias o en los Viacrucis en las calles. Se puede suponer que esta es una buena manera en que los cristianos podemos celebrar la Semana Santa. Esto es verdad, pero todavía dentro de ese marco hay dos maneras bien distintas de Celebrar la Semana Santa. Y en esto quiero detenerme.

Se puede participar con mucha devoción en las tan ricas celebraciones litúrgicas de Semana Santa y también en lo que se vive en la Religiosidad popular como La Judea, el Huerto, el santo entierro. Eso está bien y da buenos frutos pues se centra en Jesús y en su inmenso Amor que lo llevó a dar la vida por nosotros en medio de tanto dolor, sufrimiento, traiciones y abandono. Pero se puede celebrar eso aisladamente de lo que pasa en Nicaragua, y en particular de lo que le está pasando a tantos niños que están en la calle, tantos desempleados y emigrantes que son los crucificados de hoy día. Y lo que es también muy grave, se puede vivir fuera del contexto real en donde vivió Jesús los misterios de la Última Cena, Pasión, Muerte y Resurrección que estamos celebrando. Para remediar el primer aislamiento que menciono, se suelen tomar con razón varias iniciativas, por ejemplo en el Viacrucis en cada estación nos detenemos en el Viacrucis de Jesús y el Viacrucis del Pueblo. Y cada día en las Celebraciones se ora por las distintas necesidades de la población.

Eso está bueno y hay que hacerlo, y no quedarse en celebraciones como en el limbo fuera del espacio y del tiempo. Recuerdo que en las CEB hace tiempo decíamos: La Misa y la vida siempre unidas. Y Pablo VI al final del Concilio Vaticano II, afirmaba que un mal muy grave de nuestro tiempo es la separación de la Fe y la Vida. Por lo mismo hay que tener presente el contexto real en que Jesús vivió y padeció lo que estamos celebrando. El lunes pasado aquí en El Nuevo Diario el P.José Mulligan publicó un excelente artículo con este título: ¿Por qué ejecutaron a Jesús? En ese artículo podemos ir recorriendo los conflictos que tuvo Jesús con las autoridades religioso-políticas de su tiempo: Maestros de la Ley, Fariseos, Sumos Sacerdotes y también podemos ver los conflictos de Jesús con Herodes y con Pilatos que en definitiva lo condena por una razón política: para no quedar mal con el César. Este es el contexto real de la Pasión y muerte de Jesús. Y así como decimos que en la Biblia hay que leer el texto en el contexto en que fue escrita y transmitida, de igual manera nuestras Celebraciones de Semana Santa debemos vivirlas en su hondo sentido en el contexto en que Jesús lo vivió y en el contexto de nuestra realidad actual.

Supongo conocido el enfrentamiento de Jesús con las autoridades desde el comienzo de su vida pública. Me quiero centrar en algunos aspectos de las Celebraciones de estos días Santos en que deberíamos tener muy presentes- como en la Vida, Muerte y Resurrección de Jesús- la dimensión política.

DOMINGO DE RAMOS. Conflicto de visiones sobre el Mesías, y conflicto con las Autoridades . En las celebraciones, se subraya la devoción al Señor del Triunfo o se habla de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén como Rey, un Rey que entra humildemente en un burrito (subrayando la humildad de Jesús). Pero ese enfoque omite elementos importantes de la realidad que vivió Jesús. Días antes de esa entrada, Jesús va a Jerusalén en medio de amenazas de muerte. Tanto que los apóstoles van caminando como frenados, hasta que Tomás en un momento pasajero de valor dice: Vayamos y muramos con El. Jesús entra a Jerusalén y su sola entrada es un desafío a las autoridades político-religiosas que se lamentan de que tanta gente lo siga, y deciden matarlo, pero después de la fiesta-para que no se alborote la gente.

Su entrada es también un desafío, pues no entra como un Mesías triunfante, Rey bueno y poderoso. Jesús se presenta como Mesías humilde y servidor y así se deja reconocer y aclamar por el pueblo sencillo. Las autoridades político-religiosas se escandalizan y quieren que calle a la gente sencilla. Jesús les dice : Si ellas se callan, hasta las piedras gritarían. Ellos tienen un corazón más duro que las piedras.
En el templo Jesús se enfrenta no solo con los comerciantes de ese atrio que se volvía como un mercado. Se enfrenta con las autoridades que han propiciado que esa casa de Oración, se haya vuelto una cueva de ladrones. Y ellos entienden que a ellos se refiere, y por eso lo increpan: ¿con qué autoridad haces eso? Y a raíz de ese hecho, toda la semana es de confrontación y de palabras muy fuertes de Jesús, como cuando los llama en una parábola, viñadores asesinos.

En este contexto de reconocimiento de Jesús, como el Mesías servidor, que va hacia la muerte y que se enfrenta a los que oprimen al Pueblo, es en el que tienen pleno sentido nuestras celebraciones del Domingo de Ramos, y que no se pueden reducir a mover las Palmas y cantar: Bendito el que viene en nombre de El Señor. Le pregunté algunas personas de las CEB¿ qué mensaje tiene el Domingo de Ramos para nuestro compromiso social y político? Así me respondieron: vivir la realidad, comprometernos más con los pobres y no tener miedo a Denunciar las injusticias y a Anunciar la Buena Nueva de Jesús,Buena Noticia para los Pobres, Liberación para los Oprimidos.

jueves, 26 de marzo de 2015

La necesidad de la justicia social y personal.



Hace muchos años impartí una serie de Conferencias bajo el lema de “La revolución pendiente”. En ellas se hacía un recorrido histórico de cómo los seres humanos habían intentado, en diversos momentos de la Historia, elaborar distintas filosofías sociopolíticas para cambiar el devenir del Sistema; Sistema en el que vivían y vivimos inmersos. Así surgieron las autocracias, las dictaduras, las democracias, el socialismo utópico, el socialismo científico o marxismo, las monarquías parlamentarias, el liberalismo, el anarquismo y el fascismo. Todos estos sistemas pensaban que su aportación era la más adecuada y justa para el desarrollo homeostático (equilibrado) y armónico de la Humanidad. Pero fracasaron.

Basándonos en la Revelación bíblica nos encontramos con el hecho de que Dios crea al Hombre (varón y mujer), a la Humanidad, como una entidad colectiva: “Entonces dijo Dios: hagamos al hombre (ya Martín Lutero había traducido este término por hombres con muy buen criterio) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (o varón y hembra le creó).” (Gen. 1: 26-2). En el capítulo tres del libro de Génesis, se nos narra (de una manera mitológico-simbólica) una realidad histórico-existencial validada por el mismo Jesús de Nazaret. Es lo que se conoce en términos vulgares como “la caída”, y que yo denomino la desestructuración amártica. Esa Persona Colectiva (Adán, la Humanidad) al desestructurarse crea la base biológica, psicológica, emocional y espiritual de lo que abocaría a considerar a cada miembro de la primera pareja como dos seres individuales, con dos nombres diferentes: Adán y Eva (antes de que se produjera ese proceso de individuación tenían un solo nombre: Adán (Gen. 5:1-2). Nace así el individualismo y la base, político-filosófica, que daría lugar al concepto antropológico de “persona individual” dotada del denominado “libre albedrío”. Este varón y esta mujer (o como encontramos en Gen. 2:2, este varón y esta varona) rompen su comunión con Dios, y entre ellos mismos nace así el Yo individual que sustituye al Nosotros colectivo.

La Historia de la Salvación, se gestó más allá del tiempo y del espacio, en el mismo corazón de Dios. Incluye un llamamiento a Abraham, en los términos siguientes: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré… Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Para “familias” se emplea un término hebreo, que traducido al griego (LXX), significa pueblo, raza, linaje y nación. Por consiguiente, la promesa salvífica de Dios no se expresa en singular (a cada persona individual), sino en plural (a cada pueblo y a cada nación). Deseo que quede perfectamente claro que cada ser humano, a nivel individual, necesita la Salvación de Dios, acogiéndose a la redención del acto soteriológico de Cristo en la cruz del calvario. Pero, el Verbo se encarnó para identificarse con la raza humana, y aunque vino para salvar a cada persona individual, su acto kenótico, su vaciamiento (Fil. 2:7), tenía como finalidad “la reconciliación con Dios de todas las cosas, así las que están en los cielos como las que están en la tierra, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Col. 1:20).

Dios escogió al pueblo de Israel para que llevase su Palabra a los demás pueblos de la tierra. La revelación novotestamentaria nos explicita que la Iglesia es ahora el nuevo pueblo de Dios, cuya misión es llevar el Evangelio del Reino de los Cielos a todas las naciones (Mat. 28:18-20).

Los estudios de antropología bíblica nos enseñan que el hombre (término genérico) es un ser-para-la-muerte; y que la esfera de la intimidad de este ser está ocupada por un corazón lleno de contenidos contrarios a la voluntad de Dios, y que sobrepasan lo ético y lo neumático (Mr. 20-23). La conversión supone el paso de la Soledad a la Comunidad. El cristiano entra a formar parte de una realidad comunitaria, que se describe como: “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncie las virtudes de aquél que le llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (1ª Ped. 2:9).

Muchos creen que predicar el evangelio se reduce a conseguir que cada persona reconozca su situación moral y espiritual de hombre adámico (pecador, que vive en el error, el fracaso y la frustración) y acepte a Jesucristo, como su Señor y Salvador: a aquél murió por sus pecados y resucitó para su justificación. Indudablemente que lo que antecede es ciertísimo, pero la proclamación del Evangelio implica mucho más que llevar una solución a la salvación personal “de las almas”. El evangelio del reino de Dios, tiene una dimensión moral y espiritual que alcanza a la redención de cada ser que lo recibe en lo más profundo de su ser; pero el Evangelino del Reino, cuando se asume, afecta a todas las esferas de la existencia. Se trata del Evangelio integral, aquel que no se deviene en la Gracia barata, sino en la Gracia cara como escribe Dietrich Bonhoeffer al principio de su obra “El precio de la gracia”. Entiendo que el cristiano tiene como ejemplo, paradigmático, seguir la vida y la enseñanza de Jesús de Nazaret como siervo de Dios; y es este Jesús el que le da a la proclamación del Evangelio toda su relevancia y contenidos. A su dimensión psico-neumática le añade una dimensión social, taumatúrgica (sanitaria), laboral, económica y política. El eslogan de la Revolución Liberal era: Libertad, Igualdad y Fraternidad. ¡Lástima que principios tan extraordinarios abocasen a una sociedad de clases tan injusta, y a un sistema socio-económico capitalista que continua explotando sin piedad a tantos miles de millones de seres humanos. La salvación de Dios es inmanente y trascendente. Y el cristianismo ha fracasado en cuanto ofrecer a los seres humanos una solución para la inmanencia y preocuparse solo de la trascendencia, haciendo un reduccionismo inaceptable respecto de la salvación del alma. El evangelio no se predica para que se salven las almas (un estrato más de la tectónica o estructura de la personalidad) sino para que alcance la realización trascendente las personas.

El apóstol Pedro nos dejó escrito, en su primera carta: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.” ( 1ª Ped. 2 : 21). Por su parte, el apóstol Juan nos clarificó, aún, más la cuestión: “El que dice que permanece en el, debe andar como el anduvo.” (1ª Juan 2:6). La pregunta surge inevitable: ¿Cómo anduvo Jesús? La palabra de Dios tiene la respuesta: “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo de Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y como éste anduvo haciendo bienes (lit : quién pasó haciendo el bien ) y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.”( Hch. 10 : 37-38). Todos los oprimidos por el diablo, son todos los explotados, humillados y ofendidos por el Sistema.

Hoy, tres cuartas partes de los 7000 millones de seres humanos que pueblan este planeta, viven en condiciones lamentables y carecen de todo; padecen hambre, andan descalzos y vestidos de harapos; mueren de enfermedades que, en este llamado primer mundo, ya hace mucho que están superadas. Hay millones de niños de cinco a diez años que trabajan en minas y canteras unas 14 horas diarias; recorren muchos kilómetros para llegar a su destino laboral y como retribución reciben una miseria: son los parias, los pobres de este mundo; son todos aquellos de los que el Señor Jesús se ocupó de una manera especial.

Las llamadas Iglesias cristianas del mundo occidental (de cualquier denominación) hace mucho tiempo que empezaron a abandonar la letra y el espíritu de la Escritura. Se han convertido en iglesias burguesas y viven inmersas en una sociedad hedonista y deshumanizada. Oran por las superestructuras de poder para que Dios les ilumine en el gobierno de los pueblos, pero no denuncian la injusticia criminal que hace morir a un ser humano cada pocos segundos. Las llamadas Iglesias cristianas se alían con los poderosos y participan en sus políticas fraudulentas y corruptas para obtener sus favores.

A lo largo de todo el Antiguo Testamento el mensaje que Dios hace llegar al pueblo, y de manera muy especial a sus dirigentes es este : “Me volví y vi todas las violencias (heb = opresiones ) que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de los opresores, y para ellos no había consolación.” (Ecl 4:1). También, el llamado “profeta socialista” denuncia la situación paupérrima de los más débiles: “Oíd esto, los que explotáis (heb = exprimís) a los menesterosos ( RVA= necesitados ), y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo: ¿cuándo pasará el mes, y venderemos el trigo; y la semana, y abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y subiremos el precio y falsearemos con engaño la balanza, para comprar a los pobres por dinero, y a los necesitados por un par de zapatos, y venderemos los deshechos del trigo? (Amós 8:4-6). Isaías, Jeremias, Hageo, Malaquías, y tantos otros, hablaron al pueblo y a los pueblos, proclamando un mensaje profético de denuncia de todas las injusticias, exhortándoles a cuidar del huérfano, de la viuda y del extranjero. Las Iglesias, en general, han perdido el sentido de la justicia social (damos gracias a Dios por las excepciones) e individual, espiritualizando el mensaje del Evangelio del Reino de Dios, hasta tales extremos que éste se hace irreconocible. En muchos lugares no solo se predica otro evangelio, sino que también se predica a otro Jesús (2ª Cor 11:3-4).

El espíritu del mundo ha penetrado en lo más profundo de nuestras congregaciones y en su interior se han reproducido los métodos y estructuras psico-sociales, socioeconómicas, sociolaborales y sociopolíticas del Sistema. Esto ha redundado en una alienación de las mismas: sin justicia nunca habrá paz en el mundo. El señor Jesús antes de despedirse de esta tierra (orgánicamente) dijo a sus discípulos, y también a nosotros: “la Paz os dejo, mi Paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da (Juan 14:27). Hoy, mas que nunca es necesaria la denuncia profética, pero ésta brilla por su ausencia. A las Iglesias les corresponde ser la voz de esa gran mayoría silenciosa, pisoteada y oprimida, que no puede denunciar la injusticia porque está sometida a la gran represión de los detentadores del poder. No sigamos engañándonos a nosotros mismos pensando que somos cristianos bíblicos cuando nuestras vidas individuales y colectivas están tan lejos de una verdadera praxis cristiana.

La revolución pendiente que cambiará la Historia y su devenir es la esperanza de aquellos que añoramos la Parusía, que dará lugar a unos Cielos nuevos y una Tierra nueva en los cuales more la Justicia. Pero, los cristianos ya somos ciudadanos del Reino de Dios y es nuestro deber insoslayable proclamar su justicia.



J. M. González Campa

Licenciado en Medicina y Cirugía. Especialista en Psiquiatría Comunitaria. Psicoterapeuta. Conferenciante de temas científicos, paracientíficos y teológicos, a nivel nacional e internacional. Teólogo y escritor evangélico. Autor de varias publicaciones en el campo científico, sociológico y teológico. Ha desempeñado diversos cargos de la más alta responsabilidad dentro del campo de la Asistencia psiquiátrica y de la Salud Mental en su región natal, Asturias, así como en otras partes de España. Es fundador y Presidente de Honor de la Asociación para la Defensa de los Enfermos Psíquicos Asturianos (ADESA). Ha sido profesor de Honor de la Universidad de Oviedo y profesor de Psiquiatría de la Escuela de Asistentes sociales de Gijón. Pertenece a distintas sociedades científicas y es socio-fundador de Socidrogalcohol (Sociedad científica para el estudio del alcoholismo y las otras drogodependencias).

Fuente: Lupa Protestante

miércoles, 25 de marzo de 2015

Ignorar esclavitud del pasado es la raíz del racismo.


Para el intelectual Noam Chomsky, la sociedad estadounidense prefiere ignorar los siglos durante los cuales la comunidad afroamericana fue esclava, lo que ha contribuido a que aún exista racismo en la actualidad.

El filósofo estadounidense, Noam Chomsky, consideró que la raíz del racismo contra los afroamericanos en la actualidad se debe a una “ignorancia intencional” sobre el vergonzoso pasado en el que esta comunidad fue degradada y torturada para sustentar el crecimiento económico del país norteamericano.

En una entrevista para el diario estadounidense New York Times, el también lingüística dijo que la sociedad norteamericano ha querido olvidar lo que no es conveniente saber como el caso de los siglos en que los afroamericanos fueron usados como mano de obra esclava para desarrollar la industria del país.
(Lea también: Exigen a EE.UU. un plan nacional contra el racismo policial

“Las estadísticas espantosas de las circunstancias actuales de la vida de los afroamericanos pueden ser confrontadas con otros residuos amargos de un pasado vergonzoso, lamentos de inferioridad de la cultura negra, o peor, olvidándonos que nuestras riquezas y privilegios fueron creadores en gran parte por siglos de tortura y degradación de lo que nosotros somos los beneficiarios y ellos siguen siendo las víctimas”, explicó Chomsky.
El filósofo recordó que los primeros esclavos negros fueron llevados a las colonias hace 400 años y “durante ese largo período de tiempo ha habido sólo unas pocas décadas, cuando los afroamericanos, aparte de unos pocos, tenían algunas posibilidades limitadas para entrar en la sociedad estadounidense”.

Asimismo, Chomsky indicó que tampoco hay que olvidar que los campos de trabajo de esclavos del llamado nuevo “imperio de la libertad” fueron una fuente principal de la riqueza y los privilegios de la sociedad estadounidense, así como de Inglaterra y el continente. La Revolución Industrial se basó en algodón, producido principalmente en los campos de trabajo de los Estados Unidos
“La productividad incrementó más rápido que en la industria, gracias a la tecnología del látigo y la pistola, así como la práctica eficiente de la brutal tortura”, señaló Chomsky.
Además, enfatizó que bajo estas bases de tortura y esclavitud de la comunidad afroamericana fue posible el comercio y las instituciones financieras del capitalismo del Estado moderno

Chomsky indicó que el racismo de la actualidad no es igual al de antes gracias a los esfuerzos de defensores de los derechos afroamericanos, como Martin Luther King, pero considera que aún está lejos de erradicarse.
En contexto
En agosto del 2014, Michael Brown, un joven negro de 18 años, murió tiroteado por un policía blanco en Ferguson, Missouri. este suceso reabrió el debate racial en EE.UU. y cuestionó el modelo de actuación de la policía contra los ciudadanos, lo que provocó protestas en la localidad.

El pasado 4 de marzo, tras una investigación, el Departamento de Justicia de EE.UU. confirmó que la policía y las cortes judiciales de Ferguson, estado de Missouri (centro-este de EE.UU.) tienen un patrón racista y violan sistemáticamente los derechos humanos de los afroamericanos.
Otros jóvenes afroamericanos desarmados han sido asesinados por agentes de policías blancos en Estados Unidos. El caso más reciente es el del adolescente Anthony “Tony” Robinson, asesinado el pasado 7 de marzo.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha reconocido las acciones opresivas y abusivas en contra de los afroamericanos. 

Entre abril y septiembre de 2014, 95 por ciento de las personas retenidas en la cárcel eran afroamericanos. 
Fuente: http://www.telesurtv.net/news/Chomsky-Ignorar-esclavitud-del-pasado-es-la-raiz-del-racismo-20150318-0073.html

Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales

martes, 24 de marzo de 2015

En memoria de los 35 años del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero.



En el mes de febrero fui invitado por el Departamento de Teología de la Universidad Evangélica de El Salvador para dictar algunas clases a los alumnos de esta universidad centroamericana. Un día, el decano de la facultad de Ciencias Sociales, el Licenciado Ricardo Rivas y el Director del Departamento de Teología, Licenciado Marlin Reyes, me invitaron a visitar la Capilla donde fue asesinado Monseñor Romero, lugar que queda cercano a la Universidad. También me invitaron a visitar la Universidad Centroamericana (UCA) donde fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres, en noviembre de 1989. Realmente es impresionante recorrer este lugar sencillo que está dentro del Hospital para cancerosos La Divina Providencia. En este mes de marzo se cumplen treinta y cinco años del asesinato de Monseñor, ocurrido un 24 de marzo de 1980, que le llegó en el momento justo, como a Jesús, después de haber recorrido tres de pasión con su pueblo y como su pueblo de El Salvador. Ahora se ha anunciado su beatificación para el 23 de mayo de este año. Mientras celebraba el sacramento de la reconciliación, una bala asesina atravesó la casulla y el corazón de Oscar Arnulfo Romero. El único “delito” que se le conoce al arzobispo de San Salvador es explicar el Evangelio, hacer oír su voz desde el incómodo papel de profeta de la verdad, y eso es cosa que forzosamente atrae la violencia de quienes no aceptan más soluciones que las impuestas.

Su “vida pública”, como arzobispo de San Salvador duró tres años, como la de Jesús y no dejó a nadie indiferente. Unos lo consideraban un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia; otros, por el contrario, veían en él a un revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.

Esta figura emblemática de la Iglesia Latinoamericana sigue estando especialmente presente en la memoria y el cariño de los más humildes de El Salvador. El recuerdo de su asesinato trae a la mente una forma equivocada de solucionar los conflictos políticos y sociales, pero también atestigua la permanente tentación de recurrir a la violencia para resolver los problemas molestos.

El recuerdo de su asesinato, unido al de la muerte de Jesús proclama la certeza y la fuerza de la esperanza que vence cualquier desesperación e impotencia; desde la vida entregada del Señor Jesús pueden mantener su dignidad los hombres y mujeres que sufren las injusticias de los poderosos o la instrumentalización de quienes siguen dominando los resortes religiosos de la vida de los pueblos.

El Cristo crucificado iluminó la visión de Romero hasta que exhaló su último aliento. El 24 de Marzo de 1980, dentro de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, dispararon sobre Oscar Romero y le mataron mientras celebraba la misa. Imitando a las de Cristo, la misma vida y muerte de Romero fueron una expresión sacramental del amor crucificado de Dios hacia el mundo, a favor del pueblo sufriente de El Salvador y de otros muchos. Su brutal asesinato seguirá sembrando semillas de esperanza y de vida para todos aquellos que luchan por una mayor justicia social y que profesan la fe en un Dios liberador, cuyo amor no puede ser extinguido ni siquiera por la muerte.

El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En ésa línea, él creyó que había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida en que ella sufre en el mundo. Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad y el amor, de la gracia y de la santidad… para conseguir un orden político, social y económico que responda al plan de Dios”.

En el fondo de estas palabras, él quiso encarnar la conversión que predicaba. Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no eran “adecuadas” para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero, la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo y caminando en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas, sino en calidad de hermano o hermana.

Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la misma con la política, pero Romero contestaba.

Él creía que “la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos introduce en el mundo”. Aunque se enfrentó de lleno con los desafíos políticos de su tiempo, él no fue simplemente un activista social, sino también un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más allá y por debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las verdades más profundas de la realidad. A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar. Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera liberación. Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe”.

El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia vida a favor del pueblo al que amaba. Romero pensaba que “el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida”. Poco antes de su muerte, él afirmaba: “El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro”.

En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La fe de Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989 en las dependencias de la Universidad Centroamericana. Actualmente el Centro Oscar Romero se encuentra en el lugar donde ellos fueron asesinados.

Romero había sido un piadoso hombre de Iglesia, un sacerdote culto, amigo de la justicia, aunque alejado de la vida real de su pueblo. Pero unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo, el 22 de febrero de 1977, uno de sus colaboradores, el P. Rutilio Grande SJ, fue asesinado por los escuadrones de la muerte. Ese acontecimiento transformó su vida y, desde ese momento hasta su muerte, a lo largo de tres años de intenso compromiso episcopal se convirtió en la voz de los que no tenían voz, denunciando los crímenes de la dictadura económica y social de su pueblo y anunciando de una forma muy concreta las exigencias y dones del evangelio, en sus homilías radiadas cada domingo a todo el país. De esa manera puso de relieve la presencia de Cristo en los pobres, empobrecidos y asesinados.

Romero se enfrentó a los desafíos políticos de su tiempo, pero no fue sólo un activista social, sino también un hombre de honda espiritualidad, de manera que sus tres años de “vida pública” vinieron a convertirse en sus años de “universidad cristiana”. En ese tiempo, en contacto con los oprimidos de su pueblo, denunciando la injusticia y violencia de los asesinos, pero siempre desde la paz de Dios, fue descubriendo y expresando el verdadero pensamiento cristiano. De esa forma vino a convertirse en testigo de que la justicia debe ocuparse de las realidades históricas de este mundo, manteniendo siempre la dimensión trascendente del evangelio. Así afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación, pero sin liberación no puede hablarse tampoco de Dios en sentido cristiano.

A lo largo de esos tres años intensos de episcopado liberador, Romero intentó que la sociedad no cayera en manos de la pura violencia y, sin embargo, en un sentido externo, él fracasó, pues le asesinaron los poderes oficiales de la violencia. Más aún, tras su muerte, el país por el que vivió (El Salvador) vino a caer en una gran guerra civil. A pesar de eso o, quizá mejor, por ello mismo (a través de su martirio), Romero ha ofrecido uno de los testimonios mayores de vida cristiana en el siglo XX. Él mismo afirmaba, poco antes de morir, sabiendo que podían asesinarle en cualquier momento (pues nunca aceptó escoltas o medidas extraordinarias de seguridad, que la gente del pueblo no podía permitirse), que el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida.

Desde esta perspectiva, Mons. Romero aparece como uno de los grandes pensadores cristianos del siglo XX. Así pudo decir: “Como cristiano, yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”.



Víctor Rey Riquelme

Fue Presidente de la Fraternidad Teológica Latinoamericana hasta el mes de octubre de 2011. A partir del mes de enero de 2012, en el marco de la Fundación Kairós, será Coordinador del Centro de Estudios Interdisciplinarios, CETI, y del programa de Desarrollo Integral de la Niñez, DINA y profesor de Filosofía, licenciado en Filosofía en la Universidad de Concepción, Ciencias Sociales en la universidad Alberto Hurtado, Teología en el Seminario Teológico Bautista y Comunicación social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

lunes, 23 de marzo de 2015

La espiritualidad como necesidad en las sociedades de hoy.


Víctor Rey Riquelme

En las sociedades de hoy la espiritualidad constituye una necesidad de primer orden. El quiebre del conocimiento objetivo es uno de los factores más importantes. De ahí que si los contenidos genuinos de las religiones pasadas van a tener aún valor e importancia para nosotros, ello ha de ser como experiencia espiritual, como conocimiento y valor totales y gratuitos, sin fondo ni forma. En otras palabras, podremos vivir todo lo religiosamente genuino que nuestros antepasado vivieron bajo la forma religiosa, pero sin creencias. Esta es la única forma en la que las religiones podrán “sobrevivir” en nuestras sociedades de conocimiento, como espiritualidad o cualidad humana profunda.

El conocimiento actual operando en base a postulados, funcional y pragmático como es, necesita de la espiritualidad como fin y objetivo último en términos de calidad humana y por tanto ya presente para individuos y sociedades ahora y aquí. Lo necesitamos como sociedades y como individuos, lo necesita el propio conocimiento, incluso en aquello que tiene de más pragmático y de más operativo. Porque sin una capacidad para imaginarse, pensar y concebir la realidad más allá de toda posibilidad pragmática, lo pragmático se siente y el resultado es limitado en su propio ser pragmático. Y esto, dejando aparte la frustración que produce, es un límite contradictorio con una sociedad que vive y tiene que vivir de la innovación y producción continua de conocimiento. De hecho, así lo están sintiendo ya los científicos punteros. Se diría que éstos, para pensar en términos cada vez más “realistas” la realidad, sienten la necesidad de pensarla de manera “no realista” o espiritual que, en el fondo, es la forma más realista.

La ética es simplemente necesaria, aún con espiritualidad. Como ambas se ubican en dimensiones diferentes, una en la dimensión funcional de la vida, la otra en la dimensión de la gratuidad, la ética es sumamente necesaria. Sin los fines y objetivos que la ética representa y en función de los cuales define el actuar humano, individual y social, la sociedad como proyecto humano resulta inviable. Pero no basta. Por naturaleza y función la ética es procesual, apunta siempre a un futuro que opera como horizonte y se desplaza como éste, y en este sentido nunca puede ser realización plena y total en el presente. Sí, la ética no es realización plena y total aquí y ahora, y el ser humano, una vez que la ha descubierto, aspira a esta realización aquí y ahora, de manera que no se realiza si no la logra. Y esta es la realización que le ofrece la espiritualidad. De ahí que, además de la ética y juntamente con ella, sea necesaria la espiritualidad.

La espiritualidad como necesidad comienza a ser real tan pronto se la descubre, si no antes, con el mismo comienzo de las sociedades de conocimiento. En otras palabras, la atención y respuesta que demanda es impostergable, tiene que comenzar con su propio descubrimiento. No se trata de un aporte deseable en caso de querer hacer individuos y sociedades perfectas, pero sin el cual individuos y sociedades pueden vivir confortablemente –si se desarrollan primera y prioritariamente otros recursos y capacidades, como el mismo conocimiento y la técnica–, y si no confortablemente, al menos con problemas y conflictos en un grado o nivel tolerables, tal como siempre parece haber sucedido en el pasado.

La espiritualidad, que la naturaleza y función del nuevo conocimiento hace surgir como una dimensión cuyo cultivo es individual y socialmente necesaria, tiene que estar presente desde ya en la construcción de la sociedad de conocimiento y ello de una manera transformadora. Y a lo primero que tiene que afectar es al propio conocimiento, redimensionándolo y enmarcándolo dentro del marco total que ella constituye y significa. Un reto muy sentido pero nada fácil de descubrir y formular en sus concreciones, dado que el mismo supone descubrir la articulación posible y deseable entre espiritualidad y funcionalidad, entre dimensión absoluta del ser humano y dimensión relativa, y la relación entre ambas, aunque muy importante y necesaria, es indirecta, no directa, como por lo demás entre el arte y todo lo que es técnico y funcional.

Como se ve, no se trata de la necesidad de una revolución más, ésta ya no basta, sino de una transformación o, mejor aún, mutación antropológica. Es el ser humano el que hay que cambiar para cambiar su relación con la realidad e incluso ésta. Por ello la espiritualidad es transformadora y liberadora, la única fuerza realmente transformadora y liberadora. La única a la altura de la necesidad y de los retos que de un tiempo a esta parte estamos experimentando. Desde este punto de vista la creación de condiciones para que la misma se dé, ya que el hecho en sí de darse no puede ser objeto de nada, debiera ser política de Estados, de todos los Estados del mundo y si la hubiera de la autoridad que los representara a todos.

Redimensionando y enmarcando el conocimiento que hoy tenemos como matriz posibilitadora de vida, la espiritualidad tiene que transformar todo lo demás, en esa relación sin embargo indirecta que es la suya con la realidad que llamamos funcional, esto es, en función de la vida. Creación hacia dentro de sí misma y transformación hacia fuera son las dos funciones que deben ser connaturales, sí así se nos permite hablar de función y connaturalidad donde no hay tal, a la espiritualidad desde que es tal. Como realización máxima del ser humano que es, ella está llamada a ser la mayor fuerza transformadora de toda la dimensión cósmica y humana, incluida en ésta la dimensión cultural, social y política. Y tiene que serlo desde un principio, desde el propio conocimiento que, por así decir, la hace visible como necesidad y como reto, no después y como un complemento. Aunque reconociendo que conocimiento y técnica, como toda la construcción de lo funcional a la vida, son realidades autónomas que en su dimensión deben construirse de acuerdo a sus posibilidades. La función de la espiritualidad será de inspiración y fuerza, de identificación a la vez que de distancia, de realización y transformación.

En cuanto a la capacidad transformadora de la espiritualidad, ya lo hemos expresado, no hay otra humanamente superior. Plena y totalmente desinteresada, no tendrá otro interés que el de la propia realidad a vivir y transformar y lo hará con toda la plenitud y el ser que es. La espiritualidad en sí misma no tiene proyecto propio y sí una cualidad que le hace la fuente humana de compromiso por excelencia: la de identificarse en la unidad con la realidad que descubre como la realidad es, en su ser más profundo, y la de poder de mantenerse distante de aquella que la realidad tiene de no tal.



Víctor Rey Riquelme

Fue Presidente de la Fraternidad Teológica Latinoamericana hasta el mes de octubre de 2011. A partir del mes de enero de 2012, en el marco de la Fundación Kairós, será Coordinador del Centro de Estudios Interdisciplinarios, CETI, y del programa de Desarrollo Integral de la Niñez, DINA y profesor de Filosofía, licenciado en Filosofía en la Universidad de Concepción, Ciencias Sociales en la universidad Alberto Hurtado, Teología en el Seminario Teológico Bautista y Comunicación social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

sábado, 21 de marzo de 2015

Eliminación de la Discriminación Racial.


El Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se celebra el 21 de marzo de cada año. Ese día, en 1960, la policía abrió fuego y mató a 69 personas en una manifestación pacífica contra las leyes de pases del apartheid que se realizaba en Sharpeville, Sudáfrica. Al proclamar el Día en 1966, la Asamblea General instó a la comunidad internacional a redoblar sus esfuerzos para eliminar todas las formas de discriminación racial (resolución 2142 (XXI)).


Todas aquellas acciones, conductas, actitudes que tengan por objeto la discriminación, distinción, exclusión o restricción a que toda persona se desarrolle en condiciones de igualdad de los derechos humanos, es un acto de racismo.
El racismo es una violación de los derechos humanos y de la dignidad humana; sin embargo, es una situación que ha existido desde hace mucho tiempo y a la que hoy todavía se enfrentan millones de personas en el mundo. 
La ONU eligió esta fecha para celebrar el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, con el fin de combatir y erradicar el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y todas las formas de intolerancia que se llevan a cabo en diferentes partes del mundo.
El racismo es un prejuicio aprendido; no se nace racista. De igual forma, nadie tiene derecho a discriminar a cualquier persona por el color de su piel, por su lengua o por su acento, por su lugar de nacimiento, por sus lícitos hábitos de vida, por sus orígenes y tradiciones o por su pobreza. La discriminación racial es una lacra que nos aqueja a todos, y está en nosotros ponerle término final.


RECURSOS EDUCATIVOS EN EL PORTAL DEL INTEF


PÁGINAS DE INTERÉS




EL TEMA DEL 2013 ES: «EL RACISMO Y EL DEPORTE»


Con el lema «El racismo y el deporte», la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha querido destacar, por un lado, el preocupante problema del racismo en el deporte y, por otro, el papel que precisamente los deportes pueden desempeñar en la lucha contra la discriminación racial.
Los deportes y los derechos humanos comparten muchos valores y objetivos fundamentales. Los principios que sustentan la Carta Olímpica, como la no discriminación y la igualdad, son la base de los derechos humanos: «el objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de promover una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana».
Según la Oficina de las Naciones Unidas sobre el Deporte para el Desarrollo y la Paz, las actividades deportivas bien concebidas, las que incorporan los mejores valores del deporte, la autodisciplina, el respeto al adversario, el juego limpio y el trabajo en equipo, pueden ayudar a integrar a los grupos marginados y enseñar a las personas los valores necesarios para prevenir y resolver tensiones y conflictos sociales.
En 2001, la Declaración y el Programa de Acción de Durban consagró el firme compromiso de la comunidad internacional para combatir el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia en el plano nacional, regional e internacional e instó a los Estados a que, en cooperación con las organizaciones intergubernamentales, el Comité Olímpico Internacional y las federaciones deportivas internacionales y regionales, intensificar la lucha contra el racismo en los deportes.
También el Consejo de Derechos Humanos de la ONU instó a los Estados a prevenir, combatir y hacer frente a todas las manifestaciones de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia en el contexto de los acontecimientos deportivos en su resolución de 2010 (A/HRC/RES/13/27 ), .
Además, la Carta Internacional de la Educación Física y el Deporte de la UNESCO establece que «todo ser humano tiene el derecho fundamental de acceder a la educación física y al deporte».
El Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial nos recuerda nuestra responsabilidad colectiva de promover y proteger los ideales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo primer artículo afirma que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».

Fuente 1: www.un.org
Fuente 2: iteeducación.es
Fuente 3: www.un.org



viernes, 20 de marzo de 2015

El Padre Nuestro: renovando nuestra identidad cristiana.



En la oración del Padre Nuestro está condensada la esencia del mensaje cristiano. Tanto en la versión de Mateo como en la de Lucas, encontramos cinco temas fundamentales que nos permiten reflexionar sobre lo que significa nuestra identidad cristiana en la actualidad: la paternidad, el Reino de Dios, el pan compartido, el perdón, y la lucha contra las tentaciones y el mal.

Pero, antes de adentrarnos un poco más en el significado de estos temas, es importante recalcar la importancia de que Jesús haya resumido el legado de toda su enseñanza en forma de oración, no de parábola, ni de discurso, sino de oración.

Las escuelas de los rabinos tenían oraciones que reflejaban la razón de ser del grupo, permitiendo la identificación de sus miembros. Así las diferentes escuelas se reconocían entre sí por su oración. Por lo tanto, la oración de Jesús debía y debe ser y estar en conformidad con el mensaje que Él predicó y que nos predica cada vez que nos acercamos a la Biblia, para permitir identificarnos cada día de nuevo con Él y con la comunidad cristiana universal.

Por otro lado, orar implica relacionarse con Dios, con lo sobrenatural, y con los demás. No se trata de repetir cosas ni de aprendérselas de memoria. Implica estar en relación: en relación con nosotros mismos, en relación con los demás, en relación con la naturaleza, y en relación con Dios. Y es necesario admitir que estos cuatro tipos de relaciones se han dañado por nuestras decisiones y comportamientos. Sin lugar a dudas, el ser humano es un ser social, que no puede sobrevivir de forma aislada y que busca siempre comunicarse con su entorno, instaurando una red de relaciones.

Pero, acerquémonos un poco más a este mensaje, a este legado de Jesús. El comienzo de esta bella oración le da todo su sentido.

“Padre Nuestro”… En la cosmovisión judía, Dios es percibido como Creador y no como Padre. Para los griegos, Dios es un Ser Supremo, sin sentimientos, alejado de la creación y de la humanidad. Jesús nos aporta otra imagen de Dios: la del Padre. Nos llama a reflexionar sobre la relación del ser humano con la figura paterna, reflejada en Dios. De esta manera, la familia representa la relación con Dios. La tradición judía, que era también la de Jesús, nos habla de un Dios que infunde miedo. Jesús aporta un cambio drástico en esta imagen, entablando una relación íntima y afectiva con Él.

En la actualidad, el concepto de padre se ha degradado. Muchos son los padres que tienen hijos/as y después se despreocupan de ellos/as. Sin lugar a dudas que uno no se convierte en padre solo por el mero hecho de engendrar. Por lo tanto, esta oración nos exhorta a cambiar, a revitalizar el concepto de paternidad que podamos tener, inspirándonos en la relación que nos modela Jesús con Dios/Padre.

Además de esto, la oración especifica que no es “padre mío”, es “nuestro”. Lo “nuestro” implica la parte humana, apela al sentido de pertenencia, a la universalidad, al elemento comunitario. Esto significa que si se excluye a alguien, no es posible decir “nuestro”. Por lo tanto, la comunidad cristiana está llamada a ser una comunidad incluyente. Y cuando decimos incluyente, es de manera total y completa, sin que ningún ser humano quede fuera de ella.

El segundo elemento es más que un elemento. Es todo un evento, una plataforma. A pesar de no existir uniformidad sobre su sentido exacto, todo el Nuevo Testamento habla del Reino de Dios. Se trata de un término ambiguo con múltiples significados, puesto que ninguna definición expresa totalmente todo lo que implica. Según las Escrituras, es un Reino eterno, universal, ya en marcha pero cuya consumación es futura. También es posible identificar sus cinco fases: el Reino como proyecto de Dios, su revelación, su inauguración, su desarrollo y su plenitud. Es un Reino que incluye todas las razas y pueblos, que alimenta, consuela y abraza. Es la realización de un nuevo paradigma, cuyo modelo es Jesús. De esta manera, lo divino llega a nosotros a través de lo humano. Por lo tanto, su localización es el ser humano y por eso, no debemos buscarlo fuera de nosotros. De esta manera, estamos llamados a aceptar la dimensión humana de Dios y necesitamos santificar lo profano. Se trata de sanar todas las relaciones rotas en las cuatro dimensiones ya mencionadas (nosotros mismos, la naturaleza, los demás y Dios). Sin embargo, es también un Reino que crece por la Gracia de Dios y no por esfuerzo humano. Los seres humanos estamos llamados a ser colaboradores de “este (de-) venir”, favoreciendo su plena realización. Y la clave para esta realización es la ética.

En la actualidad, la imagen del Reino es una imagen que se ha politizado, interpretándose la misma religiosidad según el sistema político. Cada vez que repetimos esta oración, a través de esta demanda, le estamos pidiendo a Dios que envíe otro sistema, reconociendo el fracaso de los sistemas actuales, así como la insuficiencia humana y la debilidad moral. Se trata de una colaboración con Dios para la realización plena del Reino, cada uno haciendo su parte. Nosotros podemos ayudar a su realización por medio de los valores éticos, el amor y el compromiso mutuo, y crear comunidades más justas e incluyentes.

El tercer elemento que encontramos es el del pan compartido. La mención del pan nos recuerda el fruto de nuestro propio esfuerzo y nuestra relación con la tierra, haciendo de ella una eucaristía. La eucaristía se presenta, por tanto, como una celebración en el diario vivir. Se establece también una relación entre el trabajo y la necesidad (no entre trabajo y producción o eficiencia), subvirtiendo los modelos económicos que promulgan opresión y esclavitud, ya existentes en la época de Jesús y todavía existentes en nuestros días. Cada uno debe recibir salario conforme a sus necesidades y no conforme a las horas trabajadas, recordándonos siempre que la justicia divina es diferente a la humana. Además, el comer juntos no puede ser un signo de separación. Debe ser una señal de unión y no de discriminación, evitando así la exclusión explicita. Compartir el pan no solo con los amigos, sino con los enemigos, los marginados, los excluidos, los olvidados del sistema: enfermos de SIDA, prostitutas, homosexuales, ladrones, asesinos, etc. convirtiéndoles en parte integrante de la comunidad, devolviéndoles su dignidad, tal y como Jesús lo hacía.

En cuanto al perdón, es probablemente uno de los imperativos morales más difíciles de lograr. Para alcanzarlo, debemos luchar contra nuestro ego, contra nuestro orgullo, contra nuestro dolor. Sin embargo, Dios hace uso de las ofensas que nos han causado y que causamos, permitiéndonos aprender siempre algo de ellas (tanto cuando somos ofendidos como cuando ofendemos). Se trata de una lucha interna que debe conducir a un cambio interno. Para esto muchas veces necesitamos tiempo y esfuerzo. Perdonar significa lograr ver a Dios en el otro/a, es reconocer el rostro de Dios en el otro/a, porque siempre queda algo de Dios en cada ser humano, a pesar de las ofensas, del daño y del dolor causado. Es indudable que el perdón tiene una dimensión divina. Le damos parte a Dios en nuestras relaciones, y por lo tanto, cuando perdonamos, es Dios en nosotros.

La mención de las tentaciones nos trae a la mente el problema del mal. Sin lugar a dudas, el mal es la negación del Reino de Dios. Esta oración nos invita a luchar y vencer la tentación de responder a la violencia con violencia, aportando otra propuesta: la del amor. Vivimos en una época de deshumanización, de falta de respeto por los seres humanos y por toda la creación. La erradicación del mal depende también de cada uno de nosotros, no solo de Dios. A veces nos parece una tarea inmensa, pero a través de esta oración, Jesús nos desafía a aportar nuestro pequeño granito de arena a la lucha contra el mal, en todas sus manifestaciones.

En conclusión, el Padre Nuestro es todo un programa, un resumen breve del Reino de Dios. Es una oración que nos reta y que nos recuerda que la venida del Reino depende de cada uno de nosotros. Indudablemente se trata de la oración de Jesús, pero nos toca realizarla a nosotros y, por lo tanto, al pronunciarla debemos pensar, creer y realizar lo que afirmamos en ella. A través de ella, Jesús nos exhorta a convertirla en Verbo, en acción transformadora, cada día, en cada lugar y cada momento, como individuos independientes, pero siempre formando parte de un grupo más amplio, universal e incluyente: el grupo de sus seguidores.

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Greta Montoya Ortega

Estudió en la Universidad Libre de Ámsterdam (Holanda), en el Seminario Evangélico de Puerto Rico (San Juan, Puerto Rico) y en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas (Cuba). Actualmente es profesora invitada del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas y ofrece cursos de Historia de las Religiones, Filosofía de la Región, Religión y Género, y organiza talleres relacionados con el género, la ética, la educación en valores, educación para la paz, ecología y cuidado del medio.