miércoles, 27 de enero de 2016

Los sueños. ¿Canal de revelación?



 
 


La presencia de los sueños en la Biblia, como canal de revelación es uno de los hechos más enigmáticos de la Escrituras. Son muy diversas las situaciones en las que se indica que el rey, juez o profeta de turno recibe la revelación de Dios a través de un sueño. Un sueño que es interpretado o bien por el propio soñador o por un intermediario adivino o mago, algo en sí mismo contradictorio ya que en Israel estaba prohibida toda adivinación o magia (Lev. 19:26, Deu. 18:10). Veamos algunos casos y algunas advertencias que se hacen en la Biblia en torno a los sueños:

Abimelec, rey de Gerar, engañado por Abraham, pretende tomar a Sara su mujer, apoyándose en la mentira de Abraham. “Dios vino a Abimelec en sueños de noche, y le dijo: He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido” (Gén. 20:1-3).
“·Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Núm. 12:6). Mensaje transmitido por Jehová a Aarón y María.
Jehová se manifiesta igualmente a Jacob y a su suegro Labán, en torno a la relación tramposa que se establece entre ambos. Uno y otro reciben en sueños las indicaciones pertinentes a cada uno (Gén. capítulos 30 y 31.
Los emblemáticos sueños de José, tanto el que le produjo los conflictos con sus hermanos (Gén. 37:5) como los que le dieron prestigio y ganancias, actuando como intérprete de los sueños de Faraón (Gén. 40 y 41).
En los diálogos de Job con sus amigos se registra una curiosa afirmación acerca de dos maneras que tiene Dios de hablar; una de ellas es “por sueño, en visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los hombres” (Job 33:15).
Bien es cierto que el autor de Eclesiastés, preocupado por la deriva que del uso de los sueños hacen algunos, alerta acerca del peligro que encierran: “Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras” (Ecl. 5:7)
Por su parte, Jeremías, en su denuncia de los falsos profetas, que ya los había entonces y sigue habiéndolos en nuestros días, advierte lo siguiente: “El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquél a quien fue mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo, dice Jehová?” (Jer. 23:28). Y aún insiste, ya que el problema parecía ser grave: “He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan y hacen errar a mi pueblo…· (Jer. 23:32).
El libro de Daniel refiere los sueños de Nabucodonosor, que no era precisamente un devoto de Jehová. Narra cómo después del fracaso de los magos y de los astrólogos, será Daniel el que se encargue de interpretarlos. Una experiencia en paralelo con la vivida anteriormente por José en Egipto; el caso de Daniel está envuelto en un tipo de literatura apocalíptica que hace más compleja su comprensión. (cfr. Daniel cap. 2),
En el Nuevo Testamento únicamente Mateo, cuyo evangelio va destinado precisamente a los judíos, menciona el tema de los sueños, y lo hace en tres ocasiones. La primera, para que un ángel informe a José en sueños que María está en cinta (1:20); la segunda, para alertar a los magos que eviten a Herodes, dadas sus aviesas intenciones (2:12); y, la tercera, a la mujer de Pilatos, para que previniera a su marido contra el crimen que estaba a punto de sentenciar, aunque no se trata propiamente de una relación sino más bien de una premonición: “No tengas nada que ver con este justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él” (27:19).

La lectura y análisis de estos textos bíblicos nos sugiere algunas preguntas. ¿Por qué el tema de los sueños como medio de comunicarse con Dios, se produce en el ámbito y cultura judía y no se proyecta posteriormente, en el ámbito cristiano? ¿Es fiable y fidedigno el mensaje que podemos percibir a través de un sueño? ¿Es razonable, comprensible y teológicamente admisible que Dios mantenga diálogos más o menos coloquiales con los humanos? ¿Por qué ese medio de revelación no es reconocible en nuestros días como tal, salvo en casos aislados?

Según investigaciones recientes, una doceava parte de la vida de una persona se pasa soñando; y esto aparte de los sueños mientras permanecemos despiertos y de las ensoñaciones diurnas. El sueño es una experiencia alojada en la intimidad de una persona, que escapa a su propio control y que le traslada al mundo onírico de lo simbólico. En una misma noche se pueden mezclan unos sueños con otros, sin que al día siguiente seamos capaces de establecer una relación entre ellos ni podamos, frecuentemente. Conectarlos entre sí, recordarlos e interpretarlos de forma coherente. Para los psicoanalistas, los sueños son una de las fuentes principales del material simbólico; otras veces adquieren un valor premonitorio. Por lo regular, soñamos con lo que nos preocupa, con lo que nos ha impresionado de manera excepcional, con los deseos o ambiciones, amores y desamores.

Sobre el tema de los sueños se han ocupado en profundidad etnólogos, parapsicólogos, médicos psiquiatras, teólogos y todo tipo de investigadores. Sigmund Freud (1856-1939) hizo de la interpretación de los sueños no sólo un oficio sino una ciencia (Psicoanálisis), como un medio para llegar al conocimiento del alma. Lo que se atribuía en la antigüedad a los magos hoy se ha convertido en una herramienta de la ciencia, si bien existen muchas discrepancias entre los neurólogos y psicólogos que se ocupan del tema. No hay nada más que estudiar a Freud y a Carl Gustav Jung (1875-1961) para darse cuenta de lo distantes y contradictorias que pueden llegar a ser tanto la metodología como las conclusiones a las que ambos podrían llegar sobre el tema partiendo de idénticos datos. El hecho de tener que convertir en símbolos las diferentes imágenes de los sueños complica en gran medida el análisis y lo convierte en un ejercicio extremadamente confuso. Una de las conclusiones a las que llegan los especialistas es que el sueño escapa a la voluntad y a la responsabilidad del sujeto, si bien expresa algunas de las aspiraciones más profundas del ser.

Desde el punto de vista histórico se sabe que en el Egipto antiguo se prestaba a los sueños un valor sobre todo premonitorio, de lo cual tenemos constancia en la Biblia. Era misión de los sacerdotes, escribas sagrados, adivinos o magos, el interpretarlos, según claves transmitidas de generación en generación. No es, sin embargo, el único lugar ni la única cultura donde los sueños se perciben como una forma de comunicarse los dioses con los seres humanos. Algunas culturas africanas como los bantú, mantienen que los sueños son producto de una especie de transmigración de las almas que se separan del cuerpo mientras se duerme. En lo que a los hebreos liberados de la esclavitud se refiere, no debemos olvidar que participan activamente de la cultura egipcia, con la que han convivido durante varios siglos, lo cual justifica suficientemente que en los tiempos en los que se escribe la Torá siga siendo para ellos un medio importante de comunicación entre Dios y los seres humanos.

Ciertamente en la antigüedad, y no sólo entre los egipcios o los judíos, se aceptaba como un hecho normal que los sueños ponían a los seres humanos en contacto con el mundo de los dioses y de los espíritus y, por ello, son tenidos a menudo como revelación del futuro o manifestación de cosas ocultas. Esa creencia, como ya hemos apuntado, llegó a hacerse común entre los israelitas. Además de los textos mencionados anteriormente, podemos hacer referencia al propio Samuel (1Sam.28:6, 15) y algunos otros casos que confirman esta práctica. Con todo, reiteramos que el tema de proyectar las palabras de Dios a través de los sueños era contemplado con bastante reticencia por ser motivo frecuente de fraude, confundiendo sueños con ensoñaciones humanas que eran indebidamente atribuidas a Jehová.

Por supuesto que no ponemos en duda ni la soberanía ni la capacidad de Dios para comunicarse con los seres humanos en la forma, en la medida y en el tiempo que se ajuste a su voluntad omnímoda. Por otra parte, no dudamos en aceptar el testimonio de algunas personas que afirman haber recibido con nitidez mensajes específicos a través de los sueños que no les cabe la menor duda de que proceden de Dios o bien que Dios se ha servido de ellos para transmitirles un mensaje; es éste un terreno que respetamos, pero poniendo mucho cuidado en evitar elevarlo a una categoría normativa de carácter universal, la misma reserva que el autor de Eclesiastés se planteaba. El sueño en sí será indudable e indiscutible; la simbología o premonición que encierre puede resultar muy instructiva o admonitoria; la deducción que de él se extraiga puede resultar eficaz y servir, incluso, para que la persona afiance su fe y confianza en Dios ya que “para los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28). De todas las experiencias puede sacarse una enseñanza. Sin embargo, ninguna de esas razones autoriza a decir que haya sido Dios mismo, de una forma personal, quien haya establecido una conversación con la persona que ha tenido el sueño. No debemos perder de vista que el “así dice Jehová”, que con tanta frecuencia se utiliza en el Antiguo Testamento, es una forma de expresión literaria para manifestar el convencimiento del profeta o autor bíblico de que está siendo intérprete de la voluntad divina.

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