domingo, 28 de febrero de 2016

¿Por qué rezamos?



Miles de personas se congregan cada día aquí y en el mundo para orar, pedir o agradecer en derredor de un templo, una figura o una idea de ser que nos trascienda.
Es allí también donde muchas veces se deposita la esperanza de un trabajo que lleve a la mesa el pan de cada día, la sanación de un ser querido o el deseo de la vida eterna ante el desamparo de un triste fallecimiento.

Datos antropológicos ponen énfasis en la universalidad de la búsqueda de un ser superior entre diversos grupos de culturas primitivas y avanzadas durante muchos miles de años. Para algunos, esta universalidad podría interpretarse como sugerencia de que algunas estructuras básicas en el cerebro necesitan de Dios. Otros argumentan que la religiosidad es un artefacto de la evolución.

Aunque se trate de un tipo de pensamiento extendido y milenario, las neurociencias durante mucho tiempo han sido renuentes a la investigación científica sobre la espiritualidad. El estudio de las bases neurales de la religión recién está empezando a ser un tópico aceptado de investigación dentro de las neurociencias cognitivas. Es así como la Universidad de Oxford ha creado un centro multidisciplinario que estudia las bases neurobiológicas de las creencias (religiosas u otras) y cómo estas afectan nuestros estados de conciencia y sentimientos.

Diferentes grupos de científicos han utilizado las neuroimágenes funcionales para observar los cambios que ocurren en el cerebro cuando una persona tiene una experiencia religiosa. Por ejemplo, en un estudio se examinó la actividad cerebral cuando las personas rezaban. Aunque estos ensayos pueden pecar de reduccionistas y producir una comprensible controversia, permiten generar un riquísmo debate sobre si el cerebro humano está programado para tener fe o si es un habilidad mental que él cerebro humano desarrolló a través de la cultura.

La pregunta a la que pueden remitirse los estudios neurocientíficos no se corresponde con cuestiones ligadas a cada una de las creencias religiosas, sino a temas más básicos: ¿por qué los seres humanos experimentamos la religión?, ¿qué procesos neurales se activan en el tránsito de esa experiencia? Por ejemplo, durante la meditación, los lóbulos parietales, que procesan nuestro sentido de orientación y conocimiento de uno mismo, disminuyen casi por completo su actividad. También baja la actividad de la amígdala, una región involucrada en el proceso del miedo. A medida que la tecnología de neuroímagenes avance y los tests cognitivos sean cada vez más avanzados, podremos discriminar, del mismo modo, cómo las sensibilidades creativas y religiosas interactúan.

Existe evidencia de que las personas creyentes viven más y mejor. Algunos investigadores sugieren que en esto podría haber una ventaja evolutiva, ya que no se trata necesariamente de creer en tal a cal sentido, sino en poseer un cerebro con capacidad para tener fe: Pero aunque los científicos avancen en esta área, posiblemente nunca resuelvan el gran dilema: si nuestras conexiones en el cerebro crean a Dios o si Dios crea nuestras conexiones cerebrales.


Dios no acudió inmediatamente. Por lo contrario, me pareció una eternidad la espera, y un sentimiento de postergación indecible me hacía sufrir más que todos los suplicios anteriores. El dolor pasado era un recuerdo grato en cierta manera, ya que me daba ocasión de comprobarmi existencia y de percibir los contornos de mi cuerpo.Allí, en cambio, me podía comparar a una nube, a un islote sensible, de márgenes constituidas por estados cada vez más inconscientes, de manera que no lograba saber hasta donde existía ni en qué punto me comunicaba con la nada.
Mi sola capacidad era el pensamiento, siempre más desbordado y potente. En la soledad tuve tiempo de andar y desandar numerosos caminos; reconstruí pieza por pieza edificios imaginarios; me extravié en mi propio laberinto, y solo hallé la salida cuando la voz de Dios vino a buscarme. Millones de ideas se pusieron en fuga, y sentí que mi cabeza era la cuenca de un océano que de pronto se vaciaba.

De “El converso”; Juan José Arreola (Zaporlán el Grande, 1918-Guadalajara, 2001)




Fuente: Nanes, Facundo y Mateo. Niro; “Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor.” Ed. Planeta. Chile 2014 .-

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