martes, 9 de febrero de 2016

Un obispo llamado deseo.


Pepe Mallo y Rufo González

[Comparto, querido Pepe, lo que dices sobre la autoridad eclesial:
“Quiero recalcar que el “episcopo” no era impuesto desde “arriba” (entonces no existían “arribas” ni “abajos”), sino designado por cada una de las iglesias; y, como miembro de la comunidad, no gozaba de supremacía ni hacía alarde de autoridad, pues su autoridad consistía en el servicio, en la “diakonía”.

Pienso que mientras la Iglesia no rehaga su teología del poder, no puede haber reforma evangélica en su organización. Hace años que se viene pidiendo que el primado de la jararquía (papa, obispo, párroco y vicarios) abandone el dominio (expresado en términos “de jurisdicción”, monarquía absoluta…). Y pase a ser “primado de servicio”, desinteresado, inspirado en el modo de vida de Jesús, Cabeza de la Iglesia, y ejercido en humildad fraterna. Si la autoridad de la Iglesia se vive y se ejerce en el Espíritu de Cristo, volvemos al antiguo “primado de servicio” de los primeros siglos de la Iglesia. Si seguimos inspirados en el imperialismo romano, envuelto en religiosidad interesada, seguiremos viviendo en primados no evangélicos: “de honor” (prohibidos en el evangelio, pero reales en nuestra Iglesia) y “de jurisdicción” (pura autoridad y poder, que niega u oculta el servicio verdadero). Los primados de honor no tienen sentido en la Iglesia, nadie los puede conceder con la autoridad de Cristo, y nada pueden ayudar al crecimiento espiritual. Es sólo vana gloria. Desde el evangelio sólo tiene valor “el primado de servicio”: ministerios para afianzar la fe y apacentar a los hermanos para que se mantengan en el Amor. Es el primado pastoral, ministerial. Primado que no suplanta a la comunidad, sino que favorece su crecimiento, desarrolla sus carismas, respeta procesos de organización, de elección de sus responsables, etc. Así serían posibles comunidades adultas, dignas de la persona y del evangelio de la libertad guiada por el amor de Jesús. Rufo González]

Escribe Pepe Mallo:

“Es muy cierto que si alguien aspira a ser obispo, aspira a un cargo muy noble. Es necesario, pues, que no se le pueda reprochar nada. Que sea marido de una sola mujer, hombre prudente, juicioso, de buenos modales, acogedor y hospitalario y que sea capaz de enseñar… , que sepa dirigir su propia casa, y cuyos hijos le obedezcan y respeten; pues quien no sabe presidir su propia casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios?” (Tim. 3,1-5)

¡¡¡Si san Pablo levantara la cabeza!!!

Esta exquisita semblanza paulina de quien aspire a dedicarse al cuidado de la Iglesia contrasta claramente con el modelo de obispo que hoy tenemos. Al menos en tres características básicas: la elección, la jurisdicción y el celibato. Bien sabemos que en estos comienzos de la Iglesia el cargo del “episcopo” no estaba aún definido como lo entendemos actualmente. Parece que con este nombre se designaba a los “elegidos por la comunidad” para “coordinar” los diversos servicios. Quiero recalcar que el “episcopo” no era impuesto desde “arriba” (entonces no existían “arribas” ni “abajos”), sino designado por cada una de las iglesias; y, como miembro de la comunidad, no gozaba de supremacía ni hacía alarde de autoridad, pues su autoridad consistía en el servicio, en la “diakonía”. Asimismo, en esta relevante exhortación, san Pablo no hace ascos al matrimonio del obispo; al contrario, establece que, como ministro responsable, sepa dirigir convenientemente su casa y que sea ejemplo de esposo y padre. De todas formas, yo me sospecho que el paradigma de obispo que Pablo propone en este delicioso texto, visto desde nuestra perspectiva actual, podemos considerarlo como “idílico”.

Trasladándonos al presente, los obispos españoles, a todas luces, hoy son noticia

Por una parte, las recientes investiduras: Hace un tiempo, la designación de Carlos Osoro como arzobispo de Madrid en sustitución del eximio Rouco Varela. Recientemente, el nombramiento del sacerdote navarro Juan Carlos Elizalde como obispo de Vitoria. Algunas semanas antes, el que era obispo de Calahorra y de la Rioja, Juan José Omella, era promovido a la relevante diócesis de Barcelona. Y las nominaciones que están aún por venir, dadas las sedes vacantes… Según los analistas, estas designaciones marcan la línea ideológica y pastoral que el papa Francisco ha diseñado para España. Ellos mismos declaran sus intenciones. Osoro afirma “estoy a muerte con el Papa. Estoy entusiasmado”; Elizalde –al que alguien ha definido como “un obispo para confirmar en la fe y en la esperanza”-: “Seguir saliendo hacia las periferias que señala el Papa Francisco”. Omella en Barcelona ha apuntado que “evangelizar en la actualidad requiere una conversión y no anclarse en viejos métodos o en ideologías mundanas”. Y se les preconiza como fautores de la “primavera de Francisco” en nuestro país.

Por otra parte, no faltan quienes, de una forma o de otra, describen a ciertos jerarcas como “cazadores despechados que están al acecho y no consienten que el Papa les deje en evidencia.” Y sin cortarse un pelo, aportan nombres y apellidos, cargos, destinos y profesiones. No es para menos. El dogmatismo religioso imperante en España ha configurado y caracterizado nuestra manera de pensar y proceder seguramente más de lo que sospechamos. Y es que la sombra inquisitorial y nacionalcatólica de Rouco es alargada. La raíz del problema no está en la institución. Está en el dogmatismo. No se puede negar que un significativo sector de la jerarquía eclesiástica y de asociaciones católicas se han atrincherado en posiciones conservadoras, intentando perpetuar los privilegios, algunos otorgados y otros adquiridos, de los que ha disfrutado y sigue disfrutando un amplio sector de la Iglesia. De vez en cuando se producen rotundas manifestaciones de una doctrina y praxis religiosa con rancio sabor medieval, de una moral sexual intransigente y ultramontana, protagonizadas por obispos como el de Alcalá de Henares, lanzando soflamas incendiarias contra los homosexuales, o el de Córdoba que tilda la fecundación artificial de “aquelarre químico de laboratorio”, o Munilla, de San Sebastián, que osa dogmatizar que los resultados del 20-D “son el retrato de una sociedad enferma”, o Cañizares sembrando sospechas acerca del peligro que los refugiados podrían traer a Europa…

“Burocratización del espíritu”: mera teoría, puro barniz

En no pocos obispos españoles se ha puesto de moda la “burocratización del espíritu”. Está sucediendo en este “Jubileo de la Misericordia”. Se lanzan a proclamar privada y públicamente, en homilías, foros y pastorales, las maravillas de las innovaciones y mensajes de Francisco, pero todo se queda en mera teoría, puro barniz. (Todavía oigo el eco de aquellas palabras del obispo de la diócesis de Getafe: “Hay que abrir las ventanas para que entre el aire fresco”, y tengo la impresión de que se le han debido encasquillar las manijas… ¡¡Puede empezar por levantar las persianas del seminario!!) Estos creídos “auténticos creyentes” están bajo el influjo de una concepción enferma de la autoridad, que nada tiene que ver, aunque la confundan, con la autoridad del servicio (diakonía). ¿De qué son referentes estos obispos?, ¿de qué son ejemplo para la sociedad, para la gentes de los barrios, para los desempleados, para tantos sencillos creyentes que esperan una palabra de ánimo ante su situación? Me cuestiono si su “episcopado” refleja lo que Jesús vivió, si su “sucesión apostólica” es realmente la de los Apóstoles del Maestro de Galilea. Desde luego, desde su “erótica del dogmatismo” en nada se parecen a la imagen de obispo que nos propone san Pablo.

La mayoría proviene de curias o seminarios

Hay todavía un problema candente. El nombramiento de los obispos se hace desde Roma, prescindiendo de los intereses y voluntad de los cristianos de la diócesis que han de gobernar. Y desde Roma no son promovidos precisamente los cristianos o sacerdotes más predispuestos al servicio. Más bien son encumbrados al episcopado sacerdotes que ostentan teológicos títulos académicos y que se han distinguido en promover más el moralismo, el ritualismo y la práctica religiosa cultual que el ministerio pastoral. Nuestra Conferencia Episcopal en más de un 60% la componen gentes trasnochadas. Nombrados según el dictamen de unas camarillas que se mueven aquí y en Roma. La mayoría proviene de curias o seminarios. Son personajes sin brillo, sin resortes pastorales. El obispado es para ellos honor, poder, mando y lucimiento. En la actual estructura de la Iglesia hay algo que impide a los obispos actuar pastoralmente, como enviados, y les fuerza a actuar como funcionarios. Y siempre con el uniforme, el imprescindible traje clerical.

Hombres creadores de comunidad

El obispo de una comunidad diocesana ha de ser elegido desde la Iglesia Misterio de Comunión, en la sinodalidad y colegialidad presbiteral. Cualquier sacerdote, cura de barrio o rural puede ser perfectamente un candidato válido. Los obispos del s. XXI deberían de tener la obsesión por “crear verdaderas comunidades”. Estos hombres creadores de comunidad habrían de salir de las iglesias que presiden; así no estarían en sus diócesis “de paso” y percibiéndolas sólo como meros peldaños de ascenso en su carrera. De esta manera, tendríamos el obispo deseable para las iglesias de estos tiempos. El relevo de Benedicto XVI por Francisco ha insuflado a la iglesia a escala mundial un nuevo estilo. Pero, ¿hasta qué punto el papa Francisco ha presionado sobre la Iglesia española para que aquí se apliquen esas recetas que él mismo proyecta para toda la Iglesia?

Posdata. Tradicionalmente se ha catalogado a los obispos en progresistas y conservadores. Yo añadiría que hay obispos de centro…, de “centro de salud”.

Pepe Mallo

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