lunes, 25 de abril de 2016

El discípulo más grande del mundo.


Desde joven admiré a personas que servían al Señor y lo hacían por fe; vivían de donativos, sin saber lo que recibirían al mes siguiente y cubrían sus necesidades de una forma muy precaria. También he conocido a otras que, si se me permite expresarlo de este modo, no servían a Dios “a pleno tiempo” pero eran entusiastas del evangelio y desarrollaron una labor encomiable que ha permitido el crecimiento de la Iglesia. Y me he preguntado: ¿Quién es el discípulo más grande del mundo?

Cada uno de nosotros tiene unas circunstancias y condicionantes particulares que nos empujan en distintas direcciones; entonces, ¿cómo podemos seguir a Jesús en el siglo XXI? Encontramos en los evangelios personas que seguían a Jesús de diferente manera.

Primeramente, vemos a personas que son llamadas a dejarlo todo. Marcos 10.17-30 nos cuenta la historia del joven rico; una persona religiosa que tenía interés por saber cómo se obtenía la vida eterna. Jesús le recuerda los mandamientos; y el joven responde que los ha guardado desde su juventud. Entonces, Jesús le dice: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres para tener tesoro en el cielo; y le invita a seguirle. Dice el texto: “él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Mc 10.22). A continuación, Pedro dice a Jesús: “Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (10.28).

Seguir a Jesús era una aventura, una vida llena de incertidumbre, ya que no sabían mucho acerca de este nuevo Rabí que aparecía en Galilea. ¿De qué vivirían? ¿Dónde irían? ¿Quién cuidaría de sus familias? ¿Dónde reposarían? ¿Cómo se alimentarían? Seguramente son preguntas que nosotros haríamos, y con razón. ¿Qué haríamos si alguien llama a la puerta de nuestra casa o se presenta en la empresa donde trabajamos y nos dice: “Sígueme”?

Estos pocos decidieron dejarlo todo y seguir a Jesús. ¿Por qué? Vemos en otra ocasión que Jesús llama a alguien y le dice “Sígueme”. Y éste le responde “déjame que primero entierre a mi padre” (Luc 9.59). Esto tenía que ver con cumplir los ritos religiosos y las convenciones sociales más respetables de la época. Pero Jesús le apremia diciéndole: “deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Luc 9.60). Según Mateo 8.21, esta persona era un discípulo de Jesús.

En segundo lugar, encontramos, también en los evangelios, a otro grupo de personas que se mantienen en lo que podríamos llamar “la zona de confort”. Lejos de dejar su familia, su trabajo, sus vecinos, su vida cotidiana, se mantienen en una vida acomodada, sin grandes renuncias. Es un enclave en el que el ser humano se siente cómodo y seguro; lo conoce, lo controla, lo domina; le produce bienestar y tranquilidad. Es como estar en casa, sin presiones de ningún tipo, sin incertidumbres, protegido… El elemento clave es la seguridad. Todo lo contrario al primer grupo que hemos comentado y que deja todo por seguir a Jesús. Este segundo grupo no deja nada, cada uno sigue con su actividad después de conocer al Maestro.

La vida de Lázaro aparece relatada en el evangelio de Juan capítulos 11-12. No se dice mucho de él, pero sí lo suficiente para conocer un poco de su experiencia vital con Jesús: Lázaro tenía una hermana que era la que había ungido los pies de Jesús con perfume y los enjugó con sus cabellos (11.2). El relato al que hace referencia está en Mat 26.6,ss., donde se nos dice que el frasco de alabastro contenía un perfume “de gran precio”. Marcos puntualiza diciendo que era “perfume de nardo puro de mucho precio”. Juan también lo menciona así (Juan 12.3) y nos da alguna información adicional porque Judas, que llevaba las cuentas de la Comunidad de discípulos, dijo que se podía haber vendido ese perfume por 300 denarios (Juan 12.5) para repartirlo a los pobres. El denario era el salario diario de un jornalero. La equivalencia en nuestros días, calculándolo con el salario mínimo interprofesional en España, sería de unos 6.486 € en perfume derrochado, diría Judas. Esto es mucho dinero. Por otro lado, el sepulcro donde estaba el cuerpo de Lázaro era una cueva y tenía una piedra puesta encima. Normalmente así se enterraba a personajes distinguidos.

Todo esto nos da a entender que Lázaro estaba bien situado, disfrutaba de sus bienes y su familia se podía permitir ciertos lujos, viviendo en la abundancia. Y el evangelio nos dice que Jesús tenía una relación especial con estas personas: “Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Juan 11.5). Es más, se nos puntualiza que Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Juan 11.35).

En tercer lugar, encontramos a otra persona que es instada a no seguir a Jesús. Lucas 8.26-39 nos cuenta la historia del endemoniado gadareno. El evangelio nos dice que este hombre estaba endemoniado desde hacía mucho tiempo. Aquí tenemos una referencia de la época para enfermedades que no tenían un origen físico, independientemente de lo que pensemos sobre las posesiones demoníacas, cuyo tema no este artículo. Nos dice el texto que este hombre no vestía ropa y moraba en los sepulcros. A continuación, nos habla del encuentro con Jesús. Vio al Señor y lanzó un grito. Se postra a sus pies y le reconoce como Hijo de Dios. Después viene el exorcismo; Jesús expulsa los demonios que lo atormentaban y el resultado es que el hombre está sentado a los pies de Jesús, en su juicio cabal (v.35).

El hombre sanado le rogó a Jesús que le dejara estar con él y sorprende la respuesta del Maestro: “Jesús le despidió, diciendo: vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo” (Luc 8.39). Esta persona, nos dice el texto, “fue publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él” (8.39). ¿Por qué Jesús no dejó que lo acompañara? ¿Acaso no hubiera sido un buen discípulo? ¿Es que no hubiera dado su vida por la causa de Jesús después de lo que hizo por él?

En el evangelio encontramos otro grupo de personas que sirven a Jesús con sus bienes. No se habla mucho de ellas, pero el evangelio es nítido. Lucas 8.1-3: “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían con sus bienes”.

Aquí tenemos algunas pinceladas de personas bien situadas en la esfera social, con poder económico que participaban en el sostenimiento del proyecto de Jesús. Todos los proyectos necesitan dinero y el ministerio de Jesús y sus discípulos de ir anunciando el evangelio del Reino de ciudad en ciudad no podía ser una excepción. ¿Quién pagaba eso? Había personas dispuestas a correr con los gastos y no vemos ningún tipo de censura en Jesús que las empujara a renunciar a sus posesiones.

Entonces, ¿qué significa seguir a Jesús en nuestros días? De todos los casos que hemos comentado, ¿quién amaba más a Jesús? ¿Quiénes eran mejores discípulos? ¿Quién ilustra de forma más clara lo que es seguir a Jesús? Desde mi punto de vista, el principio que rige en los evangelios respecto al seguimiento de Jesús tiene que ver con la vocación de cada uno.

En el siglo XXI algunos son llamados a dejarlo todo para servir al Señor. Podríamos hablar de pastores, misioneros, obreros… Personas que renuncian a ciertas comodidades y privilegios por servir en el Reino de los cielos. Pero esto no es un principio general para todos; porque, si todos lo dejan todo, ¿quién aportará los recursos necesarios para hacer viable el proyecto del Reino de los cielos?

Otros permanecen en la zona de confort. Mantenerse en la zona de confort es normal en la vida del ser humano porque nos alejamos de aquello que nos produce incertidumbre, huimos de lo desconocido, del riesgo…, y nos aferramos a lo seguro. Bajo esta perspectiva, hay muchos seguidores de Jesús en el día de hoy que no son llamados a dejarlo todo y pueden vivir en la zona de confort con toda dignidad y, además, están cumpliendo con lo que Dios quiere para ellos; tienen su trabajo, conviven con sus familias, disfrutan del dinero que ganan…

En nuestros días hay otros que son instados a no seguirle de cerca. No es necesario dejarlo todo para servir a Dios y no es mejor el que lo deja todo que el que no deja nada y permanece en la zona de confort.

También hay otros que le sirven con sus bienes. Hay algunas personas que tienen una visión especial para ver cosas que otros no ven y creen en los proyectos, y dan de su dinero de una forma generosa. No miran lo que otros hacen porque, si Dios les ha puesto esa visión y convicción, actúan independientemente de lo que hagan los demás. Ojalá hubiera muchos de estos. Tener dinero no es malo en sí mismo, puede ser una bendición para la obra del Señor.

Lo que el evangelio nos enseña es que todas estas formas diversas de seguir a Jesús son necesarias. Y ninguno es mejor seguidor de Jesús que el otro porque cada uno ha sido llamado para estar en un lugar concreto y para servir de una manera específica.

No hay nada peor que uno quiera desempeñar una función para la que no ha sido llamado. Por ejemplo, imaginemos un coro de voces donde se pretende cantar de forma armónica. Pero hay alguien que se empeña en cantar sin tener oído. Esto es perjudicial para todos. De la misma forma, una persona que no ha sido llamada a un ministerio y se empeña en hacerlo causará daño a la Comunidad. Algunos ejemplos:
Un pastor que no tiene vocación pastoral y se embarca en esa aventura. Un pastor es el que sirve al rebaño, lo cuida, lo guía, lo protege, lo alimenta, pasa tiempo con él… Pero hay algunos que, más que pastores, parecen señores. No han sido llamados.
Un maestro que no sabe enseñar; se empeña en compartir la Palabra entre los creyentes y les aburre sobremanera, habla con los que no creen para convencerles de las bondades de Dios y la gente “huye despavorida”. No ha sido llamado.
Un diácono que no le gusta servir, sino más bien tener el título y mandar a los demás para que hagan el trabajo. No ha sido llamado.
Una persona que piensa que tiene el don de la exhortación y solo sabe dar “palos” a los demás, olvidando que el concepto bíblico de la exhortación tiene más bien que ver con el consuelo. No ha sido llamado.

Podríamos poner innumerables ejemplos. Para ser discípulo de Jesús hoy, es imprescindible descubrir a qué nos llama el Señor, verificar si estamos dispuestos y disponibles lo que conllevará ciertas renuncias y hacer lo que debemos con convicción, sabiendo que somos llamados por el Señor y encomendados por la iglesia. Tan discípulo de Jesús era el apóstol Pedro como Lázaro; uno lo dejó todo mientras que el otro permaneció en su zona de confort. Tanto el que lo deja todo como el que permanece en su zona de confort se han de enfrentar a diario con el reto de seguir a Jesús.

Así que, unos son llamados a dejarlo todo por seguir a Jesús, otros a permanecer en su zona de confort, otros son instados a no seguirle de cerca y otros a poner de su dinero de una manera generosa para el servicio de Dios. ¿Quién es mejor discípulo? El que cumple con su función allí donde Dios le ha llamado; ése es el discípulo más grande del mundo.

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1 Parafraseo el título del famoso libro de Og Mandino, “El vendedor más grande del mundo”, que recomiendo para todos los lectores. Cuenta la historia de una persona humilde que recibe las claves para convertirse en el mejor vendedor

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