domingo, 18 de marzo de 2018

Ética política ante la globalización del mercado y del capital.


por Agustín Ortega. 

Debido a algunas declaraciones y supuestas intenciones de Donald Trump, algunos han dicho de forma apresurada que estamos en una desglobalización. En donde se revierten los procesos mundiales de los mercados, las economías y finanzas que están marcando nuestra época. Más, como se ha mostrado por autores y la realidad misma, estamos lejos de esa pretendida desglobalización. La globalización ha venido para quedarse. Y es la que define la era en la que vivimos. No hay marcha atrás en los procesos científicos, tecnológicos e informacionales con la revolución de las redes informáticas y la economía del conocimiento. Todo lo cual ha sido aprovechado por la imponente economía financiera y especulativa que, con su tecnocracia del mercado y del capital e ingeniería bursátil-accionarial, es la que domina el mundo.

Los estados y gobiernos se encuentran a merced e impotentes ante todos estos poderes transnacionales, mercantiles y financieros que es el mayor poder conocido en la historia de la humanidad. Los auténticos amos y gobernantes del mundo son todas estas empresas multinacionales o corporaciones financieras-bancarias que concentran un poder mucho mayor que el de los estados. Entre otras cuestiones, esta imperante globalización del mercado y del capital tiene como prueba los numerosos y recientes casos de corrupción de gobernantes a manos de estas empresas y corporaciones.

La globalización no supone un proceso perverso e irreversible en todos sus aspectos, no es mala en sí misma. La revolución de las tecnologías y la técnica, per se, no tienen por qué ser malvadas. Y pueden -y en la realidad así lo han hecho- contribuir a unir con lazos de solidaridad y fraternidad. Aunque a nadie se le esconde la mala utilización y abuso de dichas redes tecnológicas e informacionales ya que, asimismo, paradójicamente, llevan al aislamiento, a la soledad, a adicciones, a la despersonalización e inhumanidad, etc. Como nos muestran todo tipo de estudios sociales e informes, el lado perverso de la globalización que se ha impuesto -la neoliberal y capitalista con su ídolo del mercado-capital- ha causado una creciente desigualdad e injusticia social, ambiental y global.

Cada vez más, unos pocos enriquecidos han acumulado en pocas manos la inmensa mayoría de los bienes y recursos. A costa del hambre, la pobreza y exclusión de la mayor parte de la humanidad. Entre las élites y ricos del mundo, ha generado mucho escándalo que el papa Francisco en su magisterio (véase sus encíclicas Evangelii Gaudium o Laudato si’) afirme que la causa de toda esta desigualdad e injusticia que padecen los pobres sea toda esta tecnocracia del mercado libre y de la especulación financiera. Es decir, la ideología neoliberal y capitalista, que impone ese fundamentalismo de la libertad de mercado y que lleva a su total autonomía, sin ningún control ético ni político. Como cualquier estudioso de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) sabe, desde sus inicios con León XIII (RN), los papas y la misma DSI se opusieron a aceptar esa libertad mercantil total. Por ejemplo, tal como ya nos muestra RN, en el ámbito del contrato de trabajo, sin ningún marco moral y gubernativo. Los empresarios podrán afirmar que disponen de libertad, con una legalidad formal, para contratar como quieran, pero si no se asegura un trabajo digno con un salario justo para el trabajador y su familia, entonces esa libertad de mercado se corrompe y se cae en la injusticia.

Y ya en 1931, después del crac del 29, Pío XI (Quadragesimo Anno) denunció todo este “imperialismo internacional” del dinero, que fue como la semilla de la actual globalización capitalista. Como es sabido, después de esta crisis, sobre todo fruto de las luchas del movimiento obrero, la economía y la política apuntalaron el estado social de derechos, hoy cada vez más destruido. Se hizo una intervención sobre los mercados para promover un empleo decente, una fiscalidad justa y políticas sociales en educación, sanidad, vivienda… que, en Europa, trajo una época de mayor solidaridad y justicia social.

Posteriormente siguiendo a Pío XI, el papa Pablo VI en su magisterio (Populorum Progressio y Octogesima Adveniens) insistiría en dicha cuestión de la injusticia del mercado capitalista libre, así como en la regulación ético-política de todo este mercado para orientarlo, al mismo tiempo, en la libertad e igualdad. En la línea de Francisco, ya en la época de la globalización, los papas Juan Pablo II (CA) y Benedicto XVI (CV), este último en el marco de la última crisis financiera global, reafirmaron que los mercados deben ser controlados por la sociedad civil y los estados, articulados con instituciones mundiales.

En este sentido, en el camino marcado por León XIII y con unos términos novedosos, Juan Pablo II (Laborem Exercens) mostró como el mercado de trabajo no sólo debe ser gestionando por el empresario como por la sociedad civil, los sindicatos, los gobiernos, etc. que han de velar y fiscalizar que el empleo sea decente. El mismo papa (Centesimus Annus), junto a los estudios de economía ética, nos mostró que en la sociedad y en el mundo no todo puede ser gobernado por el mercado y que este tiene unos límites, ya que la oferta y la demanda sólo funciona para quien es solvente y tiene dinero o recursos. En esta línea, hay bienes y recursos que, por su misma naturaleza, no pueden ser objeto de compra ni de venta mercantil.

Por todo ello, la economía y el mercado deben ser controlados con una ética política mundial, para que sirvan a la vida y necesidades de las personas, de los pueblos y los pobres, todos esos seres humanos, países y empobrecidos del mundo que no pueden acceder al mercado, y que impida que los bienes vitales como, por ejemplo, la tierra con los alimentos y la salud o la misma educación, sean productos de la mercantilización para el lucro, la privatización y la especulación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario