miércoles, 11 de abril de 2018

Maestro, ¿dónde vives?


M. Carmen de la Fuente

“Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38) es una pregunta que resuena fuerte en el interior de las mujeres y hombres que deseamos encontrarnos con Jesús, para conocerle más, amarlo más y seguirle más. Una pregunta que nos compromete, porque conocemos la respuesta, “venid a verlo” (Jn 1, 39) y porque sabemos que, si su mirada se cruza con la nuestra, su fuerza nos moverá a ir, a ver y a pasar el resto del día con él.

“Maestro ¿dónde vives?” nos ha llevado a Melilla-Nador, un lugar que, si alguna cosa es, es frontera, porque allí la frontera lo empapa todo. Una frontera que separa dos mundos que nos esforzamos en mantener alejados. Una frontera que hiere y mata a hombres y mujeres cada vez más jóvenes. Una frontera que no queremos mirar pero que es tan nuestra como de quien la construye y la protege. Una frontera a la que vivimos de espaldas porque duele, porque sabemos que está construida sobre nuestro miedo, nuestra indiferencia y nuestro egoísmo. Una frontera que se reproduce en nuestras calles, en nuestros barrios, en nuestro imaginario… para separar a los de aquí de los de allá, lo legal de lo ilegal, los documentados de los indocumentados, los que estamos de los que llegan…

Hasta ese lugar frontera llegamos un grupo de 35 personas para celebrar la Pascua en comunidad y acogidas por las comunidades que allí viven. Cada una desde nuestra historia, nuestra motivación personal y nuestro deseo: algunas movidas por la búsqueda y la necesidad de confirmar que sí, que Dios se hace presente también en la frontera; otras confiadas en vivir el encuentro porque saben que si Dios está en algún sitio, es en las fronteras y que es allí donde su rostro aparece con más claridad.

“Maestro ¿dónde vives?” es el interrogante que nos ha acompañado cada día durante esta Semana Santa y para el que hemos ido encontrando algunas respuestas, que no son definitivas y que no agotan la pregunta, pero que nos pueden ayudar a seguir nuestro camino.

El Maestro vive con y en las personas que sirven. Hombres y mujeres que además de servir para algo, viven sirviendo a alguien. Personas que curan las heridas del camino (las internas y las externas), que acompañan el sufrimiento, que simplemente están.
Son aquellas que suben al bosque para encontrarse con quien se esconde esperando la oportunidad de llegar al otro lado.
Son las que viven en lo alto del monte, entre la cárcel y el vertedero, acompañando a todo un barrio, llamando a cada vecino/a por su nombre.
Son aquellas que están rodeadas de menores extranjeros que viven en la calle, consiguiendo que por momentos dejen de ser “no acompañados” y recordándonos que también ellos son dignos de nuestra mirada.
Son aquellas que se ponen al servicio de quien ha conseguido cruzar la frontera –a pie de piedra, a pie de CETI- , ofreciendo herramientas para continuar su viaje.

Son mujeres y hombres de humanidad desplegada, que se arrodillan para lavar los pies de otros/as. Son presencia y puerta abierta. En ellas vive el Maestro mostrándonos como el amor puede –si queremos- convertirse en servicio.

El Maestro vive con y en las personas que sufren. Aquellas que vienen desde lejos recorriendo rutas imposibles que duran años. Personas que en el camino son convertidas en mercancía, extorsionadas, encerradas, maltratadas… pero que a pesar de tanto sufrimiento tienen una fuerza sobrehumana, alimentada por la fe en un Dios que sienten que los acompaña y los sostiene siempre y para siempre.
Son aquellas que sufren en un bosque en condiciones infrahumanas.
Son las porteadoras que cargan con bultos que valen más que su vida y que luchan cada día por pasar la frontera.
Son las que intentan saltar la valla una y otra vez, aunque en cada intento sean golpeadas de un lado y de otro, devueltas por la puerta de atrás y situadas de nuevo en el punto de partida.
Son los menores que viven en la calle esperando un hueco en los bajos de un camión o arriesgándose para “colarse” en un barco.

Son personas a las que tratamos de despojar de su humanidad, a las que recortamos su dignidad, a las que convertimos en cifras. Con ellas vive el Maestro (que también fue humillado ante la mirada de muchos) porque son sus elegidas, mostrándonos que la lógica de Dios es radicalmente opuesta a la lógica que mueve nuestro mundo.

El Maestro vive con y en las personas que esperan. Aquellas que mantienen la esperanza, a pesar de vallas y fronteras, porque saben que la muerte no tiene la última palabra. Son personas que esperan sin quedarse quietas, que viven en el camino con los sentidos afinados (mirando, escuchando, tocando, oliendo y gustando la Vida).
Son las que esperan que dejemos de dar rodeos, miremos al margen del camino -a la frontera- y que la compasión nos lleve a hacernos cargo, cargar y encargarnos de la realidad. Mientras tanto siguen gastando su vida curando las heridas de los que yacen “apaleados y medio muertos”.
Son aquellas que esperan que los estados dejen de protegerse con alambradas y concertinas, de las personas que huyen de la miseria que sostiene nuestro bienestar. Mientras tanto denuncian las situaciones de injusticia y vulneración de derechos humanos de las que son testigo.
Son las que sencillamente explican “esto tiene que ser de otra manera” y cuentan a quien se acerca a ellas el sufrimiento que han visto con sus propios ojos. Con su relato lleno de rostros desean contagiarnos de la humanidad que vamos perdiendo, mientras esperan que la frontera deje de ser un lugar donde perder la vida.

Son personas que mantienen su compromiso con la Justicia y desde él nos interpelan continuamente. Con ellas vive el Maestro y en ellas sigue resucitando, manteniendo viva la esperanza (contra todo pronóstico).

“Maestro ¿dónde vives?”. Con las personas que sirven, con las personas que sufren, con las personas que esperan. Estos son los ecos de unos días en la Frontera Sur. Que este tiempo de Pascua que ahora comenzamos sea oportunidad para seguir encontrando al Maestro en nuestras fronteras, cada uno/a en las suyas: visibles e invisibles, internas y externas. Puede ayudarnos hacer el camino con los ojos bien abiertos y, quizá, dejar de mirar cerca y hacia arriba para mirar lejos y hacia abajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario